Las lecciones de ESTABILIDAD política que se pueden aprender del camino democrático de la República Dominicana han sido objeto de la primera parte de "Mis Reflexiones". En la segunda, mostré cómo las dimensiones económicas y comerciales de las relaciones haitiano-Dominicanas ponen de manifiesto la inmensa pérdida de ingresos para Haití en estos intercambios bilaterales, así como los desafíos que nos esperan en términos de planificación del desarrollo nacional o la de la isla basada en esta ESTABILIDAD Política, la producción local y la diversificación económica.
En esta última sección me referiré a la migración. Este es un tema problemático que nos divide tanto que el embajador Guy Alexandre lo llama: "la manzana de la discordia de las relaciones haitiano-dominicanas". Tanto en Haití como en la República Dominicana, se hace una idea muy mala. Si para la mayoría de los haitianos la vecina República es un infierno al aire libre para sus hermanos emigrantes, para los dominicanos es una carga con un alto precio a pagar por tener vecinos pobres e incapaces de organizar colectivamente su desarrollo.
De hecho, es una historia muy antigua que se remonta a finales del siglo XIX. La primera ola de la emigración haitiana data de 1875. Respondía entonces a la demanda de mano de obra de los industriales cubanos exiliados de su país y establecidos en la República Dominicana durante la Guerra de diez años (1868-1878). Estos últimos habían traído a la República Dominicana varios centenares de trabajadores migrantes haitianos.
Los ocupantes estadounidenses que gobernaron la isla entre 1915 y 1924 y Haití hasta 1934, favorecieron la migración de otra importante ola de trabajadores haitianos: 28258 se contabilizaron en 1920 y 52 657 en 1935. Se han puesto al servicio de la industria azucarera y de la construcción de infraestructuras dominicanas. La supremacía de los intereses económicos estadounidenses, en ese momento, por inadvertencia, salvó a los haitianos empleados en las industrias azucareras durante la masacre de 1937. Luego, de 1952 a 1986, bajo los gobiernos que siguieron, se firmaron varios contratos oficiales de contratación de trabajadores haitianos. La lógica de los inversores ha sido siempre aumentar la rentabilidad y garantizar la competitividad en el mercado internacional mediante una migración de mano de obra barata que mantiene, en el más bajo nivel, los costos de producción.
Desde los años 2000, el nuevo gran desafío del tema migratorio es la integración ciudadana de las generaciones dominicanas de inmigrantes haitianos. Estos últimos fueron objeto de dos importantes decisiones oficiales que agravaron su situación. En primer lugar, en 2010, la enmienda constitucional precisó que los niños nacidos en la República Dominicana de padres en situación irregular no tendrían derecho a la nacionalidad dominicana. En segundo lugar, en septiembre de 2013, el Tribunal Constitucional dominicano, en un resurgimiento de viejos demonios y prejuicios anti-haitianos, dictó una sentencia anulando la nacionalidad de varios cientos de miles de dominicanos de origen haitiano. Esta decisión racista, retrógrada y en violación total del derecho internacional aplicado retroactivamente ha convertido a miles de dominicanos en apátridas. La misma sentencia impuso entonces a los desnacionalizados la comprobación de documentos de identidad.
La comunidad internacional y las organizaciones internacionales de derechos humanos han protestado y denunciado enérgicamente esta sentencia racista, denigrante e injusta. Sin embargo, el Gobierno haitiano de entonces, el Gobierno de Martelly-Lamothe, en lugar de apoyarse y capitalizar la indignación internacional que se había levantado en todo el mundo, decidió acomodar a las autoridades dominicanas. Cien años antes, Trujillo había monetizado a muy buen precio la complicidad, la bajeza y las torpezas que había visto la masacre de los haitianos en 1937 del Embajador Evremont Carrié y del Presidente Vincent. Cien años más tarde, el Presidente Leonel Fernández recompensa la complicidad, la bajeza y la vileza de la administración Martelly-Lamothe frente a la apátrida de miles de dominicanos de ascendencia haitiana al otorgar la Orden de Mérito de Duarte al Presidente Michel Martelly y al ofrecer un fondo de 500 millones de dólares, en beneficio de ambos países, que nunca se materializará. Dos manchas imborrables en la historia de nuestro país. Una vez más, los poderes existentes han sacrificado nuestros intereses nacionales. ¡Qué vergüenza!
Todas estas formas de discriminación, sumadas a la tradicional denuncia de la difícil experiencia de los bateyes, condicionan nuestra visión de la migración haitiana en la República Dominicana, percibida como una experiencia infernal. Es, pues, todo un recorrido histórico, sostenido por las continuas denuncias de las condiciones de vida y de trabajo, calificadas de esclavitud, de los obreros migrantes haitianos en los lugares de alojamiento en la República Dominicana llamados bateyes.
Uno de los hechos desencadenantes de este movimiento fue la publicación en 1981 del libro-reportaje "Sucre amer" de Maurice Lemoine, periodista francés. Sin embargo, a pesar de todo, el haitiano sigue migrando o refugiándose en la República Dominicana, ya sea para continuar sus estudios universitarios, bien por motivos de seguridad, salud, trabajo e inversión.
