No cabe la menor duda que Hipólito Mejía representa como eje fundamental de una estructura política sólida, que busca como muchas otras, la conquista del poder; el dolor de cabeza de un sinnúmero de dirigentes que vieron frustrado su ascenso en manos de su gran liderazgo. Y que a lo sumo representa tanto a lo interno de su partido, como hacia fuera, un muro de contención para las ambiciones políticas de otros que no digieren el carisma de un personaje atípico, que goza del respaldo inexplicable a veces, de un segmento importantísimo de la población.

Esto le coloca en condiciones especiales en el espacio político-social y produce con su controversial, pero genuina y enigmática manera de ser, pasiones desbordantes entre amor y odio en ambos extremos de la política criolla. Tal vez por ello ha sido el instrumento maniqueo de un grupo social que recela de las simpatías expresadas hacia Hipólito, con maniobras propagandísticas extremistas y abusivas, solo comparadas con las campañas negativas contra el líder de líderes, José Francisco Peña Gómez.

Las críticas non-santas provienen de todos los litorales y las acusaciones e inferencias sobre su forma de hacer oposición, son caldo de cultivo para la manipulación de los simpatizantes de la figura política opositora de mayor trascendencia de los últimos tiempos. La estratagema que se utiliza en estos momentos para disminuirlo, nace en el seno del PRM y germina en los grupos sociales dirigidos por personeros de dudosa imparcialidad que ven en él, con justa razón, el obstáculo más importante para el avance electoral de sus pupilos.

Siempre ha habido un tema nodal con el que se intenta desacreditar, por el simple hecho ser auténtico y predicar con los hechos lo que dice con las palabras. Ha sido víctima de injurias, calumnias y todo tipo de vejámenes. Se le ha tildado de irresponsable, egoísta y ahora se le quiere sindicar, por el simple hecho de mantenerse coherente, en torno a una idea que lleva defendiendo más de una década, de traidor o de aliado al oficialismo.

Como expresidente y figura política con un gran arraigo, le ha tocado compartir escenarios públicos con empresarios, políticos y hasta el presidente Danilo Medina. Siempre con responsabilidad y actuando de cara al sol, y sus detractores cegados por la envidia, ven en ello la ocasión para desmeritarlo y acusarlo de cuantas cosas nos podamos imaginar. Reacción contraria cuando otros que se precian de correctos, se reúnen con Leonel Fernández sospechosamente en un avión y nos venden el hecho, como un acto aislado de puras coincidencias. Mientras que  en Santiago –hubo un acto irrefutable de traición al partido-.

Si el vocero del PRM en la Cámara de Diputados se reúne con un senador cuyo nombre personifica la corrupción nacional, también es pura coincidencia; y, si de esa coincidencia resulta una maniobra para abortar una regulación de suma importancia para el sistema político, solo es casualidad. En cambio si siete diputados afines a Mejía, se percatan de esas intenciones nefastas y proponen una comisión para el estudio amplio del proyecto, son traidores a la patria. Un maniqueísmo inútil y ridículo que no aporta nada para la sana conducción de un partido que pretende alcanzar el poder.

Como todo hombre de campo, conocedor de la psique del dominicano, por el excelente manejo de la sabiduría popular. Hipólito, es consciente de que conservar la coherencia, más tarde que temprano deja sus frutos. Por ello se mantiene sordo ante las acusaciones huecas de aquellos que no comprenden como diría el Indio Duarte que: “La palabra y la firma no se niegan. Así le toque soportar la vida en lo más desgracia’o de la pobreza”.

Por ello sigue firme y decidido a defender con uñas y dientes sus ideas y todo aquel que en ellas crea. Así quedó demostrado en el máximo organismo de su partido. Escenario donde se debaten las posiciones de sus altos dirigentes y se toman las decisiones vinculantes a todos los organismos perremeístas. Porqué el liderazgo cuando es firme; aunque acepte las directrices manipuladas, emanadas de la mayoría. Tiene el derecho de defender aquello en lo cree. No obstante las calumnias y las mentiras, pues se sabe que: “La suprema miseria es siempre ocasión de obscenidades”. – Víctor Hugo-.