Ante el anuncio del Ministerio de Educación de una Orden Departamental para orientar la política de esa institución en materia de género me permito una invitación inicial a una mayor reflexión sobre la educación pública en el país.

El Ministerio de Educación quiere anotarse en una ola que postula políticas públicas en Perspectivas de Género.  Entendemos que valores se han promover para asegurar la interacción social en una sociedad abierta y participativa, donde no se discrimine a nadie por ningún tipo de condición, origen u orientación fundada en su conciencia personal. La Constitución del 2010 es una garantista de ese principio, lo cual fue una de sus grandes novedades.

Sin embargo, mueve a preocupación que en nuestro país quienes están llamados a vela por la educación dominicana confundan los principios de participación y convivencia social, fundados en la igualdad, la equidad y la no discriminación, con enfoques negacionistas de la propia identidad biológica, psicológica y social de las personas, y la trivialización de la institución familiar. Como ya lo advierte el Papa Francisco, acogiendo el consenso de las familias del mundo en el Sínodo de la Familia de 2017:

Otro desafío surge de diversas formas de una ideología, genéricamente llamada gender, que «niega la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y de mujer. Esta presenta una sociedad sin diferencias de sexo, y vacía el fundamento antropológico de la familia. Esta ideología lleva a proyectos educativos y directrices legislativas que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer. La identidad humana viene determinada por una opción individualista, que también cambia con el tiempo». Es inquietante que algunas ideologías de este tipo, que pretenden responder a ciertas aspiraciones a veces comprensibles, procuren imponerse como un pensamiento único que determine incluso la educación de los niños. No hay que ignorar que «el sexo biológico (sex) y el papel sociocultural del sexo (gender), se pueden distinguir pero no separar». (Francisco, Amoris laetitia. La alegría de las familias, 56)

Somos conscientes de las no pocas dificultades y desencuentros que esta narrativa ha provocado en aquellas naciones donde se les ha dado campo. Comienzan con ese lenguaje de inclusión y terminan en persecuciones, amenazas, agresiones, censura, y la pretensión de un discurso único. Y lo peor de todo: imponer el adoctrinamiento sexual a nuestros niños y niñas y hacerlos campo y carne de cañón de la llamada reingeniería social.

Por otro lado, hay una inquietud que merece toda nuestra atención, para no ser llamados a engaño, y radica en que falsamente nuestro sistema educativo público quiera presentarse como de avanzada y progresista tomando como fachada la narrativa de los llamados movimientos progresistas y afines.

Inscribirse en esa agenda no los exime de la vergüenza que representa la educación dominicana, que no la disimula ni corrige el sinnúmero de ordenanzas, órdenes departamentales, leyes, decretos, resoluciones y reglamentos. 

Los indicadores educativos nuestros nos ubican en el último lugar en ciencias y matemáticas, y rivalizando por el último puesto en lectura.  Nos aterra que el liderazgo y los principales actores educativos se distraigan del verdadero problema de la educación dominicana: en 12 o 14 años el Estado Dominicano no logra que los egresados sepan leer, pensar, resolver cálculos elementales y nociones básicas de desarrollo.

Apelamos a que nuestro Ministro de Educación y sus colaboradores abandones ese populismo y se ocupen de su verdadera responsabilidad: resolver o rescatar la educación dominicana del fracaso en los resultados obtenidos a pesar de disponer de gran presupuesto, infraestructuras y nuevas tecnologías

La prioridad nos es sex and gender, sino enseñar a pensar.