Desde su llegada, los españoles iniciaron, no solo una integración de productos, bienes y formas culturales al Nuevo Mundo, si no su propia presencia era de hecho una experiencia diferente para todos, los europeos y los residentes en la isla.

Lentamente se sumaron al proceso histórico, instrumentos de trabajo, alimentos, lengua, religión, culinaria, música, danzas, vestimentas, productos agrícolas, ganadería, instituciones, infraestructura, arquitectura, urbanismo público, parafernalia de la vida doméstica, juegos y divertimentos, mundo lúdico, entre otras expresiones de la vida social y cultural.

Con el tiempo muchas de estas manifestaciones culturales provenientes de Europa, terminaron conjugándose con las que encontraron en América, produciendo mestizajes diversos, préstamos, reciclajes, reinterpretaciones culturales y rechazos en muchos casos.

Los españoles de segunda y tercera generación nacidos en América, inician procesos de construcción y visiones del mundo ya afectadas por su lejanía con la Madre tierra, con sus ancestros familiares, pueblos, costumbres y tradiciones de origen, muchas de las cuales se reprodujeron en nuestra isla, como una forma de mantener los vínculos culturales ancestrales por parte de los españoles.

En la medida que el tiempo transcurría y dado que fuimos una sociedad colonial que respondía en sus esquemas de dominación a los intereses españoles, lo cultural era parte del proyecto de imposición colonial y por tanto había una política dirigida a ignorar, omitir o desconocer las costumbres y tradiciones culturales de los grupos sometidos a la explotación colonial, sean los africanos o los taínos.

El arroz que es muy popular en la dieta dominicana, no es de procedencia hispánica, vino vía la inmigración asiática. Los tubérculos y víveres muy demandados en el siglo XIX por nuestros campesinos, es de lugares disímiles como de África el ñame y el plátano, la yuca, yautía, batata, la encuentran los españoles en la isla, y la papa podría ser considerado una importación de Sudamérica.

En ese difícil momento de nuestra historia, muchas costumbres y formas culturales del colonizador fijaron raíces y se quedaron como base constitutiva de la población que residía en la isla, el criollismo del siglo XVIII, es el fenómeno que mejor explica estos cambios producidos en la colonia entre los pobladores procedentes de España, los que vinieron de África y los taínos que encontraron los españoles en la isla, sumándose como un todo integrado, las herencias madres en las estructuras mentales de sus pobladores y dando paso ya en el siglo XIX a una identidad con personalidad propia conocida entonces como la dominicana.

Es evidente que en la parte de la presencia hispánica en nuestro país hay una impronta definitoria; la lengua. Otros elementos importantes se hacen presentes en nuestra identidad que son de indudable procedencia hispánica como el componente dominante del catolicismo, aún en sus formas populares, pero domina en gran medida el alma espiritual del pueblo dominicano. Lo mismo podemos decir de algunos platos de la gastronomía dominicana que tiene semejanza a muchos de la gastronomía española como el cocido, las frituras de carne de cerdo y otros animales traídos a la isla por los españoles, dulces, guisos y butifarras que vinieron con el español, junto al aceite de oliva, las harinas y bebidas como el vino, entre otras.

Incluso se podría considerar que algunos platos sufrieron niveles de apropiación que lo redefinieron en la manera de ser cocidos, procesados y cocinados como el locrio que parece como si fuera la visión nuestra de la paella española.

El arroz que es muy popular en la dieta dominicana, no es de procedencia hispánica, vino vía la inmigración asiática. Los tubérculos y víveres muy demandados en el siglo XIX por nuestros campesinos, es de lugares disímiles como de África el ñame y el plátano, la yuca, yautía, batata, la encuentran los españoles en la isla, y la papa podría ser considerado una importación de Sudamérica.

Los bailes conservan una coreografía europea ligado a las danzas de salones como la contradanza, la tumba, el vals y otros que al ser imitados por los esclavos, cambiaron la cadencia, la base rítmica, no así su coreografía; sin contar que muchos de estos ritmos populares nuestros conservan melodías e instrumentos de origen español, como la guitarra, el más importante de los instrumentos musicales presente aun en la organología nacional y de principalía en los primeros años de la colonización, hacia el siglo XVI-XVII y XVIII.

Creencias, juegos infantiles, dimensión lúdica como el carnaval, sistemas adivinatorios como la mano y la baraja, vienen de esa Europa medieval que nos visitó junto al Almirante Cristóbal Colón en sus inicios, y que, articulado a otras creencias, leyendas, adivinaciones, juegos y divertimentos, formaron el imaginario popular dominicano con elementos de todas las culturas que nos han acompañado a través de la historia, y en la que la hispanidad tiene un capítulo importante en las estructuras mentales dominicanas.

Por lo tanto, la hispanidad es parte de una herencia indefectible del ser nacional, de la identidad cultural dominicana, que si bien muestra una debilidad en su representación y su cotidianidad, dominada por lo afroamericano (como eje articulador de la identidad dominicana), conserva algunos componentes de la hispanidad que ya no pueden ser denominados como tales, pues los ancestros, ya no son referentes inmediatos de las identidades construidas en más de cinco siglos de historia sociocultural, pues estas se han diluido todas en la dominicanidad, que es la mejor manera de representarnos, sin desconocer su esencia y aportes, pero sabiendo que están en su lugar de referencia, están entre nosotros, pero no somos ellas, sino una parte de ellas expresada en la dicotomía que nos presenta el dilema entre esencia y existencia.