Conozco a Camilo Rijo Fulcar desde hace aproximadamente más de 10 años. Siempre ha sido un muchacho apasionado con la música desde que le conocí. Luego de ser reconocido en la escena rockera/metalera del país con su banda de metal pesado Gangrena Cerebral, este se dedicó a aprender guitarra clásica. Siempre recuerdo verle en el Conde junto a su otro colega Gean Alberto, ambos con sus respectivas guitarras, como si armados contra el mundo, como si su vida pendiera de las melodías que ellos tocaban en la calle El Conde los días que podían. Camilo tenía un sueño: crear una escuela de música sin fines de lucro, que buscará la inclusión del otro, del aquél que es semejante a mí, del desamparado por la estructura social clasista dominicana, es como si la filosofía de la alteridad, del otro, de Emmanuel Lévinas (el filósofo judío) fuese puesta en práctica a través de la música. Camilo logró conseguir la ayuda de muchos para materializar este sueño, un sueño que consiste en lo siguiente: “esta escuelita es para los niños de la calle, para los locos de la calle, los discapacitados de la calle, los tigueres de la calle y las prostitutas de la calle, pues la escuelita es de todos y para todos”. El gesto de Camilo ha sido reconocido por numerosos artistas, por personas en las redes sociales e individuos de profesiones liberales. Alguien que ha logrado conseguir donaciones de instrumentos para limpiabotas, para personas de escasos recursos que literalmente el día a día los deshumaniza debido a que deben de hacer de todo para sobrevivir en las calles.
Ese sueño Wagneriano de llenar las calles de música, de que el arte sea un gesto, un exponer y mostrar medios musicales y no una mera práctica vacía sin sentido y sin mensaje o un mero hacer tonalidades y acordes para ganar algo de dinero se vio frustrado cuando este tuvo un llamado de las autoridades debido a que el darle clases a limpiabotas, a personas de escasos recursos, según ellos, representan “una amenaza para el turismo de la República Dominicana” (en palabras del propio Camilo). De nuevo podemos ver cómo la estructura clasista de este país arremete contra el que carece de existencia política: contra el pobre, en contra del necesitado. ¿Qué carajo han hecho las autoridades para impedir que esas personas tengan que literalmente dejar de ser humanos para sobrevivir? ¿Cómo una entidad administrativa de un Estado tan corrupto y tan clientelista puede darse el lujo de juzgar un proyecto humanitario como el de Camilo usando un argumento que parece sacado de un manual del Derecho penal del enemigo (aquél derecho penal que se aplica para los que no se consideran ciudadanos, que les juzgan sin tener que haber cometido crímenes)? Es muy cómodo emitir juicios de valores desde una posición privilegiada, desde la cima de la estructura social que precisamente produce a esos excluidos que el mismo Estado le dice en la cara que son una amenaza para el turismo, en definitiva, ellos no son considerados personas, sino recursos desde la lógica del Estado.
El único delito que ha cometido Camilo fue el de profanar dicha estructura social, de tener la amabilidad de crear un espacio donde el pobre, el excluido y el que es aplastado por esa estructura de privilegios, no se enfrente a la dicotomía que una vez expuso Eric Fromm que configura la sociedad de mercado capitalista: que para ser alguien hay que tener, y si no tiene nada entonces eres nadie. Ese espacio de resistencia al poder que Camilo pudo vislumbrar y crear es uno de oásis donde se puede hacer política realmente inclusiva, para la comunidad. Pero el Estado Dominicano es tan cínico, es tan afín al relato Nietszcheano del Estado como un monstruo frío, que las meras razones que expone para obligar a Camilo a abandonar su proyecto inclusivo son meramente económicas, mercantiles y sobretodo deshumanizantes. No solamente el Estado hace que Camilo tenga que trabajar más porque crea más pobres y menos oportunidades, sino que elimina la posibilidad de que Camilo pueda ofrecer una solución que quede dentro de sus posibilidades.
¿Qué nos ha enseñado Camilo Rijo con ASOARTCA? Algo que filósofos y como Michael Foucault, Gilles Deleuze y Giorgio Agamben se han cansado de explicar hasta el cansancio. Donde hay poder, hay resistencia, dónde hay algo sagrado o sacralizado (dígase, la estructura social clasista que produce pobreza y la criminaliza) hay algo profano (La escuela de este joven ilustre). La política (especialmente la política moderna) trata de domesticar, administrar y normalizar la vida, de normalizar y gestionar los usos de los hombres, de producir la subjetividad ideal (a través de técnicas políticas, de discursos, de la relación que se teje entre instituciones, símbolos y producciones culturales, etc. ) que necesitan para que la estructura social que desean mantener (y que les conviene) sea ‘estable”. En cambio cuando se profanan estos usos y estas relaciones de poder, nuevas formas de relacionarse (y por lo tanto nuevos estilos de vida) con los demás surgen. De hecho, la palabra profanación en su origen griego significa “devolver un uso a la comunidad de los hombres”, como expresa el lingüista y filósofo italiano Giorgio Agamben. Es por esto que ASOARTCA, en vez de tratar de producir o de sacralizar las mismas relaciones de poder que nuestro querido Estado dominicano reproduce en los pobres, en los marginados, en aquellos que no saben si van a volver a desayunarse en los próximos días y que luego estos terminan abrazando a la delincuencia como único medio de subsistencia, ASOARTCA y Camilo se relacionan con los derrotados y los excluidos bajo un proyecto que les otorga sentido a sus vidas, que los humaniza y les recuerda que ellos también son seres humanos, que ellos pueden lograr ser algo si ellos se lo proponen. “Creyendo transmitir la lengua, los hombres, en verdad, se dan voz unos a otros”, así dijo este gran filósofo italiano. Camilo y los demás entonces, con las guitarras, con su experticio en la música, en los medios musicales, le está otorgando una voz a otros, les da la capacidad de expresar, de significar, de dar sentido a su vivir mismo. Esa capacidad de dar sentido, de jugarse la vida a través del lenguaje (ya que la música es un lenguaje) es lo que Camilo trata de posibilitar para ellos. Tratemos de darle la voz a los que no lo tienen, suspendamos de una vez por todas nuestra cotidianidad para pensar en el gesto fundador de Camilo y su obra, de su proyecto ASOARTCA y sus implicaciones en la vida de esos niños limpiabotas, personas de escasos recursos y así mismo como a través de este escrito les invito a seguir el ejemplo de Camilo (de darle la voz a otros), anímense para que este proyecto de él no sea destruido por un Estado que nos ha convertido en seres indiferentes, con una nula empatía hacia los demás. Nosotros somos más que eso, nosotros también somos ASOARTCA.