Utilizo esta frase a menudo para referirme a la generación de nuestros niños y jóvenes que crecen siendo fotografiados o grabados con frecuencia desde muy temprana edad, generalmente por sus padres, con el fin de compartir sus fotos o videos en las redes. Esto lo hacen con las mejores intenciones, pero muchas veces sin el niño desearlo o comprenderlo y sin medir las posibles consecuencias.

¿Cuántas fotos publican los padres y madres de sus hijos a la semana? ¿Les preguntan o piden permiso antes de hacerlo? ¿Toman en cuenta las medidas de seguridad y revisan los ajustes de privacidad en sus redes antes de publicar?

Hemos normalizado esta práctica de publicar la vida de nuestros hijos para la cual se usa el término “sharenting” que proviene de “share” (compartir) y “parenting” (paternidad) en inglés. El sharenting puede implicar riesgos, ya que la información de los menores puede ser utilizada con fines de daño, fraude o robo de identidad por otros. Se puede convertir en una violación del  derecho a la intimidad y privacidad.

Por un lado reconozco que las redes son parte de nuestras vidas y que como padres sentimos el deseo de compartir lo que hacen y logran nuestros hijos con orgullo, pero por otro lado no deja de preocuparme como las imágenes y la vida de los niños son utilizados por los adultos sin establecer límites, sin considerar su seguridad, pudiendo esto tener resultados negativos a largo plazo. Uno de los factores que hay que considerar es que las empresas detrás de las redes sociales tienen acceso y utilizan la información de sus usuarios con fines comerciales, lo cual no es deseable.

Observo muchas veces a los padres dejar de estar realmente presentes con sus hijos por el afán de tomar fotos o grabar videos y publicar, siendo más importante la pose y la apariencia que la interacción y la experiencia del momento. En una ocasión presencié como un niño posaba con una gran sonrisa, una cachucha y unos lentes para complacer a su mamá y como tiró su cachucha y los lentes con rabia al finalizar. La foto fue todo un éxito, pero, ¿a costa de que? En este y muchos casos el mensaje está claro: lo importante es que salga bien para poder publicar y recibir muchos “likes” no importando si el niño lo desea o no, se siente bien o no.

Mientras crecen, nuestros niños y jóvenes van incorporando este hábito de posar en todo momento para subir a las redes lo que hacen y piensan, sin criterio o prevención, pues repiten lo que han visto y vivido. Muchos incluso aspiran a ser “influencers” o influenciadores a través de su presencia en las redes, dedicando mucho tiempo y esfuerzo a esto y sacrificando tiempo a otras actividades importantes para su sano desarrollo.

Como madre y educadora, he reflexionado sobre esto pues, como la gran mayoría, también he publicado fotos y videos de mis hijos ocasionalmente. Y generalmente los hijos no desean que se publiquen o suban sus fotos, por lo cual es importante pedir su permiso, conversar con ellos y considerar su punto de vista. Cuando van madurando se benefician de conocer como funcionan las redes sociales y cual es la mejor manera de utilizarlas, tomando decisiones inteligentes para prevenir problemas y protegerse.

En vez de pedir constantemente a nuestros hijos que posen, dediquemos tiempo a compartir sin la presencia del celular y sin la necesidad de que otros vean y participen de lo que hacemos. Esto no significa dejar de compartir sus fotos y videos con su consentimiento y con medidas de seguridad y privacidad, pero sin sacrificar lo verdaderamente importante: estar.