Hace unas horas, a la sombra de un laurel, he sido testigo de una animada conversación entre jóvenes, la cual versó en torno a estos ejes: “mi máquina de celular”, “el último tenis Jordan que compré a 300 dólares”, “el pantalón Diesel de 400”, “el suéter Nike que me gusta”, “la Smith & Wesson que compré en 180 mil para defenderme de estos delincuentes”, “muchas muchachitas se la buscan en la calle y me he tirado unas cuantas a cambio de poca cosa”, “las mujeres de hoy son víboras que buscan hombres para dar tumbes; muchas tienen hijos de cuernos y los pegan a los maridos”, “casi me voy de aquí”, “hay que darse buena vida”.
Habría sido una tertulia inocua si su esencia no se estuviera convirtiendo en un común denominador de la cotidianidad nuestra en todo el país. Inocente, además, si muchas damas no pensaran igual.
Cada vez más mujeres y hombres se convencen de que “cuanto tienes, cuanto vales”, sin importar atadura a los valores de la honestidad, lealtad, sinceridad, humildad, gratitud, solidaridad y compartir, propios de la familia tradicional dominicana. Y así actúan. Grave. Muy grave.
El paradigma de familia que hacía a este país grande y tranquilo ha sido secuestrado y puesto a los pies de un modelo de éxito perverso, importado en un paquete y multiplicado por cuantos canales existen. Un modelo que apenas responde con escasos empleos de poca monta para que sus víctimas puedan satisfacerle su abrumadora y cara oferta, y apuesta a la división, al individualismo y a la baja autoestima, porque así vence más fácil.
Ya son casi rutinarios los discursos amanerados que aminoran la importancia del impacto negativo del desmoronamiento familiar en el desorden social que sufrimos en aras de la “libertad”, y hasta aventuran que sin el núcleo básico de la sociedad podemos vivir en paz. Nada más falso.
En este momento, nos desgarramos en un pulso al que engañe primero, bajo una sombrilla de arrogancia y orgullo vano, distante de autocrítica. Importan más el último modelo de teléfono inteligente, la ropa y los calzados, el carro de lujo y los muebles, que el ser humano en sí.
En esa tensión vive la juventud de hoy, creyendo que vive. Sin empleo y sin dinero, pero ante el reclamo general de oropeles por parte de la sociedad. Y hasta de la misma familia.
Y luego nos preguntamos por la falta de amor, por la nueva prostitución y la ola de violencia que ya casi es tsunami.