HACE UNOS días, el Canal 10 de la televisión israelí transmitió un material de investigación sobre el ataque de Israel al Líbano en 2006, conocido como la “Segunda Guerra del Líbano”.

Aunque no es muy profundo, proporciona una buena imagen de lo que realmente ocurrió. Los tres principales protagonistas israelíes hablaron libremente.

La imagen era muy preocupante, por decir lo menos. Se podría decir que resultó alarmante. La principal conclusión es que todos nuestros líderes en aquel momento se comportaron con irresponsabilidad flagrante, unida a la estupidez.

PARA RECAPITULAR: “Líbano II” duró 34 días, desde el 7 julio hasta el 14 de agosto de 2006.

Fue provocada por un incidente fronterizo: las fuerzas de Hezbolá en el sur del Líbano cruzaron la frontera y atacaron a una patrulla de rutina israelí. El objetivo era capturar soldados israelíes con el fin de efectuar un intercambio de prisioneros, la única manera de conseguir que el gobierno israelí liberara prisioneros árabes.

En el ataque, dos soldados israelíes fueron arrastrados a territorio libanés. Todos los demás murieron. Nos dijeron que los cautivos se suponían vivos. La película muestra que el comando del ejército supo inmediatamente que al menos uno de los cautivos estaba muerto, y que el segundo se suponía que también había muerto. De hecho, ambos murieron en la acción.

La reacción habitual ante un incidente de este tipo es un ataque de represalia “para restaurar la disuasión”, como el bombardeo a una base de Hezbolá o a un pueblo libanés. Pero no fue así esta vez. El gabinete israelí comenzó una guerra.

¿Por qué?

La historia de la TV no ofrece una respuesta convincente. La decisión fue tomada de inmediato, después de un mínimo de deliberaciones. Uno tiene la sensación de que las emociones y ambiciones personales desempeñaron un papel importante.

LA INVESTIGACIÓN de la televisión consiste casi exclusivamente de los testimonios de las tres personas que realmente tomaron la decisión y dirigieron la guerra.

El primero fue el primer ministro. Ehud Olmert había llegado a su oficina sólo unos meses antes, casi por accidente. Él había sido viceprimer ministro bajo Ariel Sharon, quien le había dado este título vacío como compensación por no otorgarle un ministerio serio. Cuando Sharon cayó súbitamente en un estado de coma permanente, Olmert se las arregló, hábilmente, para sucederle en el cargo.

A lo largo de su vida adulta Olmert había sido un funcionario político, leal a nadie, saltando de fiesta en fiesta y de patrón a patrón; del Knesset a la municipalidad de Jerusalén y de nuevo al parlamento, hasta que logró la ambición de su vida: la oficina del Primer Ministro.

En todo ese tiempo no reunió ninguna experiencia militar. Logró eludir el servicio militar real, y al final, hizo algún servicio acortado en el departamento judicial del ejército.

El ministro de Defensa, Amir Peretz, tenía aún menos experiencia militar. Un activista laboral de profesión, el ex secretario general de la gigante sindical Histadrut se convirtió en el líder del Partido Laborista. Cuando su partido se unió al nuevo gobierno de Olmert, Peretz pudo elegir un ministerio, y se llevó el más prestigioso: Defensa.

Esta combinación de dos líderes del gobierno sin ninguna cualificación militar es inusual en Israel, un país perpetuamente en guerra. El país entero se echó a reír cuando Peretz fue sorprendido por un fotógrafo en un ejercicio militar siguiendo la maniobra a través de prismáticos con las tapas de las lentes puestas.

La tercera persona del trío fatídico, el Jefe de Estado Mayor, Dan Halutz, se suponía que compensaría las deficiencias militares de sus dos superiores civiles. Él era un soldado profesional, un oficial con buena reputación. Pero, por desgracia, era un general de la fuerza aérea, un expiloto de combate que nunca había dirigido tropas de tierra.

En Israel, todos los jefes de Estado Mayor anteriores habían venido de las fuerzas de tierra, tenían experiencia en la infantería o como comandantes de tanques. El nombramiento de Halutz en este cargo fue muy raro. Las malas lenguas insinuaron que el exministro de Defensa, una persona de origen judío-iraní, había preferido a Halutz porque su padre también era un inmigrante de Irán.

Sea como fuere, el Jefe de Gabinete, con menos de un año en el cargo, no estaba cualificado para liderar una fuerza sobre de tierra.

Por lo tanto, sucedió que los tres líderes de la Segunda Guerra del Líbano eran nuevos en el cargo, y bastante poco experimentados en la dirección de una guerra terrestre. Dos de los tres carecían de experiencia alguna en asuntos militares.

El Jefe de Estado Mayor tuvo otra fatalidad. Se supo que pocas horas después de la decisión de ir a la guerra, y antes de que se disparara el primer tiro, él había dado instrucciones a su agente de bolsa para que vendiera sus acciones. La historia de la televisión alega que tenía la intención de dar esa instrucción desde algunos días antes, cuando nadie soñaba con una guerra, y que por alguna razón técnica se había producido un retraso. Pero, al igual que la foto de Peretz con los prismáticos tapados, el caso de Halutz con las acciones arrojó una sombra sobre ellos.

Olmert había sido acusado de aceptar sobornos y de haber cometido otros delitos, y había sido condenado a prisión, en espera de la apelación.

LA GUERRA del Líbano II estuvo precedida 24 años antes por la Primera Guerra del Líbano, que fue dirigida por el ministro de Defensa, Ariel Sharon, bajo los auspicios de Menahem Begin.

