La frivolidad se apoderó hace tiempo de la política dominicana y le impuso sus reglas. El resultado: competencia entre candidatos por el título, como si al más frívolo de ellos le perteneciera por derecho la presidencia. El territorio estadounidense llegó a ser el terreno de este novedoso enfrentamiento, que alcanzó su más alta expresión en los estadios de béisbol, sin duda la otra gran pasión del pueblo dominicano. Recuerdo que en el 2007, el entonces presidente Fernández se tomó dos semanas de asueto para permitirse varios encuentros con compatriotas residentes en Estados Unidos, como pretexto para su gran presentación en el montículo del estadio de los Yankees, escenario donde probablemente creció su amor por el deporte en aquellos ya lejanos días en que le tocó vivir allí.
Su contrincante, haciendo honor a su título de MVP, el más valioso, optó por el estadio de los Marlins, adelantándosele en la jugada, sin poder alcanzar empero el honor de una cena como invitado especial del gran astro de ese momento, el fenómeno A-Rod. Todo aquello para obtener fotos en las primeras páginas de los diarios nacionales y dentro de estrategias de campaña que dejaban atrás las menos atractivas obligaciones de abrazar viejitas y besar niños grasientos en los marginados barrios de nuestros pueblos y ciudades.
Llamaba la atención el hecho de que el presidente Fernández, con esas dos semanas en el exterior, había ya pasado en esa y en su primera gestión más noches en ciudades norteamericanas que las que había pernoctado en Santiago, la segunda ciudad del país, y más que la suma de aquellas en las que habría dormido en otras localidades del interior. Y parece que en esto también competía con el MVP por el título de más valioso. Lo que hacía ya suponer que los tiempos de globalización fuerzan al liderazgo político nacional a mirar más hacia fuera que hacia adentro, lo que en parte explica los dolores nacionales.