ATLANTA – Aunque tiene una capacidad aparentemente infinita para la venganza, sería un error interpretar la decisión del presidente estadounidense Donald Trump de quitarle al exdirector de la CIA, John Brennan, la autorización para acceder a información confidencial como su última vendetta por un crimen de lesa majestad y nada más. Es verdad que Brennan prácticamente calificó a Trump y a su conducta (incluidas sus conexiones con Rusia) como una amenaza a la seguridad nacional. Pero la jugada de Trump no es sólo una devolución personal. El cachetazo a Brennan (último golpe en una serie de ataques a la comunidad de inteligencia que ya lleva dos años) es preanuncio de más medidas que tomará en su intento de someter a los organismos de espionaje.
Lo peor para la salud de las democracias de Occidente es que otros populistas están siguiendo el ejemplo de Trump. En Europa, varios partidos de derecha llegados al poder han puesto en la mira a sus anteriores adversarios en los organismos públicos que vigilaron su extremismo durante décadas.
El gobierno populista de Austria está intimidando, silenciando y purgando a los servicios de inteligencia. En febrero, por orden del populista ministro del interior, la policía austríaca allanó la principal agencia de inteligencia del país, precisamente la organización encargada de vigilar el extremismo de derecha. (No olvidemos que el Partido de la Libertad, socio de coalición en el gobierno del canciller austríaco Sebastian Kurz, fue fundado por exoficiales de las SS).
¿Qué pretexto se dio para el allanamiento y la posterior destitución de altos funcionarios de la inteligencia austríaca? Que la agencia tenía en marcha una operación contra Corea del Norte.
Seguramente Trump querría poder sacar de la galera un acto similar que le permita detener la investigación en su contra que dirige Robert Mueller y someter a todas las agencias de inteligencia de los Estados Unidos. Admirador de líderes fuertes y “efectivos”, Trump es afecto a ukases y al desprecio descarado de los procedimientos legales. Es casi seguro que estará muy atento mientras la investigación (motorizada por los servicios de inteligencia) de una posible colusión entre su equipo de campaña y Moscú en 2016 vaya cerrando el cerco en torno de él.
Lo que vuelve tan preocupante que Trump le haya revocado la autorización a Brennan es esta combinación de interés propio y desprecio de las leyes. Esas autorizaciones se rigen por normas claras: el presidente puede impedir el acceso a secretos oficiales a personas que hayan expuesto información clasificada o se encuentren en riesgo de hacerlo.
Es evidente que Brennan no hizo nada de eso, y de hecho Trump lo admite. En algún lugar de su farragosa explicación, la Casa Blanca dijo que el motivo de la revocación era la conducta “errática” de Brennan, una acusación que sería ridícula si no fuera tan grave.
Trump ignoró abiertamente las leyes (incluidas las que rigen para los servicios de inteligencia estadounidenses) que juró cumplir fielmente. Es lo que dijeron la semana pasada once ex directores y subdirectores de la CIA, junto con 70 ex altos funcionarios de la agencia (entre los que me incluyo), que denunciaron la inédita revocación como un ejemplo de coerción política y acusaron a Trump de abusar de sus poderes presidenciales, poner en riesgo la seguridad nacional y atentar contra la libertad de expresión de funcionarios y exfuncionarios. Y como para dejarlo más claro, la Casa Blanca dijo que Trump tiene intención de ordenar más revocaciones, incluso contra una ex asesora de seguridad nacional y una ex fiscal general adjunta de los Estados Unidos, además de exdirectores de organismos nacionales de inteligencia, la CIA y la Agencia de Seguridad Nacional.
La lista de afectados no es casual. Los que están en la mira han supervisado las actividades de obtención y análisis de datos en las que se basó la conclusión de la comunidad de inteligencia de que Rusia interfirió en la elección de 2016, posiblemente complotada con el equipo de campaña de Trump. Los ataques de Trump a las comunidades de inteligencia y fiscalización de las leyes quedan bien ante sus seguidores, así que es muy posible que insista en estas muestras de demagogia. Pero con su disposición a usar los poderes presidenciales como un arma política descaradamente partidista, Trump ha incursionado en un terreno donde ningún estadounidense querría verlo entrar.
Para entender por qué sólo hay que ver el daño provocado en Austria por el allanamiento al servicio de inteligencia. Si bien la legalidad del acto la determinarán en última instancia los tribunales austríacos, los efectos ya son evidentes. En el allanamiento la policía se llevó archivos cuya incautación dejó básicamente inoperante al servicio de inteligencia y generó dudas entre sus homólogos en países aliados sobre la confiabilidad de los austríacos. Las operaciones internas están paralizadas, y lo mismo el intercambio de datos con países europeos.
Washington no es Viena, pero aun así hay que prestar mucha atención a los paralelismos. Los ataques de Trump a la comunidad de inteligencia y a sus exdirectores son algo inédito, y sería ingenuo no dar importancia al efecto que tendrán, no sólo en la jefatura actual de los organismos, sino también en los empleados rasos que hacen el trabajo, difícil y a menudo peligroso, de obtención y análisis de datos. Por eso es tan importante respetar las leyes que habilitan (y restringen) la labor de las agencias de inteligencia y que sostienen la independencia política y la integridad de sus funcionarios.
Lo sucedido en Austria debería obrar de advertencia. El buen funcionamiento de las democracias demanda que los gobiernos sean transparentes y responsables ante la opinión pública. Tratándose de la supervisión de organismos de inteligencia que deben proteger sus fuentes y sus métodos, esto implica dificultades obvias. Pero también son obvios los riesgos implícitos en que los políticos infrinjan, en vez de respetar, las normas que controlan la integridad de sus servicios de inteligencia, riesgos que pueden afectar incluso al proceso democrático mismo.
En última instancia, Brennan no es la única víctima de la acción injustificada y revanchista de Trump. Las víctimas son todos los estadounidenses, cuando dirigentes nacionales anteponen sus intereses a los del país y corrompen el sistema político que juraron defender.
Traducción: Esteban Flamini