La denominada narrativa de la tierra, tiene significativos aportes dentro de la literatura latinoamericana. Ahí tenemos a "El Llano en Llamas", de Juan Rulfo (1918-1986) por citar un ejemplo. Pero también, en la llamada "Novela de la Tierra" (1920-1930), tenemos a José Eustaquio Rivera (Colombia, 1888-1928), con su obra "La "Vorágine" (1924) y a Rómulo Gallegos Freire ( Venezuela, 1884-1969), con su obra "Doña Bárbara" (1929). Es decir, que existe una tradición literaria que sirve de plataforma discursiva en la que nuestros narradores han podido sustentar su imaginario, para continuar la senda de prefijar las huellas de nuestras tradiciones y enarbolar las hazañas de nuestros míticos personajes regionales y trillar un sendero hacia la consolidación de nuestros valores identitarios. Eso es lo que ocurre en la obra "La Fiesta de Lucas Cajnavá" (Editora Taller, Santo Domingo, R.D., 2008), de Abraham Méndez Vargas (Neiba, Provincia Bahoruco, 1961).
En esta obra narrativa, catalogada como una "noveleta", donde la discursividad se fundamenta en la enunciación poética del sujeto-autor, para sincelar la imagen de un personaje popular, encarnado en la figura de Lucas Evangelista de Sena, general jimenista, "Lucas Merongo", el inmortal "Cajnavá", quien recoge en su historial la imagen del intrépido héroe sureño que, cual cíclope de las sabanas, levantó a los cuatro vientos el rugir y la fiereza de un soldado edificado en la ética de la palabra empeñada.
Un narrador-testigo es quien asume la presentación de los hechos del presente y del pasado que circunda la vida trepidante de "Cajnavá". Hombre de pelo en pecho, fraguado en el galope de su caballo, se adueñó de la sierra y sus misterios, hasta envolver en su figura la valentía protagónica de quién ha hecho de la sierra su morada sempiterna.
"Cajnavá" fue el macho cabrío de la comarca, donde la tradición y la cultura conforman el código de una inquina familiar que genera el odio sembrado en los ancestros
Aquí los hechos discurren en una narrativa poetica, donde la palabra fluye hecha metáfora que aflora de manera espontánea, para fijar aquello que discurre en un tiempo y espacio que adquieren vida y que se movilizan, como si se tratara de dos personajes más que se integran en la obra, lejos de la voluntad intencional del sujeto-narrador.
Esta obra se nos presenta como un corpus que sintetiza una historial que gira entre la realidad de un suroeste marcado por la miseria y el olvido, donde familias y apellidos, aún no concilian su convivir de entre patios. "Cajnavá" forjó su propia leyenda debajo del follaje de la bayahonda y sobre el punzante aguijón de las guazávaras. "Cajnavá" fue el macho cabrío de la comarca, donde la tradición y la cultura conforman el código de una inquina familiar que genera el odio sembrado en los ancestros.
Aquí la historia regional forma parte de la historia nacional, de ahí que en su discurso narrativo, los hechos van precedidos de una cronología de fechas, números de Leyes, decretos y sentencias que se entremezclan con la melodía repentina de alguna estrofa huidiza que resalta el desahogo de "Cajnavá", en su función de estandarte épico de la comarca, a quién le atribuían un asesinato que no cometió y no era justo cargar con esa culpa al cementerio:
"Yo no fui quien lo mató,
Ni quien lo mandó a matar.
Los culpables de esa muerte
Fueron Bartolito y Nicolás".
(p.47).
Contando y cantando la historia, van los personajes trillando su destino, sus revueltas, su paz y su guerra:
"A Ché Blanco le tiraron
De la barba a la quijá,
Por amigo de decir
Que hombre manco no es pará".
(p. 70).
He aquí el épico transcurrir entre "Viejo el Mocho" y "Che Blanco", otros dos personajes que interactúan de manera integrada en esta obra, para pintar de acción y refriegas el historial sin tregua de "La Fiesta de "Cajnavá". La vida se convierte aquí en melodía estrófica que, luego, a ritmo de mangulina, le da sentido y ritmo al entorno de lo narrado.
"Cajnavá" miró siempre la muerte de frente y jamás podía permitir morir de espaldas. Eso era como desdiciéndose así mismo, porque jamás traicionaría su apego al ideal de Duarte y a la defensa de la patria. Los valores patrióticos surgen como ejes transversales del narrar en esta obra, siempre con una tonalidad informativa, como quien infiere una lección para la historia, sin dejar de deleitar al lector.
"Pancha Pèrez", aquella que pudo ser la "viuda de Cajnavá", estremeció el rumor de las sierras, cuando el narrador, en su condición de narrador-testigo, la presenta como una mujer de "falda al viento" , al entrar en escena casada con el general "Bartolito Félix", el asesino del mito-real "Cajnavá".
La narración queda entrecruzada de un tono sentimental y melancólico, delineando un final de incertidumbres, cuando, en boca de "Yito Carnavá", el hijo de "Lucas Cajnavá", unos versos sentenciosos que reconfirman el entronque poético que perfila el ambiente que discurre a lo largo del discurso narrativo que permea esta obra :
"El hombre en su camino
No se puede distraer,
Ni por su mejor amigo
Ni por su mayor querer,
Si ustedes me vieran de pie
Con mi revólver guinda’o,
Me estuvieran saludando
De sombrerito quita’o.
Yo solo siento a mi Mayaya,
Pero más siento a mi mamá;
Y más siento a Panchita Pèrez
Porque la dejó embarazá.
(p.78).
Es así como nos encontramos con una narrativa que, aunque se enmarca en el trasiego accional de una región, en este caso del Sur de la República Dominicana, no deja de traspasar los marcos de la insularidad, por su tonalidad poética y su mezcla de tragedia, para proyectar la epopeya mítica de un personaje que, en vida, pobló de rumor, misterio y mangulina, aquellas tierras de Cabral, Cambronal y Barbacoa del Neiba de las uvas y los tabardillos, para las infinitas páginas de la historia.