León Tolstoi, en Ana Kerenina, una de las grandes novelas de la literatura universal, dice que las familias felices se parecen todas, mientras las infelices son cada una infeliz a su manera, lo mismo ocurre con los Estados débiles, pese a sus aparentes semejanzas, exhiben forma y el grado de debilidad diferentes. En algunos países el Estado es casi inexistente y apenas se ejerce en las capitales, en otros es un poco más fuerte, pero no toma en cuenta a su población, más bien se ejerce en contra ella, como es el caso de Birmania donde actualmente masacra a su gente, otros exhiben fuertes debilidades institucionales, responden muy poco a las demandas de sus poblaciones y tienen una escasa mediación entre el Estado y sus ciudadanos, creo que nosotros nos acercamos bastante a este último grupo (la lista no es exhaustiva). 

André Cortén (1937-2019), eminente profesor de ciencias políticas de la Université du Québec à Montréal por alrededor de cuatro décadas y de la UASD, a principio de los años 60, que nos dejó una vasta obra de más de 140 libros y artículos en revistas especializadas, dentro de ellos importantes reflexiones sobre las debilidades del aparato estatal de Haití y la República Dominicana, avanzó la hipótesis de que las clases superiores en estos dos países no lograban dirigirlos de manera coherente. Sin dudas que esto es mucho más evidente en Haití, donde no hay forma de que la clase superior se ponga de acuerdo en algo, pero no deja de tener pertinencia en el nuestro.

Y sobran los ejemplos, unos legisladores del partido oficialista que rechazan la inclusión de las tres casuales del aborto en el Código Penal, en desafiante oposición a las directivas de su partido; una gobernadora de Montecristi que se destapa diciendo que los perremeistas disfrutarán del manjar del poder (lo que en cualquier país mínimamente institucionalizado hubiese provocado su inmediata dimisión o cancelación), una directora de Ética y Combate a la Corrupción que la manda a callarse la boca y una vicepresidenta que la libra de toda culpa diciendo “la gobernadora de Montecristi es una muchacha buena y hay que darle una oportunidad.”

Y no vaya usted a pensar que la incoherencia es solo de los políticos, está en todas partes, así vemos una parte del empresariado que le hace el coro a los ultranacionalistas en el tema de la inmigración haitiana y otro que advierte al gobierno que algunos sectores productivos, agropecuaria, construcción, etc., no pueden prescindir de esa mano de obra.

Es pues una clase superior incoherente, caracterizada por una ausencia de liderazgo para la construcción consensos en torno a la definición de políticas publicas que den respuestas a las demandas de la población y el resultado es lo que tenemos: una de las múltiples formas de un Estado débil, muy diferente al del vecino, pero débil al fin.