Del lado dominicano, todo esto ha alimentado también una postura defensiva, en el marco de la polémica, liderada en particular por los grupos nacionalistas que, en respuesta a las campañas de divulgación de las condiciones inhumanas de trabajo y de vivienda de los obreros haitianos durante la Zafra en República Dominicana, presentan la migración haitiana como un objeto de degradación de su país. Pero esto se remonta a una tradición intelectual lejana de la que el testaferro sería el propio Dr. Joaquín Balaguer.
Bajo sus dos sombreros de autor y jefe de Estado dominicano, siempre ha sostenido que la gran desgracia de su pueblo es la amenaza «de la africanización de la raza (dominicana) debido a su cercanía a Haití». Sin embargo, desde finales de la década de los ochenta, la migración haitiana a la República Dominicana, hasta entonces analizada desde una perspectiva étnico-racial, ha sido sometida a una rigurosa lectura socio-económica realizada en particular por autores dominicanos como Rubén Silié y Elena Muñoz.
Han tenido razón al situar la migración en el contexto de la economía mundial basada en la interdependencia de las economías nacionales y en la explotación y la internacionalización del mercado laboral. En este sentido, Silié habla de la necesidad de «de-etnizar» el tema de la migración haitiana en la República Dominicana yendo más allá del «argumento de la invasión pacífica» promovido e impuesto por el Presidente Joachin Balaguer. De hecho, hay que reconocer que las ideas racistas de este último siguen teniendo hoy una importancia capital en la imaginación del pueblo dominicano gracias al papel preponderante que desempeñó durante mucho tiempo al frente del país, especialmente durante sus mandatos presidenciales, primero a la sombra del dictador Trujillo del 3 de agosto de 1960 al 18 de enero de 1962, luego solo de 1966 a 1978 y finalmente de 1986 a 1996.
A pesar de todo, en medio y más allá de todos estos prejuicios, nuestro deber es frenar esta migración, en la medida de lo posible, creando suficiente riqueza y empleo para nuestros trabajadores y universidades para nuestros jóvenes, al mismo tiempo que diseñamos el desarrollo de nuestro país de manera creativa y con objetivos ganadores para ambos países.
Para estos aproximadamente 500.000 conciudadanos haitianos en la República Dominicana, según las últimas estimaciones de la ENI, la cuestión hoy es cómo hacer que la migración haitiana sea ordenada, controlada y protegida conjuntamente por ambos Estados. Es todo un desafío de responsabilidad política que el Embajador Guy Alexandre dividía en tres dimensiones: (1) la regularización del flujo migratorio desde Haití, (2) la documentación en la República Dominicana de los inmigrantes ya involucrados en el orden social y económico del país y (3) la estandarización del proceso de repatriación de migrantes irregulares bajo el derecho internacional de los derechos humanos.
Del lado haitiano, es un deber ciudadano y nacionalista y la obligación imperiosa de un Estado responsable enfrentar estos tres desafíos de manera urgente, sostenible y eficaz. De ahí la necesidad que tiene el Estado haitiano de crear las condiciones adecuadas de bienestar, llevando así a sus ciudadanos a permanecer en casa. Vwazinaj se Fanmi, Menn Lakay se Lakay (Vecindad es familia, pero hogar es hogar). Yon Lakay Pwòp (Un Hogar limpio) despojado de estos anti-pueblos, de estos anti-nacionales, de esos ladrones que invierten el dinero mal adquirido en bancos o en bienes raíces dominicanos y en otros lugares.
Ha llegado el momento de una toma de conciencia colectiva. Vwazen an kite nou dèyè (El vecino nos dejó atrás)… Un poco de orgullo, a la Faustin Soulouque que unió todo el Haut-Plateau (el Departamento del Centro) a la República de Haití. Ponerse al día, en todos los ámbitos, la República Dominicana debe ser el desafío, la motivación de todo compatriota. Por eso, hagamos lo que ellos hacen y rechacemos en el futuro a todos los mediocres y corruptos al timón de los asuntos estatales. ¿Sera que está más allá de nuestra inteligencia y capacidades? Que los Valientes y los verdaderos Servidores altruistas del país se reúnan y tomen en sus manos, de una vez por todas, el destino de nuestra noble Nación con un pasado tan glorioso, con un presente tan espantoso, pero con un futuro tan prometedor. Tened la fe de Noé y ved ya el arco iris que anuncia el fin del diluvio y de las desgracias de todo tipo que se abatieron sobre la tierra de Toussaint, de Dessalines, de Christophe, de Soulouque, de Salomon, de Saget y de Estimé. El desafío es enorme, pero está en juego nuestra supervivencia, nuestro orgullo y la reconquista de nuestra dignidad como pueblo y como negro. Pongamos manos a la obra y echemos del poder a los enemigos de la Patria en las próximas elecciones. ¿Estamos dispuestos a separar la cizaña del trigo bueno, poniendo finalmente a nuestro país en la vía del progreso, de la prosperidad y del desarrollo? Se necesita un cambio. Es necesaria una revolución. ¡Suficiente es suficiente!