Había un objetivo definido para esta guerra, un plan operativo claro y un liderazgo militar y político eficiente. Terminó, por supuesto, en un desastre, cuando la masacre de Sabra-Shatila conmocionó al mundo.

Después de esta atrocidad, se creó una comisión de investigación y Sharon fue despedido del Ministerio de Defensa (pero no del gobierno). Los comandantes militares fueron sancionados.

A pesar de esto, en Israel la campaña bélica se consideró un brillante logro militar. Sólo unos pocos se dieron cuenta de que se trataba de un desastre militar: en el frente oriental, frente a Siria, ninguna unidad israelí alcanzó su objetivo prescrito, mientras que en el frente occidental, las tropas israelíes llegaron a Beirut sólo después del plazo establecido, rompiendo el alto al fuego impuesto por la ONU. (Fue entonces cuando conocí a Yasser Arafat, en la parte occidental de la ciudad sitiada.)

La Guerra del Líbano I tuvo un efecto imprevisto y duradero. Las tropas palestinas fueron erradicadas del país y reubicadas en Túnez (donde Arafat continuó la lucha hasta el acuerdo de Oslo), pero en vez de la amenaza palestina, otra, mucho peor, creció en el Líbano. La población chií, hasta entonces aliada de Israel, se convirtió en un enemigo mortal y muy eficiente. Hezbolá (el “Partido de Dios”) se convirtió en una fuerza política y militar potente, lo que finalmente condujo a la Segunda Guerra del Líbano.

PERO, CON TODO, la Guerra del Líbano I fue una obra maestra estratégica frente a la Segunda Guerra del Líbano.

En Líbano II no había un plan operativo en absoluto. Tampoco hubo un claro objetivo de guerra, un requisito para cualquier operación militar exitosa.

La guerra comenzó con un bombardeo masivo de civiles, así como de objetivos militares, centrales eléctricas, carreteras y pueblos ‒la concreción del sueño de un general de la Fuerza Aérea.

Se tomaron decisiones, y se revocaron; se iniciaron operaciones, y se cancelaron. Los objetivos fueron bombardeados y destruidos sin ningún fin, excepto para aterrorizar a la población civil y “sembrar con fuego en su conciencia” la lección de que no valía la pena provocar a Israel.

Hezbolá reaccionó aterrorizando a ciudades y pueblos israelíes con misiles. A ambos lados, las bajas y la destrucción aumentaron. El Líbano del sur y el centro, por supuesto, fueron las zonas que sufrieron más.

Cuando Hezbolá no capituló, la presión en Israel creció a favor de un ataque terrestre. Pero no condujo a nada. Después de que la ONU decretó un alto el fuego, los dirigentes israelíes decidieron hacer un último esfuerzo y lanzaron un ataque por tierra después de la fecha límite: 34 soldados israelíes murieron por gusto.

Una gran parte de la operación se llevó a cabo por soldados de la reserva que fueron llamados a las filas precipitadamente. Cuando los reservistas llegaron a sus bases, se encontraron las tiendas de emergencia permanentes vacías de muchos materiales de guerra esenciales. Siendo civiles uniformados se quejaron en voz alta. Obviamente, el mando del ejército había descuidado los almacenes durante años. Igual ocurrió con el entrenamiento: muchas tropas de reserva no habían pasado en años sus sesiones anuales de entrenamiento.

Cuando el fuego se detuvo, finalmente, los logros del ejército israelí ascendieron a nada. Algunas aldeas libanesas inmediatas a la frontera fueron conquistadas, y tuvieron que abandonarse de nuevo.

ESTA VEZ, los fracasos no se pudieron ocultar. Se creó una comisión civil de investigación que condenó al liderazgo. Peretz y Halutz tuvieron que dimitir, Olmert fue acusado de corrupción al poco tiempo y también tuvo que renunciar.

Desde el punto de vista del gobierno de Israel, Líbano II aportó algunos logros.

Desde entonces hasta hoy, la frontera entre Líbano e Israel se ha mantenido relativamente tranquila. Si hubo algún objetivo perceptible para la guerra, ese fue aterrorizar a la población civil del Líbano mediante la destrucción generalizada y el asesinato. Sin duda, esto se logró. Hassan Nasrallah, el destacado líder de Hezbola (que fue nombrado después de que su mucho menos capaz predecesor fue “eliminado” por el ejército israelí en un “asesinato selectivo”) admitió públicamente, con inusual franqueza, que no habría ordenado la toma de prisioneros si hubiera previsto que eso iba a dar lugar a una guerra.

Sin embargo, escuchando a los tres líderes israelíes en el programa de TV, a uno lo golpea la incompetencia flagrante de los tres. Empezaron una guerra en la que murieron cientos de israelíes y libaneses, y se destrulleron casas sin ninguna razón válida, en una guerra conducida sin un plan claro, y en la que se tomaron decisiones sin el conocimiento necesario. Cuando hablaron en la televisión mostraron muy poco respeto por los demás.

Un israelí que escucha estos testimonios se ve obligado a preguntarse: ¿Es cierto esto para todas nuestras guerras, las pasadas y las futuras? ¿Han ocultado esto hasta ahora mediante la censura y un acuerdo parae mantenerlo en silencio?

Y la pregunta mucho más importante: ¿No ha sido esto cierto para la mayoría de las guerras de la historia, desde el antiguo Egipto y Grecia hasta ahora? Ya sabemos que la Primera Guerra Mundial con sus millones de víctimas fue iniciada por políticos idiotas y ejecutada por militares incompetentes.

¿Está condenada la humanidad a sufrir eternamente? ¿Es esto todo lo que nosotros, los israelíes, podemos esperar, otras guerras llevadas a cabo por el mismo tipo de políticos y generales?