El hombre es tan dichoso de contar con un hábitat como el Planeta Tierra, que debiera tener mayor compromiso con la naturaleza que compone todo lo que éste encierra, animado e inanimado, sobre y dentro de su todo integral. Pero, no es así, el hombre se ha enseñoreado sobre la superficie del orbe adueñándose de todo lo que le ha sido y le podría ser útil para los fines de acumulación de poder político o riqueza material. La agresión de la minería y la deforestación ha sido inmisericorde. La extracción de todo tipo de material para fines de convertirles en agregados para la construcción y la industria, no ha respetado ríos, océanos, montañas, mares, lagos o lagunas. Sus emisiones de gases y humo, han convertido nuestro oxígeno en un gas casi irrespirable, la troposfera, esa primera capa de nuestro manto atmosférico en donde navegan nuestras naves de transporte aéreo, en donde se produce el clima, los vientos y las tormentas, ha sido afectado y agredido por las emanaciones de gases y al punto de producir distorsiones climáticas de inimaginables consecuencias.
El hombre necesita detenerse y reflexionar sobre las consecuencias de sus acciones durante milenios, sobre la faz de la tierra. Hasta ahora, la ingratitud ha colmado la conciencia del individuo humano, olvidándose de que el planeta es su casa grande y al parecer, el único en esta galaxia con capacidad de albergarle a plenitud. La ingratitud conduce al deterioro y en cambio la gratitud, conduce a la grandeza. Si el hombre fuera cultivador de la gratitud para con el Planeta, otra fuera la historia sobre las catástrofes que nos afectan y nos alertan casi a diario.
Lo que posee el Planeta, es más que suficiente para vivir sobre él, incursionar a su interior y sobre volar su estratósfera en busca de nuevos horizontes, pero se ha trabajado para la tristeza, no para la alegría y por ello hemos cosechado caos e incertidumbre. El hombre como criatura amada por su creador, tiene que trabajar para que la paz reine sobre el caos y la incertidumbre, haciéndose más humilde, para poder arribar al agradecimiento. La suma de las cosas buenas que se producen en la vida, son el fundamento de la felicidad. Es un estado de ánimo que no lo produce la riqueza, porque ella no es la esencia de la felicidad. Lo que hemos hecho al planeta, ofende a las fuerzas misteriosas que controlan a la naturaleza.
La otra cara de la moneda la veo en la agresión e ingratitud del hombre a su prójimo. La historia humana está llena de episodios trágicos de conflictos entre los de una misma especie. Se necesita un cambio desde la familia, construyendo los valores humanos sobre la crianza de los hijos, porque mientras más agradecidos seamos, mayor poder de abstracción tendremos para sumar adeptos al agradecimiento. Agradecer por la dicha de tenernos cerca, de poseer amistades y compartir la vida, termina atrayendo felicidad múltiple. En cambio, si te amargas por lo que no tienes y tienen otros, entonces, nunca alcanzarás saciar suficientemente tu ambición. La felicidad no depende de la conformidad ni de la falta de ambición, más bien depende, de agradecer lo que tienes, para poder abrir las puertas a lo que no tienes y mereces. Muchos, siendo felices no llegan a conocer el agradecimiento, pero solo él puede dar felicidad duradera, porque el poder de la gratitud no se puede medir con medidas humanas.
Como profesor, agradezco a mis estudiantes su presencia en el aula en donde predico, porque con ellos aprendo mucho más de lo que intento ensenarles. Esa actitud, me ayuda frente a ellos de manera tal, que cuando cometo algún error, se produce un resultado favorable, porque me puedo sincerar y dar gracias por las vivencias de cada jornada de aprendizajes mutuos. No valido desaprovechar lecciones importantes de la vida profesional o comunitaria, ello me fortalece para desarrollar mi visión positiva del porvenir.
Agradezco a mis padres la enseñanza -entre otras muchas- de no pretender necesitar más de lo que ellos me podían facilitar para ir a la escuela o para asistir a la universidad. Esa enseñanza me permitió ayudarles con mi actitud siempre comprensiva y colaborativa para con el todo familiar, eso me ha premiado, no solo con lo material sino también en lo interior. Esa es una riqueza inestimable, porque intrínsecamente, reconforta y nos lleva a salirle barato a la vida. De niño -a mis padres- siempre le pedí cosas, pero, estuve consciente de sus posibilidades, como para dales las gracias por todo lo que me habían dado y quizás por esa razón, siempre me sentí su preferido entre los ocho hijos que criaron, siendo yo, el número cuatro.