¡Cuanto exageran!, he oído a algunos decir cuando escuchan el reclamo de otros para que se elimine la ley que permite casar a menores de edad en la República Dominicana. “Esos son discursos de feministas sin oficio”, “eso es una agenda progresista que nos quieren imponer en contra de nuestros valores”, dicen otros. Y es que escuchar historias de niñas y adolescentes de 12 a 16 años que conviven con su abusador -sí, abusador-, suena a guión de película.

La gente cree que es mentira, pero eso yo lo vi. La gente cree que es mentira, pero yo conocí a varias protagonistas de esas historias. La gente cree que es mentira, pero esas niñas están ahí, ahora ya mujeres con hijas grandes, algunas hasta con nietas estando todavía en sus treintas.

Yo que asistí a un colegio privado de una de las ciudades del interior del país, durante mis años de estudio tuve siempre compañeras de distintos cursos que provenían de otros municipios, sectores o parajes, algunas viviendo con uno o los dos padres bajo reglas estrictas, otras con mayores libertades, y otras criadas por sus abuelos o familiares mientras sus padres trataban de cumplir el sueño americano.

Pero cada año la historia en mi colegio, en el colegio de al lado, en las escuelas y liceos de todos lados, se repetía. Siempre el guión era el mismo: compañeras que eran expulsadas porque se descubría que se “habían ido” con un hombre.

Se trataba de muchachas que rondando los 12 años vivían con sus novios, -casi siempre mayores de edad, y casi siempre en casa de los padres de estos-, porque sus propios padres las repudiaban y no les permitían no ser señoritas mientras vivieran en la suya. A veces la huida era supuestamente voluntaria, otras veces consecuencia de los chantajes de los novios  con un “demuéstrame que me quieres y vete conmigo”, y otras propiciadas por los propios padres que las echaban por sospecha de haber perdido la virginidad, sí, la simple sospecha bastaba. Todo esto mientras probablemente al hermano lo elogiaban por haberse llevado a la hija del vecino.

“¡Oh!”, dirán algunos, “en ese tiempo eso era lo normal”. Y sí, incluso yo misma lo veía como algo “normal” aunque no era lo que deseaba que me llegara a ocurrir a mí, hasta que un día oí a mi padre (hombre avanzado para la época) hablar de cómo se violaban los derechos a esas jóvenes cuando ni siquiera se les permitía estudiar en otro lugar que no fuera el liceo público nocturno. Un liceo originalmente concebido para adultos que tenían que trabajar durante el día, pero lleno de muchachas con una adolescencia cortada. Con ello caí en cuenta de que eso normal no podía ser, ahí entendí la gravedad del asunto.

“Nadie las obliga, ellas mismas se lo buscan”, dicen otros, todo para ocultar que lo que hay detrás son tan solo niñas que son víctimas de una sociedad que se hace de la vista gorda cuando un hombre adulto las enamora y las viola, cuando la única salida que se les deja es vivir con ese hombre sin importar el trato que le de, porque sabe que a su casa no puede volver. La historia de la sociedad que las lleva a un camino sin regreso, para luego humillarlas y desvalorizarlas por la misma supuesta falta a la que la empujaron o que le permitieron cometer se sigue repitiendo día tras día.

La gente seguirá diciendo que es mentira, mientras tanto yo lo seguiré afirmando, porque eso yo lo vi.