Por donde pisa mi caballo,
No vuelve a crecer la hierba.
Atila.-
Denigrar, desvirtuar, acusar, atacar y escabullirse por la tangente entre los oscuros vericuetos del silencio; hacerse el o la agredida (o) para ocultar los hechos, parecerían cosas de políticos –y lo es-, pero, por igual ocurre en el día a día de nuestras vidas. Ignorar la verdad ante la falta de responsabilidad para admitir nuestras debilidades que en determinado momento nos llevaron a cometer hechos e irresponsabilidades, son algo común. Y, no es que esto esté bien, ni tampoco que este mal. El problema es continuar obcecados en no admitir los mismos y proseguir dentro del mutismo que nos condena a ser esclavos de nosotros mismos; donde la soberbia y la tozudez acaban con una de las más elementales cualidades que en diferentes proporciones, tanto tú, como yo y otros tantos, hemos manifestado sin ningún tipo de ataduras, sin vergüenza alguna o mala intención, y que se denomina… ¡La humildad!
Maldito orgullo traicionero que nos despoja de los buenos sentimientos y nos hace alejar de las cosas sencillas; que nos hace renunciar a todas aquellas emociones que en su momento nos han hecho felices o, peor aún, que nos han permitido creer, creer en lo que sea, pero, creer. Y es, que la altanería, en su momento, no nos permite dilucidar que todo aquel que no sabe ceder, mucho menos sabe disfrutar la vida, perdiendo lo mejor de ella en medio de acciones pueriles que les confunde hasta las raíces de sus egos y el sentido del porqué de su comportamiento. Todo esto, sin tener que llegar a referirme a la vieja sentencia de que quien calla otorga, aun y esto vaya en contraposición con lo dicho por el gran filósofo Confucio, sobre que: “El silencio es un amigo que jamás traiciona”.
En estos días expresé que la gran mayoría de todos aquellos que fracasan en las mismas tareas donde otros salen triunfadores, y que se resumen en los hechos vivenciales que al final resumen nuestros pasos por esta tierra, tratan de tirar lodo sobre el farol que pretende lo que significa emitir algún tipo de luz, mientras ellos solo han sabido vivir en las profundas oscuridades de la iniquidad y la envidia. Y todo esto, claro, incluye al señor don dinero, mucho o poco pero que, las personas mediocres no llegan a comprender que lo importante no es la cantidad de dinero que puedas producir diariamente, sino, con quien o en qué lo gastas. Todo incluye el querer y el amar, que cual caudaloso riachuelo cada día discurre en tu camino, donde sólo buena fe, se necesita para sentir sus efluvios al pasar.
Pero, están pasando tantas cosas y de manera tan rápida, que apenas nos damos cuenta sobre el hecho de que la inmensa mayoría de los principios que constituían en si la personalidad y la composición de los sentimientos del ser humano, y que hoy, ante nuestros ojos, cada día se están banalizando, verbigracia, aparte de los sentimientos, las lealtades y el sentido de gratitud, tenemos obligatoriamente que referirnos a la profesión de ser “político”, donde muchos de estos adefesios humanos, enganchados a la noble ciencia de la política, pretenden dentro de su inflado, desacreditado y vergonzoso ego, compararse con Atila, el rey de los hunos y apodado “El azote de Dios”, cuando expresó que: por “Por donde pisa mi caballo, no vuelve a crecer la hierba”; y que hoy, además, muchos pretenden, que hasta la tierra tiemble a su paso. Y, la verdad es que debería de temblar, porque al transitar, sólo sombras perduran y todo lo que signifique luz, es opacado, hasta la vergüenza si se encuentra cerca. ¡Sí señor!