La Feria del Libro de Madrid 2019 es el acontecimiento cultural del año para la cultura, la literatura y el arte dominicanos, porque esta iniciativa privada tiene como país invitado a la República Dominicana.
Aunque la visión de la cultura, la literatura y el arte dominicanos que tendrán quienes asistan a la enorme cantidad de actividades será la del arte oficial o paraoficial del país, sobre todo españoles, hispanoamericanos, algunos hispanistas e hispanoamericanistas europeos, será muy limitada, a pesar de que el programa en mis manos incluye una mayoría abrumadora de actividades a cargo de 44 funcionarios del Gobierno actual, ex funcionarios y colaboradores íntimos del exministro de Cultura José Rafael Lantigua, durante ocho años y cuatro como jefe indiscutido de la Feria del Libro de 1996 a 2000.
Aunque sea una perspectiva unilateral oficial o paraoficial, es mejor que nada, y se me ha informado que el embajador Olivo Rodríguez Huertas, casado con una sobrina del presidente Danilo Medina, gestionó y obtuvo que este evento fuera dedicado a la República Dominicana, algo que ni los ministros de Cultura o Turismo anteriores lograron en el pasado. Nuestra Feria Internacional del Libro sí dedicó, en años pasados, una de sus ediciones a España y no contentos con eso, diversas universidades e instituciones culturales no pierden ocasión para homenajear a ese país, sobre todo por el aporte cultural, literario, artístico y docente durante el período del exilio republicano en Santo Domingo a partir de 1939.
Quizá la cercanía de Rodríguez Huertas con el presidente Medina indujo al entorno del mandatario a obviar la participación legítima del Ministerio de Cultura, institución que es la responsable de la política cultural del Estado, lo que provocó un pugilato entre esas instancias de poder, saldado a medias, mediáticamente, con un abrazo para la prensa. Pero, sobre todo, la exclusión inicial de Eduardo Selman, Ministro de Cultura, de la organización de ese evento se explica porque en las alturas, abonan las de entero crédito, a ese Ministerio lo tienen a pan y agua y a su titular ni se le recibe en Palacio. ¿Qué pecado cometió? Y, además, porque en el gobierno de Danilo no se mastica cultura y arte, y por eso ese sector se vio obligado a contratar los servicios de los miembros del leonelismo, o sea a los maestros cantores del partido del signo.
No extraña que en el entorno del mandatario se reclutara a un hombre de vasta experiencia en la gestión y administración de la cultura como lo es José Rafael Lantigua, a quien se le ha obviado su leonelismo sin fisura y se prefirió su pericia organizativa, como lo testimonia el programa de actividades a la vista. Y de paso se le guiña un ojo con tinte neutralizador para futuras acciones.
Rodríguez Huertas, celoso como Trujillo de su logro, al anunciar en rueda de prensa su trofeo, no compartió podio con nadie del viejo proyecto leonelista, salvo con el empresariado que le apoyó, porque para el diplomático y flamante hombre de poder solo existen colaboradores leales y obedientes.
Como dijo Octavio Paz, del mundo del arte y la cultura oficial solamente brotan una cultura y un arte petrificados. El 95 por ciento de los invitados al convivio de Madrid (44 intelectuales en total) pertenece al mundo oficial o paraoficial. Nueve al parecer no están ligados a ese mundo y siete que pudieran calificar como independientes están muy vinculados, por su labor, a la reproducción de las instancias ideológicas del sistema social. Los españoles, hombres y mujeres que participarán en las actividades de la Feria de Madrid están ligados a instituciones paraoficiales como son las Academias Dominicana de la Historia y la de la Lengua o al Archivo General de la Nación o, si no, a instituciones y organismos oficiales o paraoficiales españoles.
Además de Huchi Lora y Eugenio García Cuevas, solo Andrés L. Mateo es, del grueso de invitados criollos, un intelectual problemático para la visión oficial y paraoficial del Poder y sus instancias, pero para la cultura que se mostrará en la Feria de Madrid se les ha asignado, a los tres los temas (“Pedro Henríquez Ureña, la búsqueda de la diferencia”, “La Poesía Sorprendida y sus colindancias poéticas con España y otras partes de Europa” y “La décima dominicana y su relación con la espinela española”, ponencias que debido a su clasicismo quedan confinadas a un territorio neutral y lejano.
