“Empejuelados” es una palabra que me remonta a mi niñez, juventud y adultez.

Un primo de mi mamá, Nonito Rincón, nos visitaba con mucha frecuencia. A manera de chanza preguntaba siempre que dónde estaba la “empejuelada”, esa era yo, que desde siempre he usado espejuelos.

 

Con el correr de los años, mis hijos y sobrinos también llegaron a usar espejuelos y cada vez que él llegaba a casa de mis padres  preguntaba que dónde estaban los “empejuelados”. Mi nieto mayor de diez años entró también en esa categoría.

 

En este año y medio que ha sido de una educación virtual, tanto a  nivel escolar, como universitaria, me ha tocado muy de cerca ver este modo de enseñanza.

 

Mi nieto llegaba a mi casa y rápidamente, con el suéter de su colegio a manera de uniforme, se sentaba en mi mesa con su computadora. Primero entonaban el Himno Nacional, luego seguía el del colegio y por último las oraciones de inicio de clase.

Después de esa ceremonia, la profesora  daba instrucciones. Llegaba el momento del primer receso. Todos los niños con un celular auxiliar comenzaban a llamarse y a jugar con los diferentes juegos que tenían instalados para compartir.

Muchas veces la profesora indicaba tareas. Yo de reojo veía que habían muchas ventanitas abiertas y muchas caritas. Como no entendía mucho de eso, preguntaba que qué pasaba. Los muy aplicados estaban jugando…

Cuando mi nieto se iba a su casa se instalaba en su computadora y ahí seguía el juego. Pero eso no es todo. Cuando estaban cansados de esos juegos, todos, pero todos se ponían a jugar con los llamados “playStation”. Yo de eso no sé nada, pues nunca aprendí a jugar los “ataris” ni “nintendos”, juegos de la época de mis hijos.

Cuando se está en cualquier sitio, hasta en la iglesia, los jóvenes, los niños y vergonzosamente muchos adultos están pegados a un celular. Lo peor de todo es que han perdido el don de la palabra. Han olvidado hasta cómo se coge un lápiz y mucho menos pueden hacer trazos legibles.

Las nuevas tecnologías se han apoderado de todos.

Estar sin el celular en las manos es motivo de ansiedad, de vacío y de orfandad.

No poder tener comunicación constante con los amigos trae casi una crisis histérica. Los niños solo se mantienen quietos y concentrados, con un celular o una tableta.

Una tarde estaba mi hijo mayor impartiendo docencia de manera virtual a un grupo de estudiantes universitarios. Me quedé observando porque era algo nuevo para mí. Él decía, “fulanito, no te veo” “perenceja, ¿dónde estás?” yo sorprendida me daba cuenta que aún a adultos era difícil impartir de esa manera clases.

Lo más lamentable es que nuestros niños están perdiendo la visión ya que se pasan la mayoría del tiempo pegados a la televisión, computadora, celular y tableta.

Al nieto de dos años de una amiga, su pediatra le recomendó llevarlo al oculista ya que al mirar está cerrando los ojitos, es que se pasa el santo día pegado a la tableta.

Al paso que vamos, todos los niños y jóvenes de esta generación tendrán que usar espejuelos en el futuro.

Ahora, yo no tengo calidad moral para hablar de ese vicio. Durante esta semana mi computadora se me estropeó. El dispositivo para cargarla no encajaba en ella. Me sentía prácticamente huérfana. Me trajeron una emergente, pero no la sabía usar, ya que la mía es muy buena y con solo toparla trabaja.

Mi nuera me decía que yo tenía razón de sentirme así, pues para mí era importante pues leo los periódicos, hago crucigramas, busco informaciones, escribo, leo libros en la Red, (gran herramienta para los que nos gusta leer), hasta películas veo y un sin fin de cosas que llenan mi tiempo de ocio.

Traté de escribir en una libreta, pero luego ni yo misma entendí lo que había escrito. Perdí el hábito. Mis trazos son ilegibles. Se me ha olvidado hasta la forma de tomar el lápiz.

Lo que más me ha dado que pensar es que luego de una semana sin mi computadora vino mi hijo, revisó y me dijo si no me había fijado que tenía un imán en el dispositivo y que había atraído un alambrito que no dejaba encajar el enchufe.

Más apenada. No solo estoy perdiendo el arte de escribir manuscrito, sino también el de observación. ¡Ay! Yo que fui tan hábil en todo.

Pero gracias a Dios mi computadora vive.