Dad a Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César
A pesar de las grandes noticias a nivel internacional, hemos preferido hacernos los sordos y guardar las preguntas en el baúl. Allí quedarán, con el resto de nuestras calladas complicidades, protegidas por prejuicios y por una moral estéril. Los medios no quieren tocarlas. Los políticos mucho menos. Caemos en el oscurantismo autoimpuesto. Defender los derechos de los homosexuales es peor que defender narcotraficantes o corruptos.
Mientras en Nueva York se legalizaba el matrimonio entre personas del mismo sexo, en Brasil Myrian Rios, diputada del estado de Rio de Janeiro, se declaraba contra la enmienda constitucional que prohibía explícitamente la discriminación por motivos de orientación sexual. La diputada argumentaba que la homosexualidad es el primer paso hacia la pedofilia, y que se oponía a la enmienda para proteger a los niños.
En Francia, un proyecto de ley, impulsado por una coalición de partidos de izquierda, buscaba autorizar el matrimonio entre personas del mismo sexo. El proyecto fue rechazado 293 votos contra 222, gracias a la oposición del partido oficialista, el UMP, y del "Nuevo Centro". Los argumentos en contra fueron igualmente primitivos. El representante frente a la Asamblea Nacional, militante del UMP, Christian Vanneste, declaró el 30 de Junio de este año que el matrimonio entre homosexuales "no es más que una aberración antropológica". Jean-François Copé, Ministro del Presupuesto, también partidario del UMP, excusó el resultado diciendo que en su medio comparte con varios amigos homosexuales y no sabe de ninguno que quiera casarse. Esclarecedor en cuanto a su experiencia, aunque dejó de lado lo importante, que es que tampoco sabrá de ninguno que pueda hacerlo.
Otros diputados del UMP afirmaron, con preclara comprensión, que la cuestión del matrimonio homosexual plantea la pregunta subyacente del derecho a la adopción.
La corte victoriana se apodera del Congreso. Ellos, con su doble moral, disponen y nosotros, con nuestro silencio, nos convertimos en sus secuaces. La homofobia, a todas luces, embrutece. No sólo la homosexualidad no es el primer paso hacia la pedofilia, que es una perversión del deseo en la acepción psicopatológica del término, sino que más del 75% de los casos de pedofilia son llevados a cabo por personas de orientación heterosexual.
Algunos argumentos apuntan en la dirección de que el hombre y la mujer están hechos el uno para el otro con el objetivo último de reproducirse y conservar la especie. Hacen como si no supieran que las relaciones entre personas del mismo sexo han existido desde la antigüedad, y no hemos tenido problemas para continuar reproduciéndonos. Hagamos como si nadie supiera que el verdadero problema es más bien nuestra eficiencia reproductiva. No sabemos si nos toman por tontos o se aprovechan de la mugre que escondemos detrás de las orejas para defender los intereses de los pejes gordos que hinchan sus bolsillos.
Los sectores más recalcitrantes de la sociedad, habiendo pasado su vida en el poder, saben tendernos trampas. Que el matrimonio entre homosexuales plantee la cuestión de la adopción es evidente, lo que no es, ni será nunca, un argumento. Quieren crear pánico. Como si con quien se acuesta una persona pesara más que su calidad humana. Invertimos la pregunta y desatamos el caos. La pregunta no es si los padres homosexuales producirán homosexuales, la pregunta correcta es si serán buenos padres o si criarán buenos ciudadanos.
Los miedos son prejuiciosos. Pocos estudios existen sobre los niños criados por padres homosexuales. Los que existen son sólo preliminares y cuentan con una muestra limitada. Los primeros resultados muestran que sólo el 9% de los niños tiende a la homosexualidad. Un resultado no significativo sabiendo que cerca del 10% de la población mundial presenta esa orientación sexual. Los prejuicios les niegan casas a niños huérfanos y les hinchan la barriga con parásitos.
El matrimonio es una protección civil para dos personas que deciden compartir sus vidas, lo demás es religión. La elección de la pareja no es una excusa para cercenar derechos. Cosas más grandes nos esperan. No nos dejemos marear por esta falsa polémica. Más inmoralidad encontrará el lector al entrar a un banco o a la oficina pública más cercana, y a ellos nadie pretende prohibirles el matrimonio.