Nosotros debemos comprender que nos abriremos paso en el mundo intelec­tual, si sabemos interpretar las distintas posturas filosóficas y teológicas del mundo actual y fundamentarlas con claridad en cualquier medio académico en el que este­mos insertados. La Iglesia ha mostrado un particular interés en resaltar la formación intelectual de los candidatos al sacerdocio. De hecho, el mundo de hoy exige que los futuros pastores tengan particular empeño hacia la excelencia académica. A propósito de esta perspectiva, el ya el Santo Juan Pablo II, plantea lo siguiente: “La formación inte­lectual, aun teniendo su propio carácter es­pecífico, se relaciona profundamente con la formación humana y espiritual, constitu­yendo con ellas un elemento necesario; en efecto, es como una exigencia insustituible de la inteligencia con la que el hombre, participando de la luz de la inteligencia di­vina, trata de conseguir una sabiduría que, a su vez, se abre y avanza al conocimien­to de Dios y a su adhesión. La formación intelectual de los candidatos al sacerdocio encuentra su justificación específica en la naturaleza misma del ministerio ordenado y manifiesta su urgencia actual ante el reto de la nueva evangelización” (PDV 51).

De ahí, que la mayor garantía de ha­cer creíble el mensaje del Evangelio en un mundo tan convulsionado y volátil como el nuestro, es haciendo una fusión insepara­ble entre la fe y la razón. Ya en la primitiva Iglesia, el Apóstol San Pedro llama a los cristianos a dar razón de su fe (1 Pe 3, 15). Esta exigencia pastoral de la formación intelectual confirma y afianza las dimen­siones del proceso educativo y formativo en nuestro Seminario; por eso una de las tareas más importantes que debemos de tener en cuenta es encontrar el vínculo en­tre el saber científico y teológico. Como lo sustentó el Santo Juan Pablo II expresán­dolo de la siguiente manera: “Se confirma una vez más la armonía fundamental del conocimiento filosófico y el de la fe: la fe requiere que su objeto sea comprendido con la ayuda de la razón; la razón, en el culmen de su búsqueda, admite como ne­cesario lo que la fe le presenta”. ( FIDES ET RATIO, No 42 )

En nuestra preparación intelectual no debemos olvidar un componente funda­mental de nuestro tiempo como son los avances tecnológicos. El impacto de las Nuevas Tecnologías de la Información y Co­municación (TICs) han hecho del planeta una aldea sin fronteras en cuanto a comu­nicación se refiere. Sin embargo, el ser hu­mano de esta época, altamente tecnificada y digitalizada, descubre en lo más profun­do de su ser un gran vacío existencial, que lo lleva a sumirse en un gran abismo, don­de pierde el sentido de su vida. Lo penoso de todo esto es que, a pesar de sentirse abatido por el peso de sus pecados, el ser humano, huye cada vez más de Dios y se refugia en los placeres superficiales, en la permisividad, en el disfrute del placer sin el deber, en la sed insaciable del consumo y en el secularismo. Por consiguiente, la humanidad sufre una herida tan profunda en su interior que el único que puede sa­narle y darle plena felicidad es Jesucristo, el Hijo de Dios, y nadie más.

La formación de los futuros sacerdo­tes no es sólo tarea de quienes están al frente de ella de manera directa por dis­posición de nuestros obispos y superiores religiosos, sino que nos concierne a todos los que de algún modo interactuamos con los seminaristas en el ejercicio de su pre­paración constante, pero de modo especial el Equipo Formador y los profesores como muy bien lo recomienda el Decreto Opta­tam Totius, sobre la formación sacerdotal: «Puesto que la formación de los alumnos depende ciertamente de las sabias dispo­siciones, pero, sobre todo, de los educado­res idóneos, los superiores y profesores de los Seminarios han de elegirse de entre los mejores; han de prepararse diligentemen­te con doctrina sólida, conveniente expe­riencia pastoral y una formación espiritual y pedagógica especial. Tengan conciencia los superiores y profesores en qué gran manera depende su modo de pensar y de obrar el éxito de la formación de los alum­nos. Todos los sacerdotes consideren al Se­minario como el corazón de la diócesis y le presten gustosa ayuda» (OT 5).