Por Rev. Fidel Lorenzo Merán

La frontera domínico-haitiana es quizás la más singular del mundo, porque además de ser históricamente descuidada, ha generado una serie de hitos sociomigratorios demostrativos de lo que no debe ser una frontera geográfica entre dos países.

De más está decir que sobre la zona fronteriza se han escrito miles de páginas: desde reportes periodísticos aparecidos prácticamente en los inicios de la prensa en la era republicana hasta novelas de carácter histórico; pero todo tiene un denominador común, que es el descuido que durante décadas ha tenido.

Este descuido tanto en la protección militar, como en inversiones de desarrollo, ha provocado que esta frontera sea “porosa”. A través de ella, miles de haitianos por generaciones han cruzado para huir de la pobreza prevaleciente en el vecino país, que crece de manera constante.

Con razón el notable historiador haitiano Price Mars alegaba que el problema haitiano más dramático y amenazador es el de la super-población", aspecto que es necesario tomar en cuenta a la hora de analizar el fenómeno migratorio haitiano.

Es posible que muchos se sientan tentados a opinar que la mejor forma de resolver la crisis migratoria domínico-haitiana es “naturalizarlos a todos con poco rigor legal” (los argumentos de los que pregonan la haitianofilia), sin embargo el asunto va más allá y lo que cabe preguntar es lo siguiente: ¿Dispondrá finalmente la clase política haitiana de un plan de desarrollo fronterizo definitivo?.

Antes de responder esa interrogante, debemos como país destinar más recursos para la protección de la frontera, no sólo en el aspecto militar, sino también en planes más efectivos de desarrollo. No olvidemos que esta ha sido la visión que ha tenido el constituyente en la Constitución proclamada en el 2010, específicamente en su artículo 10 que declara de supremo y permanente interés nacional la seguridad, el desarrollo económico, social y turístico de la Zona Fronteriza, su integración vial, comunicacional y productiva, así como la difusión de los valores patrios y culturales del pueblo dominicano.

A seguidas en el mismo artículo constitucional ofrece un mandato muy claro: En consecuencia Los poderes públicos elaborarán, ejecutarán y priorizarán políticas y programas de inversión pública en obras sociales y de infraestructura para asegurar estos objetivos”.

Precisamente la frontera domínico-haitiana parece un espacio geográfico desagregado. El dominicano común lo ve agreste y conflictivo, que esa situación fue la que precisamente quería evitar el legislador constituyente de la Constitución del 2010 así como de las anteriores.

Cumplir con el mandato constitucional de la difusión de los valores patrios y culturales del pueblo dominicano, ha sido prácticamente letra muerta. En nuestra historia sociológica migratoria se destaca nuestra incapacidad de vigilar y desarrollar nuestra frontera.

Ahora tenemos el inconveniente de tener en nuestra nación a miles de indocumentados con una frontera permisiva y porosa, sin planes de desarrollo efectivos a la vista. Ojalá que cuando despertemos del letargo no sea muy tarde.