El amor más terrible es el no consumado: jamás acaba.

H. Bianciotti

Para la justa comprensión del título escogido para este artículo conviene señalar que el adjetivo fatal no debe ser tomado en el sentido de aciago, funesto o nefasto sino única y exclusivamente en su acepción de inevitable, ineludible.  Perdurable o perdurabilidad en su significado de persistencia, que dura mucho, mientras platónico se refiere al amor exclusivamente ideal, sin traducción en actos físicos.

Cuando hace años leía las autorizadas plumas austríacas de Stefan Zweig y Joseph Roth – creo la de este último – me enteré del caso de una compatriota suya de intensa vida sexual que permaneció soltera toda su vida la cual fue abordada por uno de ellos cuando en solitario ocupaba una mesa al aire libre en una de las célebres cafeterías de la Ringstrasse de Viena entre las dos guerras mundiales.  Ella degustaba, recuerdo, un sachertorte,  un pastel de chocolate vienés.

Al interrogarle sobre las causas de su injustificable celibato después de haberse apareado tantas veces expresó: “durante un viaje en tren estuve sentada frente a frente a un apuesto y joven alférez uniformado quien en todo el trayecto no me ofreció siguiera la limosna de una mirada y mucho menos el susurro de una conversación. Al desocupar su asiento no se despidió y jamás volví a verle: Con él me hubiera casado”, sentenció ella.

Siempre he recordado este singular episodio pues lo que ella consideraba ser una apasionada y original explicación a su obstinada soltería yo lo juzgaba como una patente demostración del amor platónico, aquel corporalmente no satisfecho cuya irrealización le confiere otra dimensión haciéndole más perdurable que el amor saciado.  Al mutarse, transformarse en recuerdo, adquiere una longevidad a menudo no comprendida.    Si se hubiese acostado con él ni lo recordaría y menos matrimoniarse.

En los animales y todas las etnias humanas la posesión sexual es casi siempre de naturaleza salvaje.  Jacinto Gimbernard y Albert Einstein hicieron el amor con embates y acometidas iguales a las de un estibador  de Haina oriental o a un guagüero de Manila o Estambul.  En este caso – el amor físico – la cultura y el desarrollo psíquico o espiritual alcanzado son impotentes antes los apremios del erotismo.  La razón se queda fuera y los instintos dominan el escenario.

Es natural que antes de pasar a la intimidad todos nos imaginemos, figuremos, cómo será eventualmente el cuerpo y el comportamiento sexual de nuestra potencial pareja, pero no pocas veces la posesión defrauda  no resulta satisfactorio el apareamiento, y en una persona experimentada con un largo historial en el terreno de la sensualidad, paulatinamente va progresando aquello de que es preferible tener las ilusiones que preceden la intimidad,  que esta misma.

Una práctica que conduce a esto último es lo que se ha dado en llamar hacer el amor que muchos con razón estiman como una simplificación vulgar al identificarlo con el amor genuino.  Con tristeza debo expresar que el emparejamiento permanente con una persona contribuye a la mecanización del amor, no resultando equivocado el poeta Amado Nervo cuando se preguntaba por qué el amor agoniza durante el matrimonio.  El mismo se contestaba: porque ya poseemos el objeto amado y el coito, en este caso, debe ser conceptuado como el castigo por la felicidad.

Se dice que la condición para que el amor logre la eternidad deseada consiste en entrar en el recuerdo, que en la memoria resida y allí ganará en intensidad, pureza y transparencia.  En el recuerdo se realizará lo no cumplido.  Estará a salvo de las inconveniencias y asimetrías corporales –obesidad, adelgazamiento, jorobas, deformidades – generadas por el inclemente paso de los años.  Y así como era al principio volverá a encontrarla y amarla otra vez.

Un personaje del libro “El color prohibido” del japonés Yukío Mishina, con respecto a una muchacha amorosamente pretendida decía: Si la toco todo habrá terminado, algo se alejará y no volverá jamás.  Para conservar entre nosotros una especie de música infinita  no debo mover un dedo hacia ella.  Este joven estaba convencido hasta el tuétano de lo asegurado por la sabiduría popular en el sentido de que el amor vive de palabras y muere en los hechos.

Se conoce un ejemplo muy ilustrativo de esto: la poeta española Pilar Valderrama se enamoró perdidamente de la poesía de Antonio Machado.  Al visitarle éste fue seducido por la belleza de ella, pero con el propósito de preservar su admiración Pilar le propuso un pacto: amistad sincera, limpia pero nada de sexo.  Machado aceptó esta incomoda relación constituyendo la misma el origen de cartas y poemas de gran inspiración por parte del  bardo sevillano que falleció en Colliure, Francia.  Amor cortés si, sexo no.

