A pesar de algunos importantes avances, las muchas “maculas” que exhibe la sociedad dominicana sugieren que existe un real peligro de que pasemos de ser una “democracia mediocre” a ser una democracia fallida.  Esa ominosa perspectiva evoca un desanimo similar a la tristeza cognitiva de un ave enjaulada. Las marchas verdes han venido a tachonar con esperanza el insistente reclamo ciudadano por el fin de la impunidad, pero la preocupante situación no solo requiere un efectivo combate a la corrupción.  También requiere que se enfrenten algunos desafíos sociales con profundas reformas políticas.

El Movimiento Verde ha insuflado entusiasmo en gente que vivía adormecida frente al acontecer político. La vigorosa participación de la clase media es un refrescante fenómeno que, a la vez que refuerza la esperanza por un futuro mejor, introduce varias inquietantes situaciones.  Si bien se sabe que la clase media es la tradicional gestora de los líderes revolucionarios, no menos cierto es que la clase misma no tiende a prohijar cambios sociales sustanciales.  Su participación en las marchas verdes es solo un embrión de descontento cuyo rumbo e impacto final son todavía inciertos.

No por sus inciertos resultados debe restársele mérito al Movimiento Verde.  Por el contrario, la ciudadanía sensata debe seguir apoyando el reclamo por una justicia efectiva contra la impunidad de los corruptos. No conviene que el Movimiento se desvíe de ese reclamo, el cual debe ser su único leitmotiv.  Si con sus perseverantes demostraciones de fuerza logra motivar un golpe certero contra la corrupción habrá hecho una enorme contribución a nuestra democracia.  Por eso debe seguir demostrando en cada ocasión que no es sedicioso ni pretende desestabilizar al gobierno, como injusta e irrespetuosamente ha sido acusado.  Tampoco debe aceptar que elementos de la clase política pretendan cooptarlo ni que desaprensivos empañen la lucidez de la ejemplar disciplina de las marchas.

Lo único que podría lamentarse del Movimiento Verde es que no ha logrado movilizar a los pobres, el segmento mayoritario de la población. Aunque los que marchan evidencian una composición plural, la clase media y los jóvenes son los que forman el grueso de los indignados.  Es paradójico que Espinal, Morgan & Seligson (2013) reporten en su estudio “Cultura Política de la Democracia en República Dominicana” que “…el caso dominicano mostró que a menor riqueza y a menor nivel educativo, mayor participación electoral, con excepción de las personas con educación superior que registran niveles de participación electoral mayor que quienes tienen educación secundaria.” (Ver página 48: http://www.vanderbilt.edu/lapop/dr/DR_Country_Report_2012_V3_revised_W.pdf.)

¿Por qué los pobres le ponen caso a los partidos y no al Movimiento Verde? ¿Sera que no participan en las marchas porque estas no contienen una promesa electoral? ¿Sera que la corrupción no les importa en su lucha campal por la supervivencia?  ¿O será que no albergan ninguna esperanza de que se logre algún avance contra la impunidad?

Resulta paradójico también que, con su fuerza electoral, los partidos políticos no hayan sido capaces de encausar la indignación ciudadana frente a la corrupción que arropa a la sociedad. Ellos son los llamados a hacerlo pero están sumidos en la furnia indolente de la indiferencia.  De ahí que pueda adelantarse la hipótesis de que la negligencia tiene sus raíces en la motivación mercurial de la clase política.  Seria ese fenómeno que está detrás de las prácticas corruptas que han surgido en las últimas décadas y, peor aún, detrás del afán de lucro y del relativo desgano de la militancia y de los pobres frente al reclamo de que se ponga coto a la impunidad.

En su “Diagnostico del Sistema de Partidos en la Republica Dominicana”, R. Toribio y A. Benito (2012) señalan que: “Una de las grandes debilidades de los partidos políticos en la República Dominicana es su pérdida de identidad (…), los liderazgos no se desarrollan en base a proyectos de país, sino a proyectos personales (…) las aspiraciones colectivas fueron desplazadas por las individuales (…) La gente entiende que tú eres un buen líder en la medida en que resuelves sus problemas personales, no los problemas colectivos.”  “La ausencia de diferenciación ideológica deriva en una competencia personalista y particular, donde los líderes se imponen sobre los partidos. En ausencia de referentes partidistas, el clientelismo es la base de la movilización electoral.” (Ver páginas  442 y 452:   https://repositoriobiblioteca.intec.edu.do/bitstream/handle/123456789/1418/CISO20123704-435-557.pdf).

La otra cara de la moneda del clientelismo es, por supuesto, el patrimonialismo.  Es decir, el Estado se percibe como un patrimonio de quienes conquisten el poder en las elecciones y los elegidos se creen con el derecho de usufructuar las posiciones públicas para lucrarse en ellas.  Reclamar que haya una mística, un espíritu de sacrificio en aras de mejorar las condiciones de vida de la población es arriesgarse a ser el hazmerreír de aquellos líderes políticos que conciben el poder como un coto cerrado para complacer sus angurrias y sus desvaríos.

No debe sorprender entonces que haya en la población una percepción tan alta sobre la existencia de la corrupción.  Antes del caso de  Odebrecht, Espinal, Morgan & Seligson reportaron que:  “En general, la ciudadanía de las Américas tiende a percibir niveles de corrupción altos.  Todos los países, con excepción de Surinam, registran promedios por encima de los 50 puntos de percepción de la corrupción.  La Republica Dominicana se coloca entre los que registran mayor percepción con un promedio de 78.1 puntos, similar a los promedios registrados en años anteriores.  Los porcentajes de víctimas de la corrupción oscilan entre 67.0% en Haití y 3.4% en Canadá, y la Republica Dominicana ocupa la octava posición más alta con 21.7% de victimización.”  Esto es corroborado por el hecho de que la encuesta Gallup de febrero pasado reporto que un 88% de los dominicanos cree que los funcionarios de los tres últimos gobiernos recibieron sobornos de Odebrecht (ver http://hoy.com.do/encuesta-gallup-el-87-7-cree-funcionarios-recibieron-sobornos/).

Queda claro que el desafío de legitimización moral de nuestra sociedad es mayúsculo.  Enfrentarlo no puede ser una tarea únicamente de la clase media, los jóvenes y el Movimiento Verde.  Es indispensable que los partidos se dispongan a contrarrestar las prácticas corruptas y la nueva Ley de Partidos y Agrupaciones Políticas no estaría suficientemente orientada hacia esa crucial meta.  Es preciso que los partidos se aboquen a un Pacto de Renovación y Probidad que implique profundas reformas constitucionales para combatir el flagelo y castigar ejemplarmente las practicas malsanas (ver http://somospueblo.com/el-mesias-verde-por-juan-llado/). Pero también ese Pacto debe combatir la cultura política imperante que carece de sustento ideológico y se apoya en el clientelismo.

Tampoco puede pensarse que eso será suficiente.  Las “fuerzas vivas” de la nacion deben arrimar el hombro de manera militante y comprometida.  A estas alturas del juego ya la clase artística debió haber contribuido una canción alusiva, sino un poemario inspirador al Movimiento Verde. ¿Por qué la Iniciativa por la Institucionalidad Democrática no actúa como institución en apoyo a los reclamos del Movimiento? Los empresarios han expresado un tímido y muy ocasional apoyo, pero su grado de compromiso no es proactivo. Por suerte, las iglesias han comenzado a hacerse eco del clamor ciudadano por un adecentamiento de nuestra vida institucional.  Pero tampoco han abrazado la causa con el mismo fervor con que lo hicieron por el 4%  del PIB para la educación.  De ahí que no pueda culparse solamente a los pobres por no mostrar un mayor involucramiento.

Toribio y Benito lo dicen de otra manera. “Afrontar estos retos modernizadores del sistema de partidos requiere del esfuerzo no solo de la clase política dirigente, sino de la presión de la sociedad civil más allá de la rutinaria cita con las urnas cada cuatro años. Una ciudadanía activa que reclame su legítimo espacio en la vida pública, fiscalice y sancione la actuación de sus políticos y defienda su papel en la definición de políticas.”  (Ibid, página 452.)

No hay duda de que el Movimiento Verde, con cabeza plural y amorfo por naturaleza, ha despertado una gran esperanza en nuestro pueblo.  Pero cual ave grácil no enjaulada que deambula sin brújula fija, esa esperanza puede quedar irredenta si no participan todos los sectores en una gran cruzada de redención.  Esa sería la clave para prevenir el fallo de nuestra democracia y mantenerla viable y vibrante.