Pedro Mir conforma en su relato las peripecias del Perro-hombre  Límber, personaje diseñado a partir de marcas y gestos humanos, alegorizados en la estructura composicional del texto. Las las acciones de Límber en el trayecto Macorís-Yaguate, arrojan datos y niveles, estrategias y modos de vida que constituyen la forma-personaje en líneas de expresión enmarcadas en la estructura del rol y el tipo en el relato-historia.

Nuestro autor coloca al personaje en una cardinal que explica el desenvolvimiento de Límber en sus detalles de travesía. Esto hace que la misma vida de Límber sea la de un buscador alegorizado en sus “actitudes” y líneas de reconocimiento. Lo que hace del mismo un motivo narrativo enmarcado en fases específicas de la cotidianidad.

En efecto, el encuadre enunciativo que hace Mir supone un contexto de acciones positivas y sensibles que “visibilizan” fuerzas y cardinales en un ámbito de dificultades humanas (tropiezos y pérdidas de rumbo, equívocos de movimientos, búsqueda de lugares para defenderse, modos de alimentarse y otros) que suponen un contexto de movilidad propio de su “estar” entre Yaguate y Macorís, Macorís y Santo Domingo, esto es, entre situaciones y espacios creados por el mismo determinismo biográfico.

¿De qué manera se construye el relato como instancia imaginaria y recorrido humano? Límber hace otro trayecto de Macorís a la Capital y a otros lugares, pues el personaje es un Caminante cuyo recorrido parece no tener lógica, aunque sí produce la sensación de una búsqueda que parece no terminar en un solo escenario:

“y aunque esto significaba ya una victoria sobre el primero y más enojoso de los cuatro cursos fluviales interpuestos en su felicidad le faltaba un trayecto aún ingrato pues el viaje de Macorís a la Capital se hacía entonces atravesando unos cañaverales interminables e inhóspitos donde la alimentación canina era sumamente escasa y obligaba al viajero desamparado a masticar algunas cañas y aficionarse a los huevos hurtados con graves riesgos para el prestigio privado del perro y la única gracia o halago ofrecido por el paisaje al caminante era el espectáculo de grandes extensiones de verdura coronada en una época del año por el pendón florido de un suave color castaño o de trigal en flor al cual los puertorriqueños siguen dominando con su nombre aborigen de guajana mientras nosotros aquí dejamos sin nombre a esa flor de la caña designando simplemente al pendón que la sostiene y desde luego Límber no podía disfrutar de la belleza de un paisaje ya bastante módico en sus encantos pero más aún en su contribución al metabolismo del perro y por esto el recorrido debía serle duro y debía aplazar indefinidamente la llega al puente Ozama donde mal que bien aumentaban las posibilidades de supervivencia y de desperdicios lisonjeros hasta el punto de ser calificados de providenciales pues la Capital resultaba para él una especie de sanatorio en consideración a las sorpresas de la madrugada cuando hacían su aparición unos latones de basura donde eran gustosamente conservadas las provisiones más estupendas y más sustanciosas ricas en vitaminas y sustancias proteicas adheridas a los envoltorios de papel si no se presentaban en la forma de un suculento hueso apenas tocado en la mesa de un restaurante por algún comensal desdentado o alguna señorita de dientes de perla muy adecuados para e madrigal ( ver, p. 29, op. cit.).

La visión narrativa de Pedro Mir se ha constituido como fuerza y movimiento de lo visible criollo y lo fantástico local, de tal manera que los elementos del relato violentan el concepto de realidad que parece extenderse en el relato de La gran hazaña de Límber y así, los mismos escenarios de desarrollo de la acción, las fracturas de tiempo y espacio y la búsqueda incesante coadyuvan a esclarecer y a dinamizar el mundo social e imaginario del texto:

“..a partir de la Capital en dirección de San Cristóbal el paisaje cambia completamente y numerosas colinas disputaban el placer de amenizar la vista del forastero dándole la impresión de inclinarse para venir a recibirlo y para Límber era cierto modo así y naturalmente llevando en ello gran ventaja al aviador Lindbergh durante la travesía trasatlántica porque aquel se vio forzado durante todo el trayecto a cambiar los bancos de nubes por el horizonte lejano salvo al madrugar cuando al placer de la proximidad de la victoria se añadiría la esplendorosa coloración de la aurora sobre la tez de las grandes nubes blancas ahora vistas desde arriba por una ventanilla del aeroplano al revés del labrador que solamente conoce la parte agrícola de ellas vistas desde abajo y del lado más pronto ennegrecido cuando va a llover pero obviamente la ventaja no consistía para Límber en el esplendor del paisaje nefelibata sino en una circunstancia soberbia pues el antiguo camino carretero de la Capital a San Cristóbal anterior al advenimiento de la utopista era entonces continuación de la actual Avenida Independencia  como ha vuelto a serlo recientemente pero entonces el trazado era distinto y todo el trayecto estaba poblado de viviendas rústicas y adorables materializando la doble posibilidad del alimento y del amor pues nunca se sabía si al doblar una de las innumerables curvas del recorrido se iba encontrar el viajero con una compañía amistosa venida a su encuentro desde un bohío envuelto en música de acordeón o de guitarra y en nutritivos olores de longaniza para reconocer en el viajero los evocadores y exóticos aromas del camino adheridos a su pelambre como si fuera un álbum de fotografías que le entrara a uno por la nariz y a Límber no le era difícil ni aún en los últimos paroxismos de sus reservas de glicógeno rendir un último sacrificio al amor carnal por aquello de si muero en la carretera no me ponga flores” (Vid. p, 30-31).

