En muchos países del mundo, especialmente aquellos que muestran índice de desarrollo humano avanzado, sean o no una potencia económica, política o militar, el periodismo se ejerce de una forma muy diferente a como se hace aquí.

Es más independiente, no sujetos a las amenazas del poder, es investigativo, no se vende al mejor postor y ante todo, cuidan sus fuentes. Son países donde los gobiernos no tienen espacio para influir en las opiniones de nadie y mucho menos para intentar siquiera sobornar periodistas o chantajear a los dueños de los medios que sean adversos a sus intereses.

¿Se imaginan al Presidente Barack Obama amenazando a la Cadena de Noticias Fox o a algunos de sus periodistas, por las severas críticas e insultos que se vierten en su contra las 24 horas del día?  ¿O quizás ofreciéndole dinero u otras prebendas para que moderen su lenguaje? Eso podría implicar un juicio político y hasta la renuncia del Presidente de los Estados Unidos.

Pero aquí sucede todo lo contrario. En países como el nuestro, cuando aparece algún periodista con deseos de volar demasiado alto, de inmediato le apuntan con una escopeta y le disparan, unas veces para darle en el corazón, como ha sucedido en muchas ocasiones y otras simplemente para asustarlo. Un tiro de advertencia para que aterricen.

Ya en tierra y si intentan volar de nuevo, buscan la forma de cortarle las alas, haciéndolo rico con dinero público, ofreciéndole un buen cargo en el exterior o simplemente buscando que lo saquen del medio donde trabaja cerrándole todas las puertas. En este punto ya los RD$7,000 millones que se gastan en prensa no son suficientes y entra en juego el poder político, usando el chantaje y la amenaza.

¿Qué periodista dominicano se atreve a volar alto en esas condiciones? ¿Cuáles pueden sobrevivir manteniendo su independencia de criterio a un control gubernamental tan estricto sobre la prensa, como el que se ejerce en este país?

Muy pocos. Se pueden contar con los dedos de las dos manos. Y uno de ellos, uno de los más sobresalientes y admirado por nuestra sociedad, lleva el nombre de Juan Bolívar Díaz Santana.

Ha volado siempre alto sobre todos los gobiernos y no hay nada que lo presione o lo asuste para que aterrice, ni dinero en el mundo para cortarle sus alas.

Lo conozco desde hace décadas y jamás ha cambiado su forma de pensar, su independencia critica, su honestidad a toda prueba, su integridad como profesional del periodismo, sus valores personales y su gran aporte a la sociedad durante los 44 años ejerciendo su trabajo.

Hablar del periodista, del escritor, del director de medios, del fundador de varios programas radiales y televisados y del defensor de las grandes causas sociales, son insuficientes para medir la estatura de Juan Bolívar como persona. Todo eso se queda corto ante su pasión por la verdad, su sencillez, su valentía y su coraje, especialmente en aquellos momentos difíciles del balaguerismo.

Esos momentos hay que vivirlos, sentirlos, sufrirlos en carne propia, lo que no siempre queda impreso en una hoja de vida.

Quisiera poseer el dominio de la prosa de Andrés L. Mateo, para describir la humanidad de Juan Bolívar Díaz. Esa prosa escandalosamente bella, precisa, deslumbrante que convierte la lectura en un éxtasi que embriaga nuestra imaginación. Pero es simplemente una pretensión, por lo que recurro a mi modesta y a veces cruda forma de expresarme, para sacar a flote lo que dice mi corazón de un hombre realmente excepcional.

La Universidad INTEC le dado un merecido reconocimiento a Juan Bolívar Díaz, donde estuvieron presentes otros colegas de su profesión, que casi completan los 10 dedos de las manos.

Un merito y un honor que debe hacer suyo la sociedad dominicana, sin importar sus creencias políticas, porque el periodismo que ejerce Juan Bolívar Díaz es la luz que mantiene viva nuestras esperanzas de un mejor futuro y de una democracia fuerte, que no sucumba al totalitarismo y la represión.