La horrorosa violencia de ISIS (EI) en Siria, Irak, Libia, París, San Bernardino y contra un avión ruso, son acciones de fanáticos religiosos extremistas, quienes creen que actuando así cumplen con órdenes de origen divino.
Lamentablemente eso no es nuevo. Dentro de la propia fe cristiana Papas de principios del siglo pasado mandaron a niños en cruzadas a la Tierra Santa a combatir a unos musulmanes quienes consideraban a los cristianos como idólatras, adoradores de cuadros y estatuas, cuando la fe musulmana prohíbe representaciones de Alá o del profeta Mahoma. Más cercano a nuestra hispanidad, durante la Inquisición se quemaban en hogueras a aquellos considerados herejes. Todo para cumplir con Dios.
¿Cuál es el origen de esta nueva secta radicalizada dentro de una religión pacífica como la que estableció Mahoma pocos años después de la muerte de Cristo y en la misma zona donde se originó tanto el judaísmo como el cristianismo? Comienza con la fundación de la hermandad musulmana en las cárceles egipcias hace unos setenta años y fue estimulada luego por el financiamiento para la expansión de ideas similares por parte de la familia real de Arabia Saudita, perteneciente a la secta radical de los salafistas wahabies. Sus amplísimos fondos, originados por la voracidad del mundo occidental por el petróleo que extraen en sus desiertos, nutrieron y nutren la enseñanza de esas ideas en las escuelas coránicas (madrazas) de Arabia Saudita, Siria, Irak y hasta en la Chechenia rusa. A esto habría que agregar el tremendo error del presidente Bush hijo de invadir a Irak, destruir a un gobierno esencialmente seglar, el de Hussein, así como también a su ejército, la única fuerza con potencial de estabilización en ese país. Muchos oficiales de las hoy tropas jihadistas en Siria son ex oficiales de ese ejército. Más aun, en vez de colocar a un gobierno que conciliara a sunitas y chiitas, los norteamericanos apoyaron un régimen de chiitas contra sunitas. El apoyo norteamericano a Israel en su conflicto con los palestinos agrega leña al fuego. El resultado de todo esto ha sido un nuevo Estado Islámico (ISIS), los jihadistas y su califato que ya controla territorios en Siria, Irak, Libia, Yemen y partes de África, con mucho mayor poder que el Al Qaeda de ayer.
Para otros, incluyendo Vladimir Putin, presidente de Rusia, ha surgido en Irak y Siria una mafia que comercializa el petróleo que para subsistir requiere de un ejército protector y para eso utiliza a ISIS como cabeza de cañón.
Pero el grueso de la población musulmana del mundo, ubicado en Indonesia, Turquestán, Uzbekistán, Kazakstán, Kuwait, Qatar, los Emiratos, Malasia, Jordania, el Líbano, Egipto, Túnez, Marruecos, las Filipinas, Argelia, Turquía, Bosnia, Albania, Bangladesh, Omán, etc. no se ha radicalizado.
¿Qué hacer? La solución es una combinación de acciones militares y políticas. Lo que más desean los jihadistas es que Estados Unidos y otros países de Oriente envíen tropas a luchar contra ellos, pues eso estimularía aun más a sus seguidores. Eso no es recomendable, Pero ninguna guerra se gana solamente bombardeando. Serian tropas musulmanas las que tendrían que luchar contra los jihadistas en Siria, Irak y Libia, como tan eficientemente lo hacen hoy día los kurdos. Son los musulmanes no radicalizados los que tienen que vencer a los radicalizados, aun reconociendo que chiitas no lucharán contra chiitas ni sunitas contra sunitas. También hay que eliminar las fuentes de financiamiento con que hoy cuenta el Estado Islámico, incluyendo sus exportaciones de petróleo a través de una Turquía corrupta.
¿Por qué gente joven norteamericana nacida cristiana va a Siria a luchar? Es un país donde la televisión, el cine y hasta los juegos infantiles estimulan la violencia y por eso se sienten atraídos hacia ella. A los huraños que nunca han tenido novias les garantizan esposas, pero al extremismo de ISIS hace juego el de la derecha republicana norteamericana al bloquear todo esfuerzo por prohibir la venta de las armas de guerra con las que los jihadistas norteamericanos asesinan en los propios Estados Unidos.
El asesinato por convicción religiosa lamentablemente se mantiene aun en el siglo XXI.