El proyecto abarcante que subyace en la Historia de la Cultura en la América hispánica, (1947), no es sólo el de un curso para escolares, entusiastas o universitarios con pretensiones de adquirir cultura en centros liberales y educativos de América Latina o Europa.  Para Pedro Henríquez Ureña, el historiador del arte y la cultura, proyectó y concentró toda una visión de la cultura y la creación artística en la América continental.

Según nuestro autor:

“La fusión de elementos europeos nativos alcanza a las artes plásticas (arquitectura, escultura, pintura), donde el indio, dirigido por maestros europeos, introdujo formularios característicos que dan fisonomía peculiar a las obras.  El fenómeno se ha estudiado detenidamente en la arquitectura.  El poeta español y crítico de arte José Moreno Villa ha dado el nombre de Tequitqui a estas formas de arte: tequitqui significa en náuatl “Vasallo”, como en árabe Mudéjar, nombre que se dio al arte de los mahometanos que vivían entre los cristianos en España.” (Ibídem. pp. 37-38).

La fusión forma parte de la violencia cultural y de un intercambio cuya política de acercamiento fue étnica y socialmente traumática, pues los reparos, adaptaciones, encuentros, desencuentros, desprendimientos o luchas que nacieron de dicha fusión, produjeron expedientes de barbarie, pero también creaciones simbólicas donde el hibridismo o la hibridez generaron expresiones a través de discursos varios géneros artísticos como el teatro que se escribió en lenguas indígenas “desde California hasta la Argentina y el Paraguay. PHU así lo explica:

“Esta fusión aparece también en el teatro.  Cuando los misioneros organizaron reprentaciones dramáticas que ayudasen a instruir a los indios en la doctrina cristiana, combinaron los recursos no muy amplios, del teatro religioso.  Así lo explica, por ejemplo, el P. Motolinía, quien probablemente dirigió la representación de unos autos en Tlaxcala, en 1538.  Las obras, además, se escribieron muy a menudo en lenguas nativas, desde California hasta la Argentina y el Paraguay. Y entre los indios se mantuvo, aunque de modo precario, el teatro propio, a su vez influido ahora por formas europeas: en el siglo XVIII produjo una obra muy interesante, Ollantay, escrita en quechua, en tres actos y en verso a la manera española de Lope y Calderón, pero de asunto anterior a la conquista y con no pocas reminiscencias igualmente anteriores (Ollantay está traducido al castellano, al inglés, al francés, alemán, al checo y hasta al latín).  El teatro en lenguas indígenas se mantiene hasta hoy, especialmente en Yucatán y en el Paraguay.” (Ibíd. p. 38).

Las citas anteriores forman parte de algunos momentos en los cuales PHU reflexionó sobre estas manifestaciones artísticas y culturales que representaron realidades y espacios con sujetos vinculados al arte y la cultura de las imágenes sociales y culturales de América.

Como historiador de la cultura y el arte, el archivo intelectual de nuestro autor sitúa y analiza el producto artístico e histórico reconocido por las comunidades de orígenes en la América continental.

Pero también, las citas anteriores refuerzan la idea de campos de fuerzas y explicación de la materia cultural en América a partir de restos, huellas, memorias locales, imágenes artísticas comunitarias y sociales en la geografía y la geopolítica de América.

En efecto, las informaciones que maneja nuestro historiador y crítico dan cuenta de todo un marco estético y comprensivo donde la cultura y el arte consignaban variedades estilísticas formales, temáticas y materiales que van desarrollando paulatinamente cuerpos de representación en progreso.

En efecto, la historia de las instituciones culturales, sociales y artísticas promueven en la Historia de la cultura en la América hispánica el sentido de las creaciones hechas por el sujeto individual y el sujeto histórico y colectivo; actor que predomina y orienta la superestructura  ideológica, los modelos representativos y surgentes de las diferentes sociedades de la América hispánica y continental.

En tal sentido, la lectura como institución-base del crecimiento y desarrollo de los pueblos de la América continental promueve el llamado progreso, sus vínculos en el mapa político, cultural, artístico y educativo de una América creada, conformada por los diversos núcleos infra y superestructurales que han traducido una visión de conjunto y heredad.  Lo que surge como sentido a partir de la lectura, desarrolla las posibilidades de creación, educación y difusión de valores activos reconocidos como parte de la gran memoria cultural y artística de la América total.

El teatro, la música y las artes plásticas son las grandes columnas que sostienen la culturología asumida por PHU en los diferentes momentos de su vida, caminando por países del nuevo y el viejo mundo.  Según nuestro autor:

“Los españoles y los portugueses trajeron a América el drama europeo cuando todavía no abandonaba las formas de la Edad Media: representaciones religiosas, alegorías morales, farsas cómicas.  A medida que el drama se desarrolla en Europa, sus nuevas formas se transportan a las colonias de España y Portugal.  A fines del siglo XVI, las ciudades de México y Lima tenían teatros permanentes, donde se representaban obras, tanto de autores europeos como de autores locales.  Con el tiempo todas las ciudades importantes tuvieron teatros públicos.”  (Ver, Historia…”, pp. 53-54).

Esto en cuanto a caracterizar el teatro como tipo de institución y expresión cultural.  Por lo que toca a la música y la danza, la visión historiadora de Henríquez Ureña señala que:

“La música y la danza europeas, a poco de trasplantadas, producen formas nuevas: canciones y bailes como la gayumba, el zambajado, la chacona, que fueron adoptadas luego en Europa.  Durante los siglos XVI y XVII se cultivaron las formas polifónicas de la música, especialmente en la iglesia; desde alrededor de 1700 se componen óperas en México y en Perú; en 1750 se organiza la primera orquesta sinfónica en Caracas. El grupo sobresaliente de compositores es el venezolano del siglo XVIII; en él se distinguieron el P. Pedro Palacios Sojo, Lino Gallardo y José Ángel Lamas.” (ibídem.)

Para nuestro autor, los datos y los actos de creación vinculan arte y creación en contexto y desarrollo de las mentalidades creadoras de productos artísticos en el mapa continental, de suerte que la cartografía cultural de América se pronuncia en sus bordes y centros estéticos y artísticos.

¿Para qué ha ordenado y proyectado PHU una historia de la cultura de América, sus instituciones y sus creaciones artísticas? Lo que prometía ser la Historia… publicada luego de su muerte, era la consolidación de toda su obra americanista en lo concerniente a Lengua, Sociedad, Cultura, Arte, Educación, Política, Arqueología, Urbanismo, Leyes, Geografía, Estado y otros hilos conductores de la vida pública y privada de la América continental; puntos importantes revisitados muy a menudo en los diversos marcos de su obra humanística.