El presente artículo, aborda la formación que requiere el y la docente para mejorar su práctica pedagógica, como formador de personas con los principios éticos y la práctica ciudadana comprometida que requiere el país en la actualidad.
La lucha por el cumplimiento de la ley 66’97 que asigna el cuatro por ciento (4% ) para la Educación y la continua vigilancia para que realmente se ejecute lo asignado, ha creado expectativas en la población de que este ejercicio ciudadano pueda traducirse en la mejora de la educación pública. No obstante, la tarea va más allá de eso, porque se requiere sobre todo unir voluntades, sensibilidades y proyectos concretos para lograr maestros y maestras bien formados para el quehacer educativo.
Estos recursos económicos destinados a ampliar la cobertura y mejorar la calidad de la educación, no deben quedarse solo en la construcción de aulas, desayuno escolar y contratación de docentes. Es necesario priorizar la formación del docente y la mejora de sus condiciones de vida y de trabajo para que pueda cumplir adecuadamente con la responsabilidad de educar los niños, niñas, jóvenes y adultos, con las competencias y habilidades necesarias que posibilitan impulsar una educación digna que aporte significativamente a la construcción del país al que aspiramos.
Para alcanzar lo anterior, se deben tener presentes algunos importantes aspectos, entre los cuales señalamos:
Primero: la asimilación de los valores sociales, morales y éticos centrados en el amor a la a la familia, a la comunidad, al país y a la humanidad, asumidos y expresados en su comportamiento, en la esfera educativa y en la vida social en general.
Segundo: una orientación altruista que, armonizando los intereses comunitarios con los individuales, sepa centrar su vida y su práctica pedagógica de impulsar, promover y acompañar de los procesos de aprendizaje de los niños, niñas, jóvenes y adultos para forjar los profesionales que demanda la sociedad en las presentes y futuras generaciones.
Tercero: una motivación profesional autónoma, que armonizándose con la adaptación a las exigencias externas, se dirija a cumplir con sus deberes de docentes como algo que nace de sí mismos/as, de su individualidad, que surge de su amor a la profesión y no como un simple medio para conseguir un salario.
Consideremos ahora algunas de las características principales de un/a educador/a comprometido con la educación digna de niños, niñas, adolescentes, jóvenes y personas adultas:
1) Conocer personalmente a las y los participantes y sus respectivos contextos; 2) Unir la teoría con la práctica pedagógica; 3) Dominar el contenido que han de aprender las y los estudiantes/participantes y planificar adecuadamente su desarrollo; 4) Un método pedagógico acorde con un enfoque participativo y liberador; 5) Uso responsable y oportuna de la tecnología para promover los aprendizajes.
Según González, D. (2010): “Un importante rasgo intelectual a desarrollar en el/la maestro/a es la unidad de la teoría con la práctica pedagógica”. El maestro ha de asimilar los conocimientos en función de la labor que desempeña en el aula y a su vez, ésta última debe estar apoyada en la experiencia y en los conocimientos que logra en su preparación profesional. Sus conocimientos pedagógicos, psicológicos y culturales, debe saberlos aplicar y desarrollar en el contexto de la práctica pedagógica. Igualmente, la labor del docente en el aula no puede ser improvisada, de manera que ignore la cultura pedagógica del país, de la región y la humanidad y el conocimiento de la realidad del entorno social y del país, sino que se fundamente en ellos.
La formación intelectual del/de la docente debe combinar el buen conocimiento de aquello que va a trabajar con el dominio de los métodos para promover los aprendizajes de las y los participantes. El dominar bien el conocimiento y no tener un método pedagógico adecuado es tan negativo como lo inverso.
La vida social exige cada vez más un docente poseedor de competencias y habilidades éticas, pedagógicas y tecnológicas, para que pueda aportar a la formación de los seres humanos las comunidades y el país necesitan.
En conclusión, es necesario cuidar la formación inicial y continua de las y los docentes, de manera tal que el amor a la profesión se intensifique con su orientación altruista, humanista, servicial y el compromiso con la mejora educativa que contribuye a la formación de docentes y participantes, para aportar a la construcción de una educación que procura y promueve condiciones de vida digna para toda la población y en particular para los sectores sociales más excluidos y empobrecidos.