[A continuación publicamos un fragmento de la muy irónica y despectiva carta que al dignísimo rey de los belgas enviase el coronel George W. Williams de los Estados Unidos en 1990, a raíz de una breve estadía en el Estado Independiente del Congo, mejor conocido como La finca de Leopoldo.
Williams fue posiblemente el primer gran historiador afroamericano, un gran humanista y un militar de fuste, un soldado de las mejores causas. En su corta vida (1849-1891) peleó a los 14 años en la guerra civil, combatió en México contra Maxilimiano, fue el primero de su raza en graduarse en la Newton Theological Institución, fue clérico, conferencista y es autor de History of the Negro Race in America from 1619 1880: Negroes as Slaves, as Soldiers and a Citizens y también de A History of the Negro Troops in the War of the Rebellion, 1861,1865.
Su estadía en la Finca de Leopoldo, casi al final de su vida obedeció a un ideal romántico. Pretendía llevar grupos de afroamericanos para ponerlos en contacto con sus raíces y al mismo tiempo contribuir al progreso de los sus hermanos de raza.
De lo que vio allí da cuenta en su famosa Carta Abierta, carta de horrores y abusos que fue de los primeros en denunciar. PCS]
CARTA ABIERTA A SU SERENA MAJESTAD
LEOPOLDO II, REY DE LOS BELGAS Y SOBERANO
DEL ESTADO INDEPENDIENTE DEL CONGO,
ENVIADA POR EL CORONEL GEO. W. WILLIAMS,
DE LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA EN 1890
El Gobierno de Vuestra Majestad ha sido, y sigue siendo, culpable de
librar guerras injustas y crueles contra los nativos, con la esperanza de
conseguir esclavos y mujeres que estén a las órdenes de los represen-
tantes de vuestro Gobierno. Durante esas incursiones para conseguir
esclavos, el Estado arma a una aldea para que se enfrente a otra, y la
fuerza así conseguida se incorpora a las tropas regulares. No encuentro
los términos adecuados para describir a Vuestra Majestad las brutalidades
cometidas por vuestros soldados durante dichas incursiones.
Los soldados que abren el combate suelen ser los bangala, sanguinarios
caníbales que no respetan ni a la anciana abuela, ni al niño de
pecho. Se han dado casos en los que han llevado las cabezas de sus
víctimas a los oficiales blancos de los vapores expedicionarios y después
se han comido los cuerpos de los niños muertos. En una de estas
guerras, dos oficiales del Ejército belga vieron, desde la cubierta de su
vapor, a un nativo en su canoa que iba a cierta distancia. No era un
combatiente e ignoraba el conflicto que se desarrollaba en la orilla,
lejos de allí. Los oficiales se apostaron cinco libras a que eran capaces
de acertarle al nativo con sus rifles. Efectuaron tres disparos y el nativo
cayó muerto, con la cabeza agujereada, y la canoa comercial se
convirtió en una falúa funeraria que se deslizó en silencio río abajo.
El Gobierno de Vuestra Majestad se dedica al tráfico de esclavos,
al por mayor y al por menor. Compra, vende y roba esclavos. El
Gobierno de Vuestra Majestad paga a tres libras por cabeza los esclavos
capacitados para el servicio militar. Los oficiales de las principales
estaciones consiguen a los hombres y reciben el dinero cuando estos
son transferidos al Estado; pero hay intermediarios que sólo ganan
entre veinte y veinticinco francos por cabeza. Hace poco se enviaron
316 esclavos río abajo, y aún se enviarán más. A esos pobres nativos
los mandan a cientos de millas de distancia de sus hogares, para servir
entre otros nativos cuyas lenguas desconocen. Cuando huyen, se
ofrece una recompensa de 1.000 n’taka. No hace mucho que al salvaje
recapturado se le daban cien azotes con el chicote al día hasta su
muerte. El precio que el Estado paga por un esclavo, cuando se lo
compra a un nativo, es de 300 n’taka (barras de latón). La mano de
obra de las estaciones que el Gobierno de Vuestra Majestad posee en
el Alto Congo se compone de esclavos de todas las edades y de ambos
El Gobierno de Vuestra Majestad acaba de firmar un contrato con el
gobernador árabe de este lugar para la creación de una serie de puestos
militares desde la séptima catarata hasta el lago Tanganika, territorio
sobre el que Vuestra Majestad no tiene más derechos de los que yo
tengo a ser comandante en jefe del Ejército belga. A cambio de dicho
trabajo, el gobernador árabe recibirá quinientos lotes de armas, cinco
mil barriles de pólvora y veinte mil libras esterlinas, pagaderas en
varios plazos. Mientras esto escribo, recibo la noticia de que estos
productos para la guerra, tan valiosos y perseguidos, serán desembarcados
en Basoko y su residente será quien decida cómo distribuirlos.
Entre los árabes de la zona se extiende un profundo descontento, y
parecen pensar que están jugando con ellos. En cuanto al significado
de este paso, Europa y América están en condiciones de juzgarlo sin
que yo lo comente, sobre todo Inglaterra.
Los agentes del Gobierno de Vuestra Majestad han distorsionado el
Congo como país y su red de ferrocarriles. Don H. M. Stanley, el
hombre que fue vuestro principal agente al establecer vuestra autoridad
en este país, ha tergiversado enormemente el carácter del mismo.
En lugar de ser fértil y productivo, es estéril e improductivo. Esta
situación no cambiará hasta que los europeos enseñen a los nativos la
dignidad, utilidad y beneficio del trabajo. No se producen mejoras
entre los nativos porque existe un abismo insalvable entre ellos y el
Gobierno de Vuestra Majestad, un abismo que jamás podrá ser cruzado.
Sólo pronunciar el nombre de Henry M. Stanley provoca escalofríos
entre estas gentes sencillas; recuerdan sus promesas rotas, sus
abundantes groserías, su mal carácter, sus fuertes golpes, sus duras y
rigurosas medidas, con las que les estafó sus tierras. Su última aparición
en el Congo causó una profunda sensación, cuando lideró a 500
soldados zanzibaritas y 300 hombres de los campamentos en su misión
para liberar a Emín Pachá. Creyeron que aquello significaba el
sometimiento total y huyeron en medio del caos. Pero lo único que
éste fue dejando tras de sí fue miseria. Ningún hombre blanco mandaba
su retaguardia, por lo que sus tropas se rezagaban, enfermaban y
morían; y sus huesos quedaron desperdigados a lo largo de más de
doscientas millas de territorio.
Conclusiones.
Contra el engaño, el fraude, los robos, los incendios intencionados,
los asesinatos, las incursiones para hacer esclavos y la política general
de crueldad seguida por el Gobierno de Vuestra Majestad con los
nativos, destaca la paciencia sin igual de éstos, y su alma indulgente y
sufrida, que saca los colores a la civilización de la que tanto alardea el
Gobierno de Vuestra Majestad y a la religión que éste profesa. Durante
trece años, un único hombre blanco ha perdido la vida a manos
de los nativos, y en todo el Congo sólo han matado a dos blancos. El
comandante Barttelot recibió el disparo de un soldado zanzibarita, y
el capitán de un barco comercial belga fue víctima de su propia precipitación
y de su injusta manera de tratar a un jefe nativo.
Todos los crímenes perpetrados en el Congo lo han sido en vuestro
nombre, y vos debéis responder ante el tribunal del Sentir Popular
por la mala gestión de un pueblo, cuyas vidas y fortunas os fueron
confiadas por la augusta Conferencia de Berlín de 1884-1885.
Yo ahora apelo a las autoridades que os encomendaron este naciente
Estado, y a los grandes Estados que le dieron vida internacional,
cuyas majestuosas leyes habéis desdeñado e ignorado, para que convoquen
y creen una Comisión Internacional que investigue las acusaciones
presentadas en este documento en nombre de la Humanidad,
del Comercio, del Gobierno Constitucional y de la Civilización
Cristiana.
Esta petición se basa en los términos establecidos por el Artículo 36
del Capítulo VII del Acta General de la Conferencia de Berlín, según
los cuales esa augusta asamblea de Estados Soberanos se reservó el
derecho "a introducir, más adelante y de común acuerdo, las modificaciones
o mejoras cuya utilidad quede demostrada".
Apelo al pueblo belga y a su Gobierno Constitucional, tan orgulloso
de sus tradiciones, repleto de los cantares y las historias de sus defensores
de la libertad humana, y tan celoso de su actual posición en
la hermandad de los Estados Europeos, para que se purifique de la
imputación de los crímenes con los que se ha contaminado el Estado
del Congo de Vuestra Majestad.
Apelo a las Asociaciones Antiesclavistas de todos los rincones de la
Cristiandad, a los filántropos, los cristianos, los estadistas y a la gran
masa de las gentes de todas partes para que aceleren el fin de la tragedia
que la monarquía sin límites de Vuestra Majestad está representando
en el Congo.
Apelo a nuestro Padre Celestial, cuyo oficio es el amor perfecto,
para que dé fe de la pureza de mis motivos y la integridad de mis propósitos;
y apelo a la historia y a la humanidad para que manifiesten y
defiendan la verdad de las acusaciones que brevemente he esbozado.
Y bajo la palabra de honor de un caballero, me declaro el humilde y
obediente servidor de Vuestra Majestad.
Geo. W. Williams
Cataratas Stanley, África Central
18 de julio de 1890