El Papa Francisco, definió a Juan XXIII y Juan Pablo II, como dos hombres valerosos durante la ceremonia de Canonización celebrada en la plaza de San Pedro, con la presencia de Benedicto XVI, quien concelebró una misa solemne junto a 150 cardenales y 700 obispos, un millón de peregrinos y la asistencia de más de 100 delegaciones de todo el mundo. En su Homilía del papa Francisco, en un domingo con el que se termina la octava de pascua y que san Juan Pablo II quiso dedicar a la Divina Misericordia, manifestó:

“Fueron dos hombre valerosos, llenos de parresía del Espíritu Santo, y dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia (…), san Juan Pablo II y san Juan XXIII, tuvieron el valor de mirar las heridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado. No se avergonzaron de la carne de Cristo, no se escandalizaron de él, de su cruz; no se avergonzaron de la carne del hermano, porque en cada persona que sufría veían a Jesús”.

“Fueron sacerdotes y obispos y papas del siglo XX. Conocieron sus tragedias, pero no se abrumaron. En ellos Dios fue más fuerte, fue más fuerte la fe en Jesucristo Redentor del Hombre y Señor de la Historia; en ellos fue más fuerte la misericordia de Dios que se manifiesta en estas cinco llagas; más fuerte la cercanía materna de María”. Un acto verdaderamente inolvidable, un acto histórico, un acto de amor.

La palabra parresía, (parrhesia) está en la escrituraria del Antiguo Testamento. Es un término griego que significa “libertad para decirlo todo”, libertad para hablar con toda la libertad pensada. Quien encarne estas calidades morales y sociales, se le llamaba parresiatés (parrhesiates). El parresiatés no ocultaba nada, más bien, abre su corazón y su alma en decirlo todo con toda la franqueza, sobre todo, hablar con la verdad. En el Nuevo Testamento, la palabra  aparece 31 veces, definiendo el estilo de Jesús, “Jesús les respondió:”He hablado abiertamente ante todo el mundo; he enseñado siempre en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he hablado nada a ocultas” (Jn.18, 20). Cuanta falta nos hace un pueblo parresiatés, en lo político, en lo empresarial, en lo legislativo, en los funcionarios públicos y privados, en lo periodístico, en los jurídicos, en los galenos, en las cámaras de cuentas, en la media,  en nuestros hogares, y en nuestra conciencia. Que junto a la Virgen de la Altagracia, nuestra patrona y vencedora en la Limonade, san Juan XXIII y Juan Pablo II, iluminen a la República Dominicana.