Tanto como la vacuna para el Covi-19, nos hace urgentemente necesario que la moderación, una exiliada de la política y las pasiones dominicanas, regrese a la mayor brevedad al país. Basta con leer  los discursos de la dirigencia nacional y ver y escuchar muchos de los programas de televisión y de la radio de más alta audiencia para entender porque se nos hace tan necesario que ese valor perdido retorne cuanto antes.

La moderación está ausente del debate nacional y por eso presenciamos en el tratamiento público de los grandes temas  a los actores halándose de las greñas y abandonando la escena al primer desacuerdo. En los espacios más populares de los medios electrónicos apenas se habla y el grito intenta ser el canal de persuasión.  Pocos cuidan lo que dicen y la caballerosidad, un elemento vital de toda discusión civilizada, se perdió en el ruido.

A causa de esa ausencia, en la negociación de los asuntos fundamentales los dirigentes políticos se valen de la omnipresencia de un lazarillo, un auxilio confesional, para cruzar al otro lado de la calle, a pesar de las líneas blancas en el pavimento en cada esquina. Lo vemos con el Código Penal y el aborto, en la discusión de las leyes de partidos y las relacionadas con los temas electorales; en los llamados pactos eléctrico y fiscal. Y no alcanzamos llegar a ninguna parte, porque la experiencia indica que los grandes  acuerdos solo son posibles en el ámbito político.

Las diferencias entre los partidos dominicanos no son más amplias que las de sus pares españoles. Y allí, en España,  los graves problemas políticos y económicos se debaten en La Moncloa, no en la Complutense. Es necesario sacar del aula, de la academia, las cuestiones que conciernen al entendimiento político. Mientras se eluda el Palacio Nacional como centro de discusión política no habrá acuerdo que dure.