Existen diversos estudios científicos respecto de las relaciones domínico-haitianas que han abordado admirablemente la cuestión del antihaitianismo dominicano, sus orígenes y etapas de expresión más acerba, los cuales evidencian que previo a la era de Trujillo en la sociedad dominicana nunca antes se manifestó el fenómeno del prejuicio antihaitiano con semejante vehemencia y fanatismo. Es más: se ha demostrado que durante el régimen de Trujillo la política antihaitiana estuvo en vigor a partir de 1938, alcanzando su mayor grado de manifestación en el decenio de los 40.

En efecto, bajo la dictadura de Trujillo se elaboró una ideología racista, que si bien no partía de la negación del dominicano se ubicó en una práctica hispanófila que sustentó toda la producción intelectual de esos años. El decenio de los cuarenta, por tanto, sería prolífico en bibliografía antihaitiana y los más conspicuos pensadores criollos dedicarían casi toda su capacidad intelectual a elaborar una historia dominicana que presentaba al pueblo de Santo Domingo como un conglomerado social netamente hispánico, soslayando intencionalmente la presencia y el impacto del elemento africano en la cultura dominicana.

¿Por qué es a partir de 1938 que se profundiza la literatura antihaitiana que alcanza su punto álgido en 1940? Ante el escándalo internacional que supuso la matanza de haitianos de 1937 toda una clase intelectual a favor del régimen se dispuso a limpiar el nombre del dictador construyendo discursos que, inclusive, justificaban ese genocidio sobre la base de que Trujillo nos estaba protegiendo de algo peor en el futuro como bien reza el siguiente texto que suele circular por las redes sociales en cada ocasión que resurgen brotes de antihaitianismo:

“Si mis manos se han manchado de sangre, ha sido para salvar de la haitianización del país a la generación de ustedes. Dentro de 50 años, la ocupación pacífica del territorio nacional por parte de Haití significa para ustedes que los haitianos podrán elegir autoridades dominicanas, podrán poner y disponer, podrán mandar a Duarte y los trinitarios al zafacón de la historia y anular para siempre sus ideales y su abnegada lucha, los cuales (ideales y lucha) no tienen ningún sentido para los haitianos.

Estancados en su error, los haitianos piensan que este lado les pertenece y como ven que somos gente decentes y pacíficos, mansos vecinos que nunca en la historia les hemos invadido, creen que pueden venir aquí a hacer y deshacer. Hace poco andaban por ahí robando y matando reces a su antojo, como si fuesen animales silvestres y sin dueño o como si aquí no hubieran leyes ni autoridad, ahora han aprendido que aquí hay ley y hay autoridad.

Jóvenes dominicanos, en esa gente no se puede confiar, cuiden su país y con más ahínco después de mi desaparición del escenario político nacional. Traten de preservar los programas de dominicanización fronteriza que yo he creado y ciertamente extiéndanle la mano al necesitado, concédanle incluso un rincón para vivir como ya hicimos al cederles hincha, pero no dejen que les invadan sus casas ni sus haciendas, ni su patria y mucho menos que se las arrebaten con argucias o con fuerzas. Recuerden siempre las palabras sacrosantas de Juan Pablo Duarte: Dios Patria y Libertad”.

Ese discurso es temerario porque con él se quiso justificar algo injustificable y lo triste es que todavía sigue calando en la sociedad dominicana. Los sucesos acaecidos en primero en Navarrete y luego en Pedernales han encontrado su justificación en la protección del país de la haitianización y con ese discurso justificamos injusticias peligrosas. Pero de eso seguiremos hablando en el último de estos artículos.