El debate sobre la muerte de mujeres asesinadas por hombres en relaciones de parejas o fuera de ellas se hace con tales sesgos y poses ideológicas que es difícil buscar por lo menos su disminución. Siempre se enfocan sobre las víctimas y no sobre los victimarios. El tema de los crímenes de mujeres causados por hombres lo tratan las mujeres u hombres que tienen complicaciones para sentirse como tales y que las feministas llaman aliados. Esto crea una separación donde los problemas de los hombres y las mujeres y se observan como compartimientos estancos y desde los criterios de la beligerancia. De un lado están lo que dicen que las mujeres son víctimas y del otro lado los que dicen que se victimizan sobredimensionado un problema.
Hay feministas que hablan de que es una guerra en la que los hombres están matando a las mujeres, es decir, que los hombres matan a las mujeres en un estado de conflagración donde las mujeres mueren asesinadas por quienes matan a sus enemigas en hechos consustanciales a la guerra que se vive entre hombres y mujeres, porque en la guerra al enemigo se le mata, pero es una situación en la que sólo mueren mujeres. Sin embargo, no voy entrar en el tema de la conflagración, porque desde el lado del hombre siempre se concluye con el argumento de que las mujeres también matan y esto es corroborar la visión de hombres y mujeres enemigos y en otro modo justificar la muerte de mujeres por hombres asesinos.
La idea de hombres o mujeres es común en el esquema feminista y las políticas formuladas con los criterios de unas u otros tienden siempre a la supresión del otro por cualquier vía. Así se habla de más años de cárcel ante cualquier agresión en contra de las mujeres y el concepto agresión se define cada día de forma más lata y se usa todo el aparato institucional para castigar a los hombres, a todos, culpables o no, pues todos los son. Hasta por sus formas naturales de ser porque no son más que construcciones sociales, según las tesis más elaboradas sobre los llamados géneros en cuya adhesión participan las feministas.
Todo se concibe con un maniqueísmo donde el hombre siempre es agresor y no otra cosa. No hay hombres que aman a sus mujeres, capaces de dar sus vidas en su defensa, sólo hay hombres agresores que cuando no ejecutan la agresión lo son potencialmente, hasta el punto de decir que al lado de un hombre una mujer siempre está en una situación de riesgo de muerte.
Hay hombres que matan a las mujeres, como hubo asesinos en series que sólo mataban mujeres jóvenes en los predios de las universidades estadounidenses, pero a nadie se le ocurría decir en los 70 que había una disposición natural en los hombres para matar mujeres en serie o que la construcción del asesino era un asunto femenino porque este era parte de la generación criada por las mujeres. Nadie en modo alguno llegó a pensar que eran asunto de las mujeres que construían asesinos como el estrangulador de Boston o que todos los hombrees eran estranguladores o que por lo menos eran potenciales asesinos de mujeres por el método del estrangulamiento.
La idea del hombre como agresor connatural de las mujeres es simplista, pero útil para los eslóganes y los medios, aunque nunca pueda explicar como un hombre mata una mujer y luego se suicida sin que se pueda evitar la muerte de la mujer con el temor a la pena de prisión y haciendo inútil cualquier sanción hipotética por fuerte que esta sea. Se puede explicar muy bien el primer caso con el hombre agresor en contra de las mujeres, pero no el de la acción contra de él mismo.
La propuesta feminista para solucionar el problema de la violencia en contra de la mujer es enclaustrar al hombre en el paradigma feminista de la nueva masculinidad. Esta nueva masculinidad surge después de la desconstrucción del caballero que abría las puertas a las mujeres en las entradas y las salidas, que cargaba las maletas, que consideraba que a una mujer no se le tocaba ni con el pétalo de una rosa por el hecho de serlo y era capaz de defenderla en cualquier circunstancia y juzgaba que en los casos de catástrofes o accidentes las que primero tenían que estar a salvo junto con los niños y niñas eran las mujeres, poniendo en riesgos la vida del hombre. El principio básico es que hombre y mujeres son iguales y uno creen que demasiado iguales que hasta deben morir en la misma forma.
Todos tenemos explicaciones, hasta aquella de la violencia en contra de la mujer como una construcción social, pero ninguna suena tanto en los medios y se considera en el diseño de política como las visiones de las feministas sobre la supuesta disposición de cada varón al feminicidio cuando tiene la oportunidad, de agredir una mujer, como si el tema del asesinato de las mujeres fuera sólo un tema de mujeres, de mujeres feministas, y un tema respecto del cual los hombres no pueden hablar sino es para asentir los alegatos feministas o declararse culpables a fuerza del chantajes de que cualquier argumento a favor del hombre es machismo contemporizador con los asesinatos de mujeres por hombre.
En un ser humano con una patología mental el asesinato puede ser una forma de solucionar problemas, uno con la mujer y otro consigo mismo, y en ambos casos lo hace de la misma manera, con la supresión del otro, la mujer, y el siguiente con la supresión de sí mismo, pero yo no hago ciencia yo especulo como especulan las feministas. Ninguna de las tesis feministas puede explicar con el concepto de feminicidio, matar una mujer por el hecho de ser mujer, porque un hombre mata un ciudadano alemán, como sucedió hace un tiempo en una situación de tránsito, y luego, cuando todos creíamos que estaba preso, en una esquina cualquiera mata a la mujer y luego se mata él.
Si las mujeres, y digo las mujeres porque la separación creada entre hombres y mujeres es tal que cuando se habla de políticas en contra de los asesinatos de mujeres por hombre las hacen ellas, sin hombres, o más, las hacen feministas acompañadas de hombres con problemas de sentirse tales, si examinaran como mueren los hombres en algún modo tