En ningún lugar del mundo se experimenta el sudor producto del trabajo como en aquellos lugares de los campos donde se trabaja la tierra, desde la ordinaria faena agrícola acariciando con las manos las semillas que se siembran en los surcos esperando la esperanza de los frutos que vendrán mañana, si la lluvia cae, para recogerlos en el mismo lugar y bajo el mismo sol candente, desnudo y sin sombrillas. Soy hijo de campesinos que sembraban la tierra. Llevo en mi memoria mis pies descalzos de niño pequeño sobre muros, surcos y piedras. No se borran de mi memoria mis fijas miradas sobre los hombres detrás de los bueyes y carretas en el corte de la caña en nuestros bateyes.

Amo el trabajo y su fuerza creadora; no concibo la vagancia en jóvenes ni en viejos; odio a los corruptos y ladrones que se llevan el patrimonio de mi país o de cualquier otro país del mundo. Admiro profundamente a los emprendedores, porque se abren dignos caminos sólo con el duro trabajo y la esperanza a cuestas. Tengo razones para mi apuesta al cambio y no necesito estridencias para luchar desde la trinchera que conocí cuando niño al lado de mi padre en su trabajo diario y bajo aquellas largas conversaciones como dos amigos solidarios.

El trabajo prepara a los hombres y mujeres en su proceso de vida para actuar con mesura cuando la fortuna llega, sea ésta grande o pequeña. El ejercicio laborioso va conformando en el sujeto las condiciones espirituales y mentales que le permiten enfrentar, abordar, manejar y dirigir la fortuna que logra a golpe de sudor o por azar, no producto del dolo, corrupción o crimen organizado. El trabajo desarrollado en proceso de la labor cotidiana va conformando una espiritualidad capaz de construir una visión, dar paz y equilibrio para soportar la impresión

desbordante que produce el dinero, sea éste en pequeñas cantidades o exuberantes sumas millonarias enloquecedoras.

La fortuna necesita de un cuerpo espiritual y mental que evite enloquecer el alma. Y esto sólo es posible conseguirlo bajo la laboriosidad sana, continua y sistemática y ésto sólo se logra con el día a día y la entrega permanente al trabajo que se ama y al deber que se cumple por mandato del alma, del amor y de los sueños de los proyectos sanos. Estas son las condiciones indispensables para poder manejar esa delicada mercancía -como decía Bosch- que se llama dinero y que sólo adquiere un determinado valor cuando los seres humanos viven en relaciones de comunidad y necesitan, por obligación, un cierto nivel de intercambio de bienes necesarios para la propia existencia material, espiritual o cultural.

Cuando la fortuna llega sin la preparación emocional, sin la experiencia, sin la cultura del trabajo, sin la capacidad de visión, la formación moral y ética se convierte en un instrumento grosero y peligroso. La fortuna sin sudor es una bomba de tiempo.