…”No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea”. Horacio Quiroga
En los años ochenta, cuando mi amigo Medar y yo éramos felices e indocumentados nos reuníamos de vez en cuando con Don Federico Henríquez Gratereaux en el Restaurante Mario, situado frente al parque Independencia. Allí solíamos tener amenas conversaciones en torno a la literatura, mientras tomábamos unos tragos de ron Barceló. Una tarde regresando de la naviera Sea/Land, Medar y yo decidimos pasar por su oficina, que en aquel entonces se encontraba en Gazcue y en una de las avenidas más hermosas de este país, la calle Pasteur, cubierta toda ella por árboles de almendro, Cuando llegamos a su oficina, vimos que el poeta Juan José Ayuso se encontraba con él. Enseguida y sin apenas preámbulo los cuatro iniciamos una improvisada tertulia literaria. En un momento dado Don Federico nos pidió que escucháramos una de sus narraciones titulada "Teticas temblorosas" Los tres prestamos atención y seguimos con mucho interés su lectura. Cuando al final preguntó que nos había pareció el cuento, yo tuve el atrevimiento de decirle que me pareció muy buena su narración, pero que personalmente no lo consideraba en esencia un cuento, ya que escapaba a ciertos parámetros que permiten calificar de tal a este tipo de género. Él se defendió, esgrimiendo una serie de argumentos que no llegaron a convencerme del todo. Algunos días después volvimos a encontrarnos, en la oficina de René Rodríguez Soriano, junto a un pequeño grupo de escritores y volvió a leernos su texto. Le escuché con renovada atención, confirmé mi anterior criterio y volví a decir lo que pensaba. Mientras, los demás -quizás por respeto o porque estaban de acuerdo con él- hicieron silencio y no trataron de llevarle la contraria.
Una tarde, tiempo después, se me ocurrió pasar por su oficina. Cuando conversábamos tranquilamente recibió una llamada de su esposa, diciéndole que iba a usar el carro de la casa para hacer una diligencia, al tiempo que se aseguraba de que él tuviera manera de regresar. Fue entonces cuando, amable como siempre, me preguntó si podía hacerle el favor de llevarle. Yo por supuesto asentí y acepté hacerlo de muy buena gana. En el trayecto pasamos por la editora Taller para ver cómo iba el proceso de edición de uno de sus libros de ensayo y luego nos acercamos hasta una barbería para recortarse el pelo. En el interior de mi vehículo y a lo largo de todo el trayecto escuchábamos el concierto número 20 de Mozart. Éste le llevó a rememorar una historia muy tierna a raíz de la boda de su hija mayor de la que me hizo partícipe. Unos minutos después me sorprendió de repente con unas palabras que no esperaba. Me confeso, "David te quería decir algo acerca de "Téticas temblorosas" que no te he dicho hasta ahora. Lo cierto es que de todos cuantos estuvimos reunidos discutiendo mi texto, quien tenía razón al final fuiste tú. Recuerdo que me dijiste que yo partía de un criterio errado y era que yo estaba aplicando a un cuento la concepción que Milán Kundera planteó sobre la novela" Sinceramente me quedé de una pieza al comprobar la grandeza de esa humildad de la que hizo gala Don Federico Henríquez Grateraux al reconocer su error ante mi tozuda y perseverante posición. Pero la cosa, sin embargo, no quedaría ahí.
En la entrega en Casa de Teatro del premio de cuentos de aquel mismo año, volvimos a coincidir. Una vez finalizado el acto, yo me encontraba conversando entre un grupo de amigos, en una especie de círculo cerrado, cuando sentí que me halaban por el codo. Era él. Con cierta impaciencia me condujo a una esquina del salón para decirme: –David escucha esta historia. A continuación, comenzó a narrarme un hecho sumamente interesante y muy bien contado. Cuando terminó le dije sorprendido – pero Don Federico esa narración da perfectamente para un cuento, está muy bien hilvanada y además tiene un final excelente. Su respuesta a mis palabras no fue salvo uno de los mejores reconocimientos que nunca he recibido: David, este es un cuento que he escrito en respuesta a tus acertadas opiniones. Después de aquello no pude decir nada más.