Un intelectual español o hispanoamericano lúcido, sea hombre o mujer, que asista, por ejemplo, a las conferencias literarias y culturales se asombrará de que el mundo cultural dominicano se detuvo en 1969, en el postrujillismo y que, a partir de los años setenta del siglo XX, ninguna corriente literaria, lingüística, histórica o sociológica irrumpió en la sociedad dominicana. Los españoles que leyeron y siguen leyendo la colección de lingüística de la Editorial Gredos, de Cátedra o cualquier otra gran editorial, se extrañarán al constar que la sociedad dominicana se quedó en la filología clásica y que el estructuralismo lingüístico y literario no pasó por aquí; que la semiótica de Barthes, Todorov, Kristeva, Greimas, Genette y los otros no pasó por aquí; que la crítica literaria de tendencia marxista, funcionalista, sicoanalítica o estructuralista no pasó por aquí; que las modernas concepciones de la teoría de la traducción no se han aposentado en Santo Domingo; que las teorías de la nueva novela francesa, de Tel Quel y la poética de Henri Meschonnic no se conocen en nuestro país; que los métodos de análisis histórico, sociológico y literario de las escuelas norteamericanas, francesa, italiana y española no han pasado por aquí desde el decenio de 1970 hasta hoy; en fin, que solamente hemos inventado el modernismo de Darío y el boom latinoamericano para el mundo cultural peninsular y latinoamericano.
Finalmente, parecería en este amasijo variopinto de actividades como si por aquí no hubieran pasado los cinco conceptos fundamentales que quedan en pie de la lingüística de Saussure; que no han pasado por aquí Jakobson, Martinet, Benveniste, la generativa de Chomsky, las escuelas de Tartú, Praga, Copenhague o la lingüística americana de Bloomfield, Sapir, Harris, Boas, Wolf y Charles Sanders Pierce y, en materia de historia, sociología y antropología las aportaciones de Mauss, Vilar, Braudel, Bloch con la escuela de los Anales o la escuela de la nueva historia que encabezaron Pierre Le Goff y Pierre Nora y, el último grito de la moda americana: la reflexión epistemológica sobre el discurso histórico de Hayden White. No nos hemos quedado por estos predios en la enigmática España de Sánchez Albornoz y un espíritu inconoclasta como Michel Foucault ronda entre nosotros, al igual que ronda entre nosotros un espíritu innovador de la filosofía Wittgenstein.
El programa de actividades del país invitado a la Feria de Madrid sugiere que los dominicanos nos hemos quedado en el mundo petrificado de Menéndez y Pelayo, Menéndez Pidal, la Generación del 98, la Generación del 27 y en la estilística de Dámaso Alonso y Carlos Bousoño y que, después de la muerte de Franco, no ha surgido en España una multitud de poetas, escritores, críticos, lingüistas y dramaturgos que han bebido en todas las fuentes europeas y americanas que la censura les impidió conocer y que todos ellos, quiérase o no, han influido en la cultura dominicana.
Es paradójicamente con la creación de una verdadera doble vía que ya irradia desde la República Dominicana hacia España con la teoría del ritmo de la poética de Meschonnic que la intelectualidad peninsular conocerá la segunda revolución literaria iberoamericana, no a través de Francia como debió suceder, sino a través de la vía de Hispanoamérica como lo ha subrayado el traductor y poeta argentino Hugo Savino, actualmente radicado en Madrid.
En resumen, la participación del mundo artístico y cultural oficial o paraoficial de la República Dominicana en la Feria del Libro de Madrid es la evidencia misma de la mala conciencia de la teoría del signo y su partido y que ese mundo oficial solo es capaz de reproducir la inutilidad y la petrificación de la crítica, que es lo propio del sujeto en la vida, en el combate diario. El producto cultural y artístico del mundo oficial es como las novelas de aventura: todo el mundo sabe en qué terminarán.