La homosexualidad no es ni antinatural ni inmoral. Los argumentos que usan los que sí creen que la homosexualidad lo es, es decir, el que esta viola las leyes naturales y divinas, no resisten a un estricto análisis racional. Estas posiciones se basan a su vez en dos desconocimientos. Quienes entienden que la homosexualidad es antinatural no conocen la esencia de la naturaleza humana. Y quienes creen que la homosexualidad es inmoral – las más de las veces se trata de las mismas personas – desconocen la esencia de los textos sagrados judeocristianos y la de la humanidad misma. Es necesario combatir estas posiciones, ya que muchas veces sirven de fundamento a la discriminación, a la difamación y al odio.

Se argumenta que la homosexualidad es antinatural porque su práctica implica la utilización de miembros y órganos para otros fines que aquellos para los cuales fueron diseñados. Se piensa en especial en la utilización de los órganos sexuales para objetivos diferentes a la procreación. Esta posición es errónea por dos razones, una biológica y otra antropológica.

La primera es que nuestros órganos no han evolucionado con una finalidad. La manera como son usados cambia constantemente. Como sostiene Yuval Noah Harari en su excelente obra “Sapiens” – la cual puedo compartir en formato digital –: “No hay un solo órgano en el cuerpo humano que realice únicamente la tarea que realizaba su prototipo cuando apareció por primera vez hace cientos de millones de años. Los órganos evolucionan para ejecutar una función concreta, pero una vez que existen, pueden adaptarse asimismo para otros usos. La boca, por ejemplo, apareció porque los primitivos organismos pluricelulares necesitaban una manera de incorporar nutrientes a su cuerpo. Todavía usamos la boca para este propósito, pero también la empleamos para besar, hablar y, si somos Rambo, para sacar la anilla de las granadas de mano. ¿Acaso alguno de estos usos es antinatural simplemente porque nuestros antepasados vermiformes de hace 600 millones de años no hacían estas cosas con su boca?”

La segunda razón está muy ligada a la primera: el hombre es un animal, ciertamente, pero no puede definirse exclusivamente mediante sus características biológicas. Como los animales, el hombre tiene que satisfacer necesidades como el hambre, la sed y el sueño. Pero a diferencia de estos no se limita a comer granos, beber agua y a dormir en el suelo: ha inventado el boeuf bourguignon, el mabí ceibano y las camas de agua. La humanidad no solo es biología, también es cultura. Y describirla en función de la primera, ignorando la segunda es un error de razonamiento.

El segundo razonamiento, el de que la homosexualidad es inmoral, es casi indisociable del anterior. Harari argumenta que “nuestros conceptos «natural» y «antinatural» no se han tomado de la biología, sino de la teología cristiana. El significado teológico de «natural» es «de acuerdo con las intenciones del Dios que creó la naturaleza». Los teólogos cristianos argumentaban que Dios creó el cuerpo humano con el propósito de que cada miembro y órgano sirvieran a un fin particular. Si utilizamos nuestros miembros y órganos para el fin que Dios pretendía, entonces es una actividad natural. Si los usamos de manera diferente a lo que Dios pretendía, es antinatural”. 

De la cita anterior los conservadores infieren que lo natural es moral y que lo antinatural es inmoral. Como lo natural es usar los genitales exclusivamente para la procreación, dedicarlos al placer homosexual es a la vez antinatural e inmoral. Sin embargo, hay en su posición una omisión para nada inocente: también los heterosexuales utilizan sus genitales para fines distintos a la procreación. Si los criterios cristianos de naturalidad y moralidad se aplicaran con rigor, todos los seres humanos, desde los promiscuos hasta los curas y las parejas del Opus Dei, serian inmorales: el celibato, el cunnilingus y el coito interruptus son prácticas sexuales no reproductivas.

Es más, si el sexo heterosexual no destinado a la reproducción fuera castigado por Dios como la homosexualidad, la humanidad se hubiese extinguido hace milenios. En efecto, con frecuencia se cita la destrucción de Sodoma y Gomorra, pero no la de Onán, inventor de la masturbación, a quien Dios mató por preferir derramar su simiente en tierra en lugar del cáliz de la viuda de su hermano, barbaridad que exigía la ley divina.

El error en que reposa este segundo argumento es el de querer interpretar la Biblia en términos literales. La descripción que del hecho fundamental del cristianismo hace el filósofo francés Michel Onfray demuestra que las escrituras no deben ser interpretadas al pie de la letra. Onfray argumenta que en el nacimiento de Cristo intervienen “[…] una procreación sin sexo, un padre que no es padre, una madre que es virgen y cuyo himen sobrevive al parto, un progenitor sin espermatozoides, espermatozoides sin progenitor, un niño concebido sin licor seminal, unos hermanos que descienden de una madre que no por ello es menos virgen, una familia donde el padre no tiene sexualidad, ni la madre tampoco, ni siquiera el hijo, que morirá, virgen, a los treinta y tres años […]”. Una religión basada sobre tales conceptos nos parece poco propicia a evacuar sentencias sobre la naturalidad o moralidad de la sexualidad humana en general y la de la homosexual en particular…

Combatir estos argumentos no es una herejía. Al contrario, es un deber cristiano. En primer lugar, impediría la reducción del hombre a su condición de animal y la consecuente negación del alma humana, ese soplo divino sin el que ninguna religión es posible. En segundo lugar, garantizaría el cumplimiento de mandamientos como “amaos los unos a los otros” y “no juzguéis si no queréis ser juzgados”, sin los cuales el cristianismo no es posible.