Todo parece sugerir que los apetitos amorosos no realizados son con  mayor frecuencia más duraderos que los anatómicamente satisfechos pues el discurrir del tiempo se encarga de atenuarlos y finalmente disiparlos.  El amor frustrado suele tener más subsistencia  que el amor voluptuoso.  Esto es cierto incluso cuando el amor no es reciprocado, así como el sentido por mascotas animales, lugares históricos,  que muchas veces despiertan una profunda querencia, un perdurable cariño.

No resulta nada extraño que a la generalidad de los seres humanos les parezcan más bellas y hermosas las cosas antes de conocerlas o que sucedan, y como los ímpetus sexuales no son tan difíciles de calmar existen muchas personas que por edad, vivencias y experiencias estiman que lo más sublime y valioso consista paradójicamente en no complacerlos, no entregarse a ellos.  Por esto decía Lawrence de Arabia que cuando algo estaba eróticamente a su alcance ya no le resultaba deseable.  Si lograba lo que quería entonces le daba la espalda.

Alguien de excepción como el escritor checo Franz Kafka contaba en su famoso “Diario” que vivir con el mayor ascetismo del mundo posible, más austeramente que un soltero,  era para él la única opción para soportar su matrimonio.  Ahora bien, como la vida conyugal es un asunto de dos se le preguntó ¿pero, y ella? No hubo respuesta pues en estos casos todo dependerá si la contraparte  está de acuerdo o no con esa heroica determinación.  Conozco muchos esposos que duermen en camas separadas.

Los lectores de este trabajo podrán estar conformes o en desacuerdo con todo lo antes relatado, pero no existirá desavenencia posible en lo siguiente: qué placentero es decirle al objeto amado: ahora no, hoy no – hablando de sexo desde luego -.  Qué delicia el decidir este suspense, el aplazar por voluntaria iniciativa el encuentro carnal.  En el caso de ser el primero, cuanta complacencia en preguntarse uno mismo ¿cómo gozará? ¿cómo ese cuerpo dará voz a sus orgasmos? ¿gritará? ¿suspirará?.

Cuántos matices, tonos, existen dentro de esta sensual paleta cuya diversidad y variabilidad no tiene paralelo en ninguna otra especie animal conocida? Se afirma que el no hacerlo es muy excitante, que el amor fantasía es mucho mejor que el amor real, pero sucede y viene a ser que si nos limitamos al amor platónico la especie humana se extinguiría al ser el intercambio de gametos imprescindible a su preservación.

Aunque sea cierto que el amor platónico tiene una altísima esperanza de vida, que su nivel de sobrevivencia es notable, la mayoría de los miembros que lo experimentan alguna vez en su vida no se conforman – sobre todo en la juventud – con ello, suspiran con aventurarse en el arriesgado mundo de la sensualidad,  a la comisión del universal regocijo de los sentidos, siendo el amor honesto o casto patrimonio de los jubilados sexuales o de quienes por una razón u otra están imposibilitados de expresar sus afectos.

El escritor, guionista y ensayista estadounidense  Gore Vidal (1925-2012) pariente político de Jaqueline Kennedy, primo de Jimmy Carter y del  exvicepresente  Al Gore, es el autor de algunas novelas “Lincoln”, “obras de teatro “ “El último Imperio”   Era homosexual y cuando en una entrevista televisiva se le preguntó como había permanecido 44 años junto a su pareja Howard Austen contestó:  Nada de sexo”.  Nadie se lo creyó pero esa fue su argumentación.

Esta actitud de concederle más valor al deseo de copular que al acto de hacerlo, que es mejor tener las ilusiones del deseo que la posesión misma debido a que la mecánica animal de esta última destruye toda sentimentalidad o romanticismo, puede resultar atractiva para quienes están en el crepúsculo de su vida erótica pero no para quienes están fuertemente espermatizados como la juventud, o para aquellos cuyos cerebros son muy obedientes a las pulsiones sexuales.

Sí podemos resaltar que en la memoria de cada uno de nosotros los amores subjetivos, los no ejecutados perduran por mucho más tiempo que los físicamente disfrutados, y cuando en los años finales hacemos un inventario, balance, de los encuentros carnales llevados a cabo, su enunciación o remembranza sólo nos procura un escaso deleite contrariamente al provocado cuando evocamos los amores truncos que no alcanzaron su materialización, su plenitud.

En fin, el apareamiento, esa locura de los sentidos mediante la cual dos personas aspiran, sin lograrlo, convertirse en una sola al ayuntarse horizontal o verticalmente, es sin duda alguna el placer humano por excelencia, aunque debemos reconocer que se trata de un acontecimiento efímero, fugaz, que desde luego produce extraordinarios resultados – las generaciones existentes y las por venir – pero al final del todo no nos macará tanto como lo hace en nuestra mente lo que pudo haber sido y no fue:  el amor puritano.