Continuando con el estudio del discurso poético-narrativo de Abel Fernández Mejía, nos encontramos con un entramado expresivo, donde la ironía y la juntura dialogante entre el sujeto-creador y algunos de sus reinventados personajes, aflora dentro de la cobertura espacio-temporal del poema.
El poeta no renuncia a su condición de narrador y nos cuenta, se cuenta y hace que lo
circunstancial del contexto se convierta en dialogía. Es entonces cuando entramos al poema narrado, lo cual no es extraño en otros creadores de la Generación del 48, como Víctor Villegas (—) y Lupo Hernández Rueda (—). El poema, en Abel, es diálogo, es decir de lo que se ve, de lo que se siente y de lo que fluye. Aquí el poema es asumido como acción creadora dialogante.
Este es el narrador-poeta que se deleita desde la lengua y sitúa al lector dentro de su narrar. Se narra lo que se ve o lo que se escucha y lo que se siente. De ahí que su poesía fluye de lo vital, de lo vivido, de lo sentido y/o de lo soñado. Es esta la poesía que se envuelve y brota desde lo cotidiano. Veamos:
Por el camino de este Guillermo Apolinario/ ah mis alegres señoritas de Advinon valsaremos por Roma/los monumentos con este militar enamorado/la falsa capa del Obispo de Mónaco y alguna que otra cosa/rojo y negro sobre el tapete polaco de KostrowitKy/ nos acostaremos rabiosamente el amor y el fin de siglo/y nuestras miradas de agua durmiente//. ("A la Recherche du Temp Apollinaire". 1980-Revista "Scriptura" de la Escuela de Letras-UASD- p.18. AÑO I-No.2-1981).
En la poética de este sujeto-creador, hay un estilo muy particular que encaja, no sólo con su bagaje cultural de trotamundos, sino con aquella personalidad abierta y soñadora que le hizo portador de una forma de expresión artística y/o estética que lo diferencia, a grandes y marcados rasgos, del resto de los demás poetas de la Generación del 48:
"junto al festín de Esopo y las secas tetas de Teresias/este gitano dormido sueña culebras aduaneras/cuando Rousseau se masturba en la foresta pero ah caramba/Picasso el egipcio jode la intitutriz inglesa y/resulta que caminas hacia Auteuil podría bien ser hacia L’Euripe/ mas la Gioconda te acecha en la alcaldía/
Es que en la poética de Abel Fernández Mejía se mezcla la recia voz del poeta con el preclaro y bien definido perfil ideológico del militante político. Fue un poeta orgánico que definió su hacer en el fragor de la defensa de la libertad del Ser, desde esta ínsula hacia el mundo, con sentido de universalidad.
Cuando el lector se vincula al discurso poético de este autor, está ante la apuesta estética, no del académico, sino del teorético que consolidó su discursividad con una impronta ideológica en abierta defensa de lo humano y de las humanidades, como razón filosófica de su integridad creadora.
La de Abel es una poética testimonial, vivencial, terrenal o propia de un poeta que no anda con los pies en las nubes, sino en lo mundano y/o en lo tangible, sin dejar de reconocer la realidad intangible:
"Y habiendo marcado la tarjeta, 8:00 AM./puntualmente colgado cuidadosamente/el saco /en el perchero:/buenos días, Don Manuel/cómo está usted
Ud./ Don Rafael Augusto?/ hola José! Luego desde aquí/
simplemente/ adivinando nubes/lejos del mar/afilando lápices/soñado/casi viendo velas/verdeazular por la ventana/ el mar//. (LUPO H. p. 481).
El recuerdo de la niñez y de la juventud del poeta se registra en estos verso, donde el traginar del hombre-hora se desliza por el calendario y el filo cortante de las horas.
Se trata de un poeta que juega con la palabra, procurando siempre llevarla al detonante silábico que irradie eufonía, ritmicidad. Este es un poeta musical, como la mayoría de los poetas de la Generación del 48.
Estamos ante un creador que supo deslindar entre lo ideológico-propagandístico y lo estético-metafórico, por lo que, aún siendo un cuadro militante, nunca permitió diluir su praxis en la rutina de las consignas, sino que, por el contrario, su poética se registra en la metaforizacion de la lengua, teniendo al hombre y su devenir, como eje central de su poetizar.