Las costumbres y movimientos de Límber, apuntan a fórmulas y estrategias de vida, modos de “aparecer” y ser dentro de la historia. El autor y narrador crea las posibilidades de reconocer un trayecto imaginario y los específicos transcursos narrativos que justifican su arte de narrar y presentar los llamados “hechos” imaginarios, marcados por las fases de incidencia y relaciones sociales que exhibe al autor de este texto narrativo.

Las diversas peripecias que registra el texto aluden a un espacio referencial ya mostrado y conformado desde los valores de la narración. Cada segmento enunciativo presenta un encuadre narrativo sobre el mismo tópico tratado o formalizado. Así, el orden ficcional  presentifica y activa una estructura y una suplencia observable en el conjunto de dicha obra:

“…inesperadamente un rápido automóvil al final de una curva famosa e interminable conocida entonces y tal vez todavía por la Curva del Turco en memoria de la muerte de un joven turco probablemente árabe y casi con toda seguridad dominicano cuyo padre acudió al lugar del accidente al enterarse de la noticia y también se despeñó en la misma curva dejando en el recuerdo de los moradores del lugar una escena doblemente trágica y Límber estaba demasiado  embebido o dicho de innoble manera emperrado con una mesticita criolla de las de móvil rabo para defenderse del bólido disparado con sus seis cilindros en línea contra él y desgraciadamente fue alcanzado en una pared de la nalga de donde le llevó para fines coleccionistas una buena zona de pelo y de aromas exóticamente correcto con lo que su propósito itinerante quedó reducido a una escala temporal más ampliada aunque compensada por la dedicación amorosa de la alegre mesticita en cuya sangre dejó un agradecido para las generaciones futuras si no mienten las crónicas” (Ibídem.)

Localizar en la lectura los valores de una historia, en el caso de esta obra, permite entrar en rangos y detalles de construcción narrativa y de creación-función de personajes. La misma intuición del autor conduce al lector a su punto de comprensión y cohesión textual:

“…más los que mienten son los procesos naturales y días más días menos la pata afligida recuperó el dominio y la elasticidad de sus músculos y se acumuló en ella una buena reserva de carbohidratos formados con la grasa y la proteína obtenidas por la solicitud de la perrita hospitalaria de la cual una buena mañana se despidió amablemente y enfiló la carretera observando cuidadosamente el funcionamiento de la pata pero efectivamente la sangre empezó a afluir normalmente a sus músculos llevando a ellos el oxígeno necesario para transformar los carbohidratos en energía muscular con la agradable comprobación de que los trozos de carne engullidos en las proximidades de la Curva del Turco habían dejado también en ellos una cantidad apreciable de hierro dotado de la facultad de producir un proceso de oxidación óptimo en cuya virtud aumentó considerablemente la capacidad de Límber para el esfuerzo sostenido precisamente necesario para hacer frente al último trecho por recorrer ahora por tercera vez la primera en el camión la segunda en el viaje de regreso de Macorís y la tercera esta última de vuelta a Yaguate la más impresionante y angustiosa de todas pues se sumaba un desenlace oscuro que comportaba una doble eventualidad una de las cuales constituida por el terrible golpe de encontrar las puertas cerradas y la otra por la alegría infinita de encontrar a su gente en el balcón y cualquiera de estas dos eventualidades se traducía involuntariamente en la aceleración del proceso de oxidación muscular perceptible en la correspondiente aceleración de la marcha con esa deplorable indiferencia de las pasiones humanas y caninas a las necesidades físicas y a la vigilancia personal de donde se desprende una noble enseñanza pues para poder soportar las durezas de la vida y los sinsabores de nuestra existencia privada es preciso tener una pasión y un objetivo como si nuestro paso por el mundo fuera siempre un viaje hacia un punto distante donde nos espera la felicidad suprema según se contempla en el caso de Límber y si una diferencia puede haber entre el alma de un perro y el alma de un hombre es un hilillo conceptual muy delicado según el cual la pasión y el objetivo de la vida del perro le vienen dados por la naturaleza y por las circunstancias a las cuales él se somete en estricta o9bediencia a un destino del cual no puede librarse ni ante el cual puede estructurar forma alguna de rebelión o de protesta mientras al hombre esta pasión y este objetivo le vienen dados por su propia voluntad capacidad e inteligencia de acuerdo con un patrón social y una educación igualmente ligados a su actividad creadora y todas estas reflexiones se resumen en un emblema más o menos articulado en la idea de que nuestra estancia en el mundo no debe ser un paso y mucho menos un paseo sino una pasión y fue así obedeciendo de manera inquebrantable a un destino de sumisión al hombre en quien el perro reconoce una capacidad de iniciativa frente al mundo completamente inaccesible para el perro como Límber se sintió embargado por una fuerza nueva y una resistencia inesperada y afrontó de nuevo la caminata cuando ya llevaba recorridos en algo así como 15 días los 120 kilómetros de Yaguate a Macorís y otros 100 kilómetros aproximadamente de Macorís nuevamente a Yaguate animado por una fuerza oscura de la cual no se encuentra ni media palabra escrita en manual alguno ni ponencia en congreso ni informe a ninguna Academia de Ciencias ni siquiera un registro como los de Edison meticulosamente depositados en su diario después de un día de experiencias con los materiales destinados a producir la luz en su bombilla eléctrica todavía en vigencia y es de suponer la distracción de esas miradas lanzadas…” (Ver pp. 32-33).

Territorio. Gesto. Pasión. Acciones originarias. El relato de la hazaña, su historia, son hijas de la transgresión y la búsqueda. Pero el diseño narrativo participa y expresa los intereses narrativos y experimentales de Pedro Mir. Su mundo cultural es un reto y un valor imaginario, ficcional y poético.