Han quedado oficialmente restablecidas las embajadas de EE.UU en La Habana y de Cuba en Washington. El 20 de julio es ya una fecha histórica en las relaciones cubano estadounidenses. Pero se trata de un tema demasiado extenso y de cierta manera hasta anterior a la independencia de Cuba e intensificado en importancia a partir de la misma, como para considerar lo ocurrido esta semana como lo más trascendental.

Cuba fue proclamada como nación independiente en 1902, aunque poco después del Grito de La Demajagua en 1868 se organizó una República de Cuba en Armas. Sin embargo, la formación del Estado cubano se llevó a cabo bajo la dirección y supervisión de los gobernadores estadounidenses que gobernaron el país entre 1899 y 1902 después de la llamada Guerra Hispano Americana.  Al triunfar en ese conflicto con una nación europea (España), Estados Unidos se convirtió en una potencia mundial y no sólo en una de carácter regional como sucedió con su guerra contra México (1846-1848).

Desde 1898 hasta 1959 la influencia de Estados Unidos en Cuba fue sumamente poderosa. Es más, entre 1902 y 1934 el país estuvo sujeto a la llamada “Enmienda Platt” que permitía a la nación del norte intervenir en caso de producirse una seria situación de inestabilidad en la joven república cubana. De esa manera, Estados Unidos protegía sus vastos intereses económicos en la isla antillana.

El tema de estas relaciones se complica cuando se recuerda que desde principios del siglo XIX Estados Unidos era el principal socio comercial de Cuba, aún bajo la soberanía española. En varias ocasiones existió un fuerte movimiento anexionista en el país antillano y el interés de Norteamérica en esa materia fue evidente hasta los primeros años del siglo XX.

En cualquier caso, las relaciones diplomáticas entre las dos naciones, separadas sólo por noventa millas, se iniciaron en 1902 cuando Gonzalo de Quesada y Aróstegui, casi tan cercano a José Martí como don Federico Henríquez y Carvajal (a quien Martí llamaba “mi hermano”) fue designado Ministro de Cuba en Washington y Herbert G. Squiers se convirtió en el primer representante diplomático estadounidense en La Habana. En aquel entonces existían Legaciones y no Embajadas en las relaciones entre los dos países. Squiers invirtió la mayor parte de su tiempo protegiendo las cada día mayores inversiones norteamericanas en Cuba y los intereses económicos de la Iglesia Católica en ese país pues estos fueron afectados por la separación de la Iglesia y el Estado y esa institución religiosa estaba al borde de la quiebra.

Un interesante capítulo se abrió en 1913 cuando el Presidente Woodrow Wilson designó como Ministro en Cuba a William Elliot González, hijo de Ambrosio José González, un famoso cubano convertido al protestantismo en Estados Unidos y casado con una dama de la aristocracia sureña. González participó en actividades bélicas contra el dominio español a mediados del siglo XIX y llegó a ostentar el rango de coronel e inspector de fuertes en la costa del Ejército Confederado durante la Guerra Civil.  Su hijo William se convirtió en el primer cubanoamericano en representar a Estados Unidos en el extranjero, aunque con anterioridad el cubano Agustín Quintero representó más o menos extraoficialmente al gobierno confederado de Jefferson Davis en México.

En Cuba se conoció siempre a William Elliot González como “Mister González” o como “Mister Gonzales” según la pronunciación del apellido y este jugó un papel casi determinante en los acontecimientos ocurridos en Cuba durante el gobierno conservador del general Mario García Menocal, quien en buena parte sobrevivió su monumental fraude electoral para reelegirse gracias a los buenos oficios del ministro de Estados Unidos.

Fue durante ese período que se construyó el histórico edificio de tres plantas y con arquitectura francesa que ahora ocupa la Embajada cubana en Washington, entonces Legación de Cuba en Estados Unidos. La construcción se inició en 1916 y la Legación se instaló allí formalmente en 1917. El Ministro o jefe de misión de Cuba era nada menos que el doctor Carlos Manuel de Céspedes Quesada.

El ministro Céspedes Quesada, que inauguró el edificio, era hijo de Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo, a quien se le otorga en Cuba el título de “Padre de la Patria” y se sitúa en la cúspide de la historia del independentismo cubano junto al Generalísimo y Libertador Máximo Gómez, al Apóstol de la Independencia José Martí y al Lugarteniente General Antonio Maceo (“El Titán de Bronce”). De Céspedes Quesada, ocupó brevemente la Presidencia de la República de Cuba en 1933. De Céspedes y del Castillo, su célebre padre, había presidido la República de Cuba en Armas durante la guerra contra España, iniciada por él en 1868. Céspedes era un miembro de la aristocracia, Gómez era dominicano, Martí era hijo de españoles radicados en Cuba y llamaba a Santo Domingo “mi patria nueva” y los abuelos maternos de Maceo eran dominicanos. Su madre Mariana Grajales ha sido la mujer más admirada en la historia de Cuba.

El año 1923 fue importantísimo para las relaciones entre los dos países. El Presidente Alfredo Zayas, el personaje de mayor cultura en presidir a Cuba, políglota y orador de altos vuelos, historiador y poeta, fue un personaje decisivo en las relaciones cubano estadounidenses. Este hombre de gigantesca erudición, a pesar de la corrupción reinante durante aquella época y ser considerado por algunos un leguleyo como abogado y como político, mereció el título de “Restaurador de las Libertades Públicas” por haber concedido probablemente, durante su administración (1921-1925), el más alto grado de libertades ciudadanas existentes en el Hemisferio Occidental hasta ese momento y demostró ser un verdadero nacionalista aun dentro de las limitaciones de aquella época en Cuba y en la región antillana.

Entre otros actos en que demostró ser un verdadero maestro de la diplomacia, el doctor Zayas hizo que el poderoso enviado estadounidense general Enoch Crowder dejara de intervenir en la política interna del país por medio de una maniobra magistral. Elevó sin encomendarse a nadie la Legación cubana en Washington al rango de Embajada, obligando al gobierno estadounidense a restringir la participación de Crowder en asuntos cubanos al designarlo como embajador, lo cual le sometía a prácticas diferentes a la de un procónsul de un imperio.

Pues bien, el gobierno cubano desfiló por Washington a algunas de sus figuras más ilustres. Encabeza la lista, en importancia, el doctor Orestes Ferrara, uno de los grandes personajes de la etapa inicial de International Telephone and Telegraph (ITT), Coronel de la Guerra de Independencia de Cuba e historiador con cuarenta libros de historia publicados en Europa, entre ellos biografías de Maquiavelo, Alejandro VI, Maquiavelo, el Cardenal Contarini, “La Beltraneja: Un pleito sucesorio” y un reconocido estudio sobre la diplomacia veneciana del siglo XVI. Ferrara, entre otros cargos importantes, fungió como Embajador en Washington entre 1927 y 1932, cuando fue designado para la cartera de Exteriores (Secretaría de Estado).  Otro dato curioso,  Ferrara fue un apreciado amigo personal de Rafael Leónidas Trujillo Molina, a quien sirvió de manera extraoficial, en algún momento, como una especie de consejero. Por cierto, a Ferrara le sucedió en Washington uno de los grandes magnates del azúcar y los ferrocarriles en Cuba, Oscar B. Cintas.

Tan importante era la Embajada en Washington para la política cubana que, al menos por un tiempo, el Embajador era también miembro del gabinete presidencial. Eso ocurrió en 1933-1934 después del derrocamiento del Presidente Gerardo Machado, que como uno de sus sucesores, Fulgencio Batista, terminó su mandato refugiándose en Santo Domingo. El cubano que fungió a la vez como Embajador en Washington y como miembro del gabinete presidencial fue el notable periodista Manuel Márquez Sterling, que alcanzó fama continental por intentar salva como Ministro cubano en México la vida al Presidente  Francisco Madero. Márquez Sterling fue el autor del libro “Los últimos días del Presidente Madero”.  Su hijo Carlos Márquez Sterling presidió la Convención Constituyente que redactó la Constitución cubana de 1940.

Otro dato curioso, en el primer gobierno de Fulgencio Batista (1940-1944) la Embajada en Washington estuvo a cargo del doctor Aurelio Fernández Concheso, una de las personas más cercanas al gobernante y que desempeñó, al mismo tiempo los cargos de Embajador en Estados Unidos y en la Unión Soviética.

Por la Embajada cubana en México han desfilado otras figuras tan notables como el celebérrimo abogado Luis Machado, autor de la obra definitiva sobre la famosa Enmienda Platt y del libro “Cuba la Isla de Corcho”, sólo superado por “Cuba la Isla Fascinante” del profesor Juan Bosch. La Embajada de Cuba en la ciudad del Potomac le correspondió también a Miguel Angel de la Campa Caraveda, funcionario de altísimo rango que dirigió la diplomacia cubana en el mundo por mucho tiempo. El prestigioso arquitecto Nicolás Arroyo fue el último embajador en la era de Batista, la cual finalizó en 1958.

Al llegar al poder en 1959, el gobierno revolucionario instaurado bajo el liderazgo del doctor Fidel Castro designó Embajador Extraordinario y Plenipotenciario en Washington al doctor Ernesto Dihigo y López Trigo que había ocupado en otros gobiernos los más altos cargos diplomáticos y representado a Cuba en las Naciones Unidas a mediados de la década de 1940. En la Asamblea General de las Naciones Unidas, Dihigo se opuso a la partición de Palestina, lo cual le ganó fama y una polémica al mismo tiempo. Dihigo dirigió por muchos años la Academia Cubana de la Lengua, Correspondiente de la Española hasta 1988 y fue el autor de “Los cubanismos en el Diccionario de la Real Academia Española”.  El primer libro de esa naturaleza lo escribió en 1836 don Esteban Pichardo y Tapia, nacido en Santiago de los Caballeros y considerado el más importante geógrafo en la historia de Cuba.

Retomando la tradición diplomática en Washington, esta fue interrumpida por la ruptura de relaciones diplomáticas con Cuba decretada por el Presidente Dwight D. Eisenhower el 3 de enero de 1961. El último embajador estadounidense en La Habana fue Philip Bonsal, diplomático de carrera. Dihigo fue el último diplomático con rango de Embajador cubano en Washington.

Cuba sería representada en la capital estadounidense, desde 1961, por la República Socialista de Checoeslovaquia hasta ser reemplazada más adelante por la Confederación Helvética (Suiza) que se había hecho cargo de la representación estadounidense en La Habana desde el rompimiento. Durante la administración del Presidente Jimmy Carter se estableció en La Habana una Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana y una Sección de Intereses de Cuba en Washington el 3 de junio de 1977 y así llegamos a la fecha del 20 de julio del 2015 y la reanudación de relaciones.

Con el restablecimiento de las embajadas y la designación de Encargados de Negocios, cuestión pendiente del nombramiento de Embajadores, que pudiera demorar, se abre una nueva etapa en las viejas relaciones cubano estadounidenses. Ahora sólo corresponde esperar antes de intentar aproximarnos a lo qué sucederá en un futuro todavía incierto, quizás prometedor.