En mis comparaciones más caprichosas y locas, he llegado a asegurar que una patana y un motorista son igual de peligrosos, y que pueden provocar accidentes de similar gravedad. Sé de personas que han sido atropelladas por motoristas y a causa de la extrema velocidad que estos llevan, la pobre víctima sale como proyectil hacia cualquier lado para reventar sobre el pavimento. La física no se equivoca y en este caso duele, porque sé de personas muy cercanas que han perdido familiares de esta forma.

El motorista tiene una fe tremenda, digo yo de puro chiste. Ellos juran, creen, piensan y aseguran que caben por cualquier lado. No hay pulgada o centímetro de espacio, asfaltado o no, por donde ellos decidan no atravesar. Siempre pueden. Siempre caben los muy fatales. Van de zigzag en zigzag tentando a la misma muerte. ¿Será que se piensan inmortales?

Recuerdo una ocasión en la que iba cruzando la Ave. George Washington, -que por cierto, no sé por qué carajos esa avenida no lleva el nombre de un Amín Abel o un Amaury Germán Aristy-. En fin, la avenida estaba atestada de autos que no avanzaban por un gran tapón; habrían de ser las 6:30 o 7 de la noche. Era exactamente la esquina formada con la calle Socorro Sánchez. Cualquiera diría que cruzar sería bien fácil, pero yo decidí caminar despacio porque resulta que los motoristas también son fantasmas ¡y yo lo sé!, y nunca sabes desde dónde saldrá uno a toda marcha. Yo iba a cero kilómetro, con mi niña de año y medio en brazos, mirando por ambos lados, aunque se trataba de una sola vía. Autos sin moverse, camino despejado, yo paso lentamente, cuando de repente ¡sale de la misma nada un fantasma de esos repleto de fe!… ¡porque cabía!

Yo terminé golpeando con mi rostro la lujosa mica de una jeepeta de las que no se movían y una rodilla resentida y con sangre; mi niña voló como proyectil y calló perfecta e intacta en los brazos del mismo motorista, que no sabía qué más decir para pedir disculpas. Todo pasó en apenas segundos. Solo segundos. Yo moría del miedo, lloré como loca y mi niña igual. Al final, por los nervios y la angustia, me devolvía a la casa con dos policías escoltándome. ¡Y realmente tuve mucha suerte!

Una gran cantidad de motoristas no saben qué es una luz roja. Quizá hayan escuchado de ella, pero no creo que sepan de qué se trata. No importa que haya un AMET cerca. Un motorista podría desafiar todas las leyes posibles, hasta las de Murphy. Tampoco parecen advertir que van montados sobre algo que no los protegerá en caso de accidente, eso debe ser parte de la fe que graciosamente le atribuyo. Los más osados y atrevidos ni usan casco protector.

Sin embargo, los hechos no parecen convencerlos de que el comportamiento que exhiben debe cambiar. Las estadísticas están ahí, gritando, año tras año, como en casi todos los accidentes de tránsito hay un motorista involucrado. Quizá con un poco de educación sobre el tema ellos puedan modular un poco su fe, y terminar entendiendo a lo que se exponen al conducir tan temerariamente. ¿O será que siempre el que muere es el otro, y no ellos?