Hoy, para ser cónsono con la realidad, debí hablar de la resurrección y del operativo Semana Santa, pero como sé que muchos otros colaboradores tocarán ese tema he querido concluir esta serie de artículos acerca de esto que he llamado la ficción de la fusión en los que he intentado hacer un recorrido histórico presentando los diferentes momentos en que ha tomado fuerza la ficción de la fusión de la isla entre República Dominicana y Haití y probar que esta teoría es desfasada y que ya no representa ni un solo ápice de verdad.

En el artículo anterior vimos cómo ha sido Trujillo el principal artífice del antihaitianismo y que en su régimen surgieron una serie de intelectuales que se dedicaron a reflexionar sobre el tema haitiano sobre todo después de la matanza de 1937 en cuyo interés yacía la idea de limpiar el nombre del sátrapa basándose en el discurso antihaitiano.

Con posterioridad a la Revolución de 1965, surgió un nuevo movimiento intelectual que se dedicó a re-interpretar el proceso histórico dominicano ceñido a novedosas metodologías de investigación y a la luz de modernos esquemas ideológicos. Se inició así lo que el doctor Juan Isidro Jiménez Grullón denominó “historiografía nacional científica”, escuela al través de la cual muchos de los tabúes, distorsiones y prejuicios de nuestra historia patria comenzaron a ser desmitificados, entre ellos la cuestión de las relaciones entre la República de Haití y la República Dominicana.

Pese al trabajo de estos nuevos intelectuales sería el Presidente Balaguer, fiel sucesor de Trujillo, quien traería de nuevo el antihaitianismo fundamentalmente en su libro “La Isla Al revés”.

En dicha obra Balaguer sostenía que la nación haitiana había nacido a la vida independiente asociada a la noción de imperialismo, razón por la cual sus principales estadistas siempre insistieron en la tesis de que la isla debía ser una e indivisible y él se erigió como el principal defensor y salvaguarda de la soberanía nacional.

En los gobiernos de Balaguer la soberanía, según sus espejismos, se mantuvo constantemente amenazada ante las intenciones fusionistas de fuerzas extranjeras como Estados Unidos, Francia y Canadá y él era el defensor más acérrimo. Como le dio resultado a Trujillo, así mismo sucedió con Balaguer.

Ante todo esto apoyo la teoría que sostuviera el doctor Américo Lugo quien planteara que nuestros conflictos con Haití no debían resolverse por medio de la guerra, sino como resultado de una paz garantizadora de la supervivencia autonómica de cada nación dentro del marco de una confederación.

Porque no se pelea entre hermanos y Haití es hermano nuestro, unido, como estamos ambos pueblos, por indisolubles vínculos topográficos, geográficos, etnológicos, agrícolas, industriales, comerciales… etc. Somos diferentes en todo y esta es la principal razón por la que resulta imposible una fusión de la isla como la pregonan los sectores más conservadores. Los haitianos aman a su pueblo como los dominicanos amamos al nuestro. Estamos condenados a vivir en una misma isla, aunque en espacios separados; ellos en Haití y nosotros en República Dominicana, pero de lo que sí estoy seguro es que podemos vivir en paz y armonía, con leyes migratorias claras, con un acuerdo de libre comercio que facilite el respeto en las relaciones comerciales y con una milicia que procure defender la frontera y no vivir de ella fomentando la ilegalidad. ¿Es esto tan difícil de conseguir? Yo creo que no, lo que sucede es que muchos prefieren apostar al caos porque les deja más beneficio.