Afincado entre las ruinas de una Habana que apuntala su decir, Antonio José Ponte (Matanzas, 1964) viene produciendo desde principios de los años noventa una literatura incómoda que no compagina con la pedagogía del nacionalismo cubano. En su libro La fiesta vigilada, este excelente autor oriundo de Matanzas indaga en los vericuetos de la ciudad revolucionaria para poner en evidencia sus modos contradictorios de perpetuación. En La fiesta vigilada, la mirada del narrador se detiene en el espacio de una Habana sitiada en su impredecible historicidad, una ciudad cuya arquitectura ruinosa remite tanto a la inmediatez de los usos del poder como a las tribulaciones del sujeto por inscribir sus señas en el terreno de lo político.

El texto lo integran cuatro historias hábilmente imbricadas por las experiencias de un autor víctima de la censura. El tema se aborda a partir de múltiples ángulos que van desde ejemplos tomados de la ficción literaria con el empleo del clásico de Graham Green Our Man in Havana (1958), hasta aquellos que provienen de momentos oscuros en el acontecer cultural cubano de la Revolución, como es el caso de las intrigas en torno al documental PM (1961), que le costó el exilio a Sabá Cabrera Infante, Orlando Jiménez Leal y Néstor Almendros, y la caída en desgracia y eventual entronización como gloria nacional de un "viejo escritor", a todas luces Antón Arrufat. Aparte de estos recursos, La fiesta vigilada exhibe también claros ribetes autobiográficos. Por ejemplo, el narrador ha pasado una temporada en Portugal y regresa a Cuba, tal y como hiciera el propio Ponte a mediados de los noventa cuando fue becado para visitar dicho país. Otro aspecto de la vida del autor incorporado a la narración en sus detalles más nimios es la historia de su expulsión, en 2003, de la Unión de Escritores y Artistas Cubanos (UNEAC) a raíz de su colaboración con la revista Encuentro de la Cultura Cubana, dirigida desde México por Rafael Rojas.

Susan Sontag, Sartre, Georg Simmel, Marc Augé, Heinrich Böll, María Zambrano y Jean Cocteau son otros nombres conocidos que resuenan en la esmerada prosa que caracteriza La fiesta vigilada. El recurso de la cita de este conjunto de pensadores sirve el propósito de legitimar la "teoría de las ruinas" con que el narrador procura interpretar los signos de una Habana que se transforma a fuerza de derrumbes y que si "avanza en algún sentido es hacia su allanamiento". La fiesta vigilada es a mi entender el más completo y atrevido de los proyectos literarios de Antonio José Ponte.