Nos encanta reír. Es más, nos reímos de todo. La rabia que le produjo a Pablo Milanés el ver cómo una doña, infeliz, era sumergida en una piscina para buscar algún dinero en “El Gordo de la Semana” fue compartido tibiamente, porque, ¿quién le podía ir en vía contraria a Freddy Beras Goico?

Esa aquiescencia con el poder ha conducido a una sociedad donde los pusilánimes reinan.

A los dominicanos nos encanta reír. ¿Qué comparten el Dr. Fadul, Manuel Núñez y Mario Bonetti? Los tres hacen reír con sus trajes de Capitanes América contra “maricones, haitianos y americanos”.

Un santiaguero, doctor en medicina, otro  graduado en Alemania y un licenciado en Francia, cada uno con sus muecas e historias, nos han sacado más de una carcajada con sus histrionismos.

Lo que en otros países hubiese llamado a cuestionamiento, en el nuestro pasa como chiste frecuente.

Recuerdo un artículo de Luis Rafael Sánchez, “Dominicanos”, incluido en su libro “Devórame otra vez”, en el que llamaba la atención a la manera cruel conque los dominicanos éramos ridiculizados en la televisión puertorriqueña. Pienso en Hostos, tratando la migración china en el Perú y los textos de José Martí sobre tantas minorías en los Estados Unidos.

Si a estos tres entertainers le agregamos el último -el nieto de Trujillo con tufillo de que “yo resuelvo esto”-, aderezado por el vinchismo y las capas de nuestra brillante capas medias, ya  lobotomizadas con el tema de “nos están haitinizando, hay un plan”, completado el sainete con los que se ponen “donde el capitán lo vea” -porque el patrioterismo es el negocio mejor pagado hoy en día- y arrinconados aquellos que ya no dicen “esta voz es mía” -como los antiguos liberales y revolucionarios, porque sus jardines campestres le reclaman mayor atención los fines de semana-, entonces nuestro pensamiento crítico será ilusión.

Hace años escribí sobre la “risa macabra” de los dominicanos, esa manera en que hemos sido educados para reírnos de los ciegos, los minusválidos, toda esa avalancha de chistes de Cuquín, Freddy y Milton con los que fuimos educados entre los 70 y los 80.

La “risa macabra” va mutando en nuevas y peores risas. Al Dr. Fadul se le toma en serio, Manuel Núñez sigue garantizándose sus jugosos sueldos en diferentes ministerios del Gobierno dominicano, mientras Mario Bonetti sigue arrastrando a viejos y querido amigos e intelectuales con sus manifiestos bien calcados de “Mi lucha” y otros terribles mamotretos.

Después de meses de lucha, al menos desde febrero de este año, cuando dio a conocer en su página web, Bonetti ha logrado firmas de artistas e intelectuales que no nos dejan indiferentes. El “Manifiesto Público de Personalidades Dominicanas, con Relación a la Haitianización de la República”, según el periódico Hoy cuenta con las firmas de Alberto Bass, de Efraím Castillo, del historiador Dante Ortiz Núñez y de Fernando Casado. Ya en otro anterior logró la firma de nuestro mismísimo, recordado y querido profesor Luis Gómez Pérez, otro compañero de Manolo Tavárez Justo y luego destacado sociólogo.

¿Será Mario Bonetti el nuevo profeta redentor?

En los años 80 el profesor Bonetti nos hacía reír con mucha frecuencia en el Departamento de Sociología. Una vez me llamaron para que asumiera la cátedra de “Sociología Aplicada a la Arquitectura”, “porque los estudiantes andaban como locos” debido a que el profesor se había ido. “Y qué fue lo que pasó”, le pregunté a la secretaria del Departamento: “Es que la materia choca con la siesta del Profesor Bonetti”. Le dije que eso no era cierto, que debía ser un chiste, pero cierta o falsa, no pude menos que reírme de la explicación. Lo curioso es que realmente, esa materia tocaba justo a las 3 de la tarde, la del picante sol de Santo Domingo. Eso pasó en 1988, y gracias a esa materia que ofrecí a los estudiantes de arquitectura, comenzó mi carrera en urbanismo.

Pero volviendo al tema: podremos chancear con los fadules, bonettis y Núñez, pero lo que no podremos será asumir la descarga de falsedades en términos de conocimiento, de desprecio hacia la condición humana, de confusión en torno al concepto “patria” que expresan y a la cultura del odio que filtran sus chistes, declaraciones, acciones.

Ciertamente nuestro otrora pensamiento crítico está en sus más elementales mínimos históricos y muy pocos dan la cara hacia la cotidianidad del país verdadero en el que vivimos, un país vapuleado por el año ecológico de la industria -el plástico que nos arropa-, la corrupción -la dilapidación de los bienes públicos, de los abusos contra la mujer -el tema del aborto-, y todo un rosario de elementos que constituyen la patria de verdad, la “patria” que este trío y sus compinches y reidores no quieren asumir.

La patria dominicana no está en peligro porque nos hayamos llenado de haitianos y venezolanos. Con o sin ellos, hay una transformación radical de nuestras ciudades, una cultura de la violencia que también estimula la impunidad. Buena parte de los delincuentes que al final llegan a las cárceles tendrán tres, cuatro, diez expedientes, mientras el sistema judicial se asume como desbordado. Y qué decir del impacto de las multinacionales de todo tipo -en el campo, en nuestras playas-, desbordando la naturaleza, y revelando solamente su verdad cuando somos víctimas de ciclones y huracanes.

Azuzando el odio y difundiendo falsedades no contribuimos a democracia alguna. Y justamente eso es a lo que aspiramos, a un país justo, pero para ello debería aflorar la verdad, convirtiéndose en la verdadera moneda de cambio.

Una pena que los Fadules, Bonettis y Núñez nos estén arrastrando, en medio de risas macabras, a esos escenarios con los peores valores de la humanidad, aquellos donde lo único que cuenta es el desprecio por el ser humano y su pluralidad de opciones sexuales, colores, credos religiosos, procedencias.