Nos encontramos a horas de la celebración del bicentenarios del nacimiento de Juan Pablo Duarte, ideólogo de nuestra separación de Haití y de lo que constituye nuestra República Dominicana.
Esta celebración no fue algo que nos tomó de sorpresa, se veía venir desde hace más de cinco años, de diez, desde hace más de cien años sabíamos que nos llegaría la fecha de los doscientos años y que era nuestro deber, de hijos agradecidos, hacerle un homenaje que nos llenara de orgullo, sencillo como lo era él, original como lo era él, de avanzada como lo era él. Sin embargo, ¡oh culpa del destino! La gerontocracia medieval que controla las instituciones encargadas de los preparativos llama nuestra atención presentándonos unos actos propios de la era del presidente Lilís.
Cabalgata: No tiene que ver nada con Duarte, él no criaba caballos.
Caminata: ¡No me jodan!, ¿vamos a seguir con los “peregrinos”?
Discursos: Los mismos discursos del centenario, nada nuevo sobre su figura, nada nuevo sobre su pensamiento y las violaciones que hemos cometido en contra de su ideario.
¿Cuál es el trabajo literario masivo divulgado sobre el pensamiento duartiano?
¿Cuales actividades nos recrean los sacrificios que pasó en el intento frustrado de legarnos una nación independiente y soberana?
¿Dónde están las estatuas y bustos que por Ley deberían existir en cada pueblo del país para que la población tenga donde rendirle culto?. (Si usted amigo lector, piensa que son muy caras por el valor del bronce con que se funden las estatuas, debo decirle que ya éstas se hacen de fibra de vidrio para que nadie se las robe).
En el bicentenario del nacimiento de Duarte sólo podemos llegar a una rotunda conclusión NADA HA CAMBIADO, ni siquiera la manera de actuar de los fósiles que dicen administrar su pensamiento.
Perdónalos PADRE y perdónalos tu también PADRE DE LA PATRIA