A alguien escuché en una ocasión decir que eso de que "una imagen vale más que mil palabras" había sido un invento de la Kodak para vender muchos rollos de fotografía.

Cuando en días pasados a la ministra de trabajo italiana la vi en la pequeña pantalla, bien escoltada por nada más y nada menos que su comandante en jefe, el primer ministro Mario Monti, sollozar amargamente al anunciar a los ciudadanos de su país las terribles medidas que el gobierno se veía en la necesidad de tomar para evitar el salto en el vacío que todos presagian, me convencí de que hay mucho de verdad en esa apostilla.

Y muy probablemente, esa sensibilidad de mujer, por muy ministra que sea y por mucha experiencia que le hayan dado los años de profesora en las aulas universitarias, haya convencido a los ciudadanos italianos más que todos los sesudos argumentos y razonables argumentaciones técnicas presentadas hasta ahora por los expertos en la palestra pública.

Más que las presiones de Bruselas y las exigencias de los acreedores, a los italianos les ha ayudado a resignarse la cara desencajada y llorosa de Elsa Fornero al anunciar a sus conciudadanos los sacrificios que van a tener que hacer en los próximos meses, o años, que nadie sabe realmente.

A sus 63 años, y dentro del tiempo de la jubilación laboral para las mujeres italianas, esta mujer ha conmovido a los italianos de tal manera que dicen desde ese momento todos parecen haber entendido que no queda otro camino que resignarse y aceptar lo que esta señora, muy a su pesar, ha llamado como terribles sacrificios.

A petición de Monti ha tenido que aplazar su deseo de iniciar una vida tranquila y sosegada y se ha metido en un tremendo lío del que no sabe si saldrá realmente viva.

Pero una cosa es cierta, hoy es la mujer más famosa y popular de Italia, y también la más creíble. Por sus lágrimas, cierto, pero también por lo segundo, porque, no teniendo necesidad de complicarse la vida se ha sacrificado la primera para dar ejemplo.

Y de paso, como ya han señalado algunos, las lágrimas de esta mujer demuestran que también los técnicos, acostumbrados a la frialdad del dato y la estadística, también tienen alma y sentimientos.

Me complace mucho que haya tenido que ser una mujer la primera que se atreva a expresar mediante un gesto tan humano como las lágrimas la profundidad de la crisis. Claro que puede que para algunos esas lágrimas sean muestra de debilidad.

Yo sospecho, por el contrario, que esas lágrimas puede que hasta hayan desactivado más de una protesta social.