En esta ocasión les presento a un poeta patético, amoroso y trágico, se trata de Luis Alfredo Torres (1952). La obra de este sujeto-creador ha sido tratada con ojerizas, de manera sesgada, porque sus seudos críticos se han quedado en la superficie de lo personal y extra-literario, en vez de auscultar en su discurso poético, lo que han hecho es satanizar su condición de gay, omitiendo los diversos universos metafóricos que están instaurados en el corpus lingüístico, estético y simbólico de su obra poética.
Tenemos el compromiso ético de bucear en el tejido lingüístico de la obra poética de este sujeto-autor, al cual han llevado al paredón de la doblez de unos críticos moralistas, hipócritas e inquisidores que actúan como si fuesen jueces y partes de un proceso que amerita de sensatez, razonamiento y justicia, lo cual escasea en una sociedad que descarta de disidencia, y, más aún, cuando se entra en la irreverencia propia de un auténtico poeta maldito, como lo es Luis Alfredo Torres.
Su poética está signada en el transcurrir de su arrancia existencial. Su apuesta expresiva está centrada en su particular condición de ser heterogéneo, homosexual sumido en la altivez de la vida bohemia, en una sociedad que está abrazada a un discurso machista que entra a lidiar en los espacios de una doble moral, la cual ya se ha enquistado en los más encumbrados espacios del poder, dentro de la sociedad dominicana.
Es a partir de estos datos extra literarios que me permito intervenir en la textura del imaginario de un poeta que, al actuar con transparencia, se ha poetizado y le ha dado sentido estético a su vivir, como lo hizo Charles John Dickens (1812- 1870) en Inglaterra; Mark Twain (1835-1910), en Florida, Misuri; Rimbaud (1854-1891), en Charleville; Walt Whitman (1819-1892) ´´el cosmos, el hijo de Manhattan´´, en Nueva York; Ramón Lacay Polanco (1924-1985) y Juan Sánchez Lamouth (1929-1968), en República Dominicana. Ellos son partes de nuestros significativos sujetos-creadores malditos.
Asumo esta apuesta ética sin tener más credenciales que las expresiones enunciativas de su discurso poético. Desde ´´Linterna Sorda´´ (1958), hasta ¨Alta Realidad¨ (1970), tenemos la voz fundante de un poeta que, sabiéndose acorralado por los fariseos de la inmediatez, se apresta a ser lo que es, y asume la lengua para desnudarse ante el mundo, en procura o en reclamo de su trascendencia creativa. Desde entonces, su tonalidad rítmica nos llega rotundamente amorosa, a veces, y trágicamente dolorosa, otras veces o siempre. Esa es la poética de este sujeto-creador, un armazón de sonidos e imágenes táctiles y auditivas que hoy nos llegan desde lo visual (ojos), hasta lo auditivo (oído), sin dejar de hacer suya una arquitectura de la corporalidad.
He aquí al bohemio amante de hombres que, como él, buscaban y buscan la complicidad de los burdeles, la luz roja o azul que se diluye en un esquivo relampagueo que ansía sórdidos abrazos de chulos, proxenetas y prostitutas bondadosas, para saciar su insondable apetito gay, sobre el filo de una frágil careta católica, apostólica y mundana que nunca pudo hundir la templanza discursiva de su poética, sondeada de apetecible sonoridad enunciativa.
En una sociedad como la nuestra, de dobleces bíblicas y conductas de pitufos en temblorosos zigzagueos, la poética de este sujeto-autor se convierte en un desgarrador reto, donde debe primar nada más la vigencia de la lengua y el imaginario que se trasluce desde el abecedario y su magia de significados y significantes, en la obra creativa del sujeto-creador. Lo demás es historicismo y anecdotismo fútil, lo cual debe ya ser desterrado de nuestras aulas, desde una forma diferente de pensar, razonar y actuar, desde la filosofía, desde la lengua y su poder de creatividad fundante en la literatura.
Desde ¨Los Días Irreverentes ¨ (1966), a ¨Cantos a Proserpina¨ (1972), nos encontramos con una palabra tensa, pero llena de lirismo. Con una voz dolorosa, pero rodeada de intensidad romántica. Estamos ante uno de nuestros más fieles y preclaros poetas malditos, que, sin renunciar a la estética de la Generación del 48, marca sus definidos trazos discursivos, anclado en una poética sintiente, autobiográfica, vital, en consonancia directa con el decir, desde un hacer:
¨Pensar en estas cosa/
Lo acercaba a los muros/.
A las bocas oscuras de no se sabe qué túnel devorante/
y en tanto eran los cantos de vida y esperanza/
un fugitivo huía/alguien huia/
de espaldas a todas las estrellas//¨.
(Fragmento del poema ´´El Hombre Acorralado´´).
He aquí el avatar del "homo perversu", el que se canta y nos canta, engendrando su perpetuidad desde la mirada de los otros, dejándonos una cimarrona dialogia, desde el pentagrama malditoso de su canto.