La Literatura Nacional está formada por el conjunto de sus temas, textos, autores, relaciones, géneros discursivos y universos producidos con marcado acento específico y mediante las coordenadas que aseguran un desarrollo de las estructuras bioculturales y sociales. La crítica, la poesía, la historiología, la novelística y la cuentística, entre otros géneros, reflejan el conjunto particular de la vida nacional mediante ideas, tipos, lenguajes y caracteres específicos.

Los diversos usos verbales y genéricos apuntan a un conocimiento de la diversidad literaria, fórmulas épicas, líricas y dramáticas que mediante el empleo de estructuras convencionales, retratan y particularizan los diferentes modos de vida y expresión de lo literario.

Una conjunción entre literatura e historia se advierte en el proceso de conformación de los textos literarios, justificada por el conocimiento que de la realidad y la vida nacional tiene el escritor. Las operaciones textuales que éste utiliza son operaciones de lenguaje que se dirigen a un receptor situado en el plano de la conciencia individual y del imaginario sociocultural.

El tratamiento temático se ejecuta a través de redes, conjeturas y extensiones que asimilan y verticalizan la noción de vida nacional y proyecto cultural. Lo popular engendra lo culto en sus variadas posibilidades y capacidades que tanto el lector como el escritor asumen, producen y dirigen.

Se puede considerar la literatura dominicana como un espacio de solidarides alternativas, estructurales y funcionales, donde la cultura evoluciona en constantes y variables de la acción comunicativa. Esto muy bien puede observarse en autores como Pedro Francisco Bonó y su obra “El Montero”, Francisco Gregorio Billini con su “Engracia y Antoñita”, Tulio M. Cestero con “Ciudad Romántica”, “La Sangre” y “Sangre Solar”, F. A. Moscoso Puello con “Navarijo” y “Cañas y bueyes”, Juan Bosch con “Indios”, “Camino Real” y “Cuentos Escritos en el Exilio”; Manuel del Cabral con su “Compadre Mon” y por último Tomás Fernández Franco con su obra “Yélida”.

El proceso de lectura y reconstrucción temática o formal de los textos antes señalados, produce un vínculo entre dos culturas tradicionales: la cultura del lector y la cultura del escritor. Ambas producen un mercado y tipos diversos de intercambios que conducen a la formación ya habitual en Hispanoamérica, mediante la institución literaria y cultural como espacio de vínculo que funciona como medio de trabajo y manifestatividad productiva. Todo este proceso se encaminan hacia el establecimiento de trabajos específicos en el campo de la literatura. En este sentido también las ideas literarias y las prácticas de producción textual funcionan como circulantes culturales.

La institución literaria dominicana se nutre de múltiples relaciones microestructurales y macroestructurales, caracterizadas por movimientos ascendentes y descendentes en el plano de la lectura. Esta última es la base de todas las llamadas conciencias históricas y sociales que determinan un modo de vida de lo literario, al tiempo que una crítica del lenguaje y sus fundamentos desde la manifestación literaria.

La manifestatividad literaria es un concepto fundamental que se expresa a través del marco de lengua del escritor.  Este se convierte en vehículo expresivo y funcional de cada productor de textos literarios y culturales.

Un tanto dispersa y desorganizada, la historiografía literaria dominicana pretende ser una versión de teorías y materiales para la posición y la práctica de los diversos discursos literarios. Asimilando las herencias y las razones de un modo hispánicoamericano de escribir, la historia de la literatura y nuestros historiógrafos, pretenden justificar una ideología de la producción de sentido en el vasto campo de la historia literaria y cultural.

A partir de 1844 se constituye una historiografía fundamentada en el concepto de independencia, donde poetas, narradores, relatores, ensayistas y novelistas, toman el motivo histórico para la realización de sus obras. Estas se constituyen como mensajes dirigidos a una comunidad lingüística, histórica, religiosa y económica, que, en su dinámica, se han fundado en tanto que posible unidad de una idea separatista.

De ahí que las condiciones de producción teórica e histórica pretendan reconstruir todo hecho cultural y literario a partir de los autores, producciones, ideas culturales, tendencias y todo aquello que fundamenta la idea de nacionalidad. De esta suerte, la producción literaria y cultural parte de relaciones nucleares que se unifican en una visión del mundo y de los acontecimientos y que, también han hecho variar la relación discurso de poder y discurso oprimido.

Cabe expresar que lo histórico se ha revelado en textos de crítica de escasa circulación y cuyo contacto es realmente difícil en el marco de la investigación literaria. Nos referimos a textos de Félix María del Monte, Rafael Deligne, José Joaquín Pérez, Eugenio María de Hostos, César Nicolás Penson, Manuel de Jesús Galván y otros que forman parte del discurso historiográfico en el período 1844-1900.

Todos los efectos, ideas, relaciones críticas, y contradicciones, se continúan en la etapa de puesta a prueba de los documentos históricos y literarios (José Gabriel García, Emiliano Tejera, Federico Henríquez y Carvajal y los representantes liberales) y se justifican en tanto que desarrollo de las categorías que incluso hasta hoy operan en el estudio de los valores y los textos literarios.

Podemos decir entonces que el discurso historiográfico y literario dominicano se ha formado mediante las siguientes fases diacrónicas:

  1. Reseña historiológica.
  2. Recopilación de materiales.
  3. Reseña biográfica.
  4. Crítica textual.
  5. Crítica crítica.
  6. Relato institucional.
  7. Crítica de las ideas.
  8. Críticas teórico-metodológicas.
  9. Crítica de conceptos.
  10. Crítica funcionalista.
  11. Estudio demográfico/estadístico.
  12. Estudio de factores económico-sociales.
  13. Historia ambiental.
  14. Historia textual.
  15. Marco genético-estructural.

Estas fases promueven en general el compromiso y la tradición de los signos histórico-literarios que han logrado configurar las estructuras y el funcionamiento del conocimiento histórico. Una explicación detallada y ejemplificada será el motivo de otro ensayo que tenemos pendiente y donde los investigadores histórico-literarios deberán justificar sus interpretaciones y sustentaciones criteriológicas.