Es posible que Trujillo no haya tenido nunca un rival, un enemigo potencial tan insidioso como su hermano Petán. José Arismendy Trujillo Molina, alias Petán, el tristemente famoso Petán.
Desde la escuela primaria había ganado fama de indisciplinado, desde su temprana juventud se había dado a conocer como cuatrero y en más de una ocasión estuvo preso por asesino y ladrón. Tenía, en fin todas las cualidades que caracterizaban al resto de sus hermanos, pero exacerbadas en grado extremo de una manera más burda, desenfrenada en grado extremo.
Era lo que se llama un incordio, en el amplio sentido de la palabra. Un bruto, un tipo retorcido, pustulento, vulgar, tóxico y podrido, traicionero, taimado, desvergonzado, intrigante, licencioso, un disoluto carente de todo tipo de escrúpulos, de freno moral, una persona, execrable, abyecta, intratable, insoportable, un lujurioso incurable, un violador, un abusador y un cobarde, como todos los abusadores. Y sobre todo desleal, traicionero, indigno de confianza. El peor de todos en muchos sentidos, como lo califica Almoina.
La bestia tuvo problemas con él casi toda la vida, y los problemas se agravaron desde que llegó al poder. En una ocasión lo nombró miembro de su cuerpo de ayudantes, quizás con el propósito de mantenerlo a soga corta y poderlo vigilar de cerca. Pero muy pronto tuvo que arrepentirse. Petán se valió de su posición y su apellido para cometer todo tipo de trapacerías: cometer fraudes, expedir cheques sin fondo, falsificar documentos, estafar incautos. La inconducta de Petán enlodaba el buen nombre de Chapita y éste se vio personalmente obligado a tomar medidas y lo expulsó deshonrosamente de su cuerpo de ayudantes, lo expuso a la pública vergüenza, la vergüenza que Petán ni tenía ni sentía.
Tiempo más tarde, en el año de 1935, Petán se ofendió con un funcionario que se negó a autorizar una transacción inmobiliaria que no cumplía con los requisitos legales correspondientes y le machacó a culatazos la cabeza con la pistola. El hombre fue a dar con pronóstico reservado al hospital, y el hecho volvió a provocar el enojo de su irascible hermano, pero no sería la última vez.
Petán decidió en algún momento alejarse prudentemente de los dominios del sátrapa en la capital y fundó su propio reino en Bonao. En esas tierras estableció lo que todo el mundo ha llamado un régimen feudal, reinventó el feudalismo, con un margen apreciable de autonomía.
Los hermanos Trujillo tenían en común, entre muchas otras cosas malas y otras peores, el amor a la tierra, a la tierra de otros sobre todo. La tierra ajena. No les gustaba pagar y no pagaban por ella, se adueñaban de alguna manera de una parcela, una porción de terreno y se iban expandiendo a costa de los vecinos, matando y amenazando, o ambas cosas, chantajeando, extorsionando, aterrorizando a los dueños por todos los medios posibles hasta que abandonaran sus propiedades o las cedieran por cifras irrisorias. A veces se expandían por una misma región y terminaban convirtiéndose en vecinos, como Chapita y Aníbal y el mismo Negro Trujillo que llegó a tener una de las más grandes y mejores propiedades de la familia y del país.
Pero Petán no se conformaba con riquezas y tierras, tenía un hambre mayor y mayor sed de poder, un deseo morboso de admiración y respeto y reconocimiento que por alguna razón creía merecer. Para satisfacer sus bajos instintos, empleó con éxito todas sus malas artes: instintivamente quizás supo canalizar sus ambiciones por el camino correcto y se hizo dueño de Bonao, de la Provincia Monseñor Noel, a unos sesenta kilómetros de la capital. Algo que le garantizaba hasta cierto punto mayor libertad de movimientos. Allí estableció durante casi treinta años un régimen de pesadilla, un gobierno doblemente opresivo, como decía la gente, una doble tiranía, la del generalísimo Chapita y la del general Petán. La villa de las Hortensias, como le llamaban entonces a Bonao, poéticamente, se convirtió en la villa del permanente desasosiego.
De la noche a la mañana, a base de pescozones, bofetadas, culatazos, expropiaciones, violaciones, abusos de todo tipo y ejecuciones, el petánico patán se convirtió en un señor reverenciado y sobre todo temido y aborrecido. Ya no era un simple cuatrero, un violador y asesino y asaltante de camino, era un señor de horca y cuchillo con uniforme de general. Alguien que se desplazaba en vehículos de lujo con un cuerpo de ayudantes civiles y militares que ponían distancia entre él y los comunes mortales que poblaban el mundo. Seguía siendo en el fondo y en la misma superficie un simple cuatrero, un violador y asesino y asaltante de camino, pero con título de general, uniforme de general y aires de nobleza, aires de dueño y señor. Eso cambiaba todo.
Era dueño y señor de Bonao y ejercía el poder en con mano de hierro, aunque también trataba de parecer simpático, de parecer culto y afable, de parecer poeta y declamador y orador. Cuando no estaba ocupado cometiendo alguna fechoría, fingía ser un mecenas, un padre para los pobres y necesitados. Nada sucedía en Bonao sin su consentimiento. Estaba al frente de todas las empresas, era el que inauguraba todas las construcciones, era el que construía las calles, el ispirador y el ejecutor de todas las obras de bien social, era miembro de todos los clubes, era el alma de todas las fiestas, era propietario de las mejores tierras y era prácticamente el dueño de todas las mujeres o pretendía serlo.
(Historia criminal del trujillato [40]. Cuarta parte).
BIBLIOGRAFÍA:
José Almoina, “Una satrapía en el Caribe”
Dr. Lino Romero, “Trujillo, el hombre y su personalidad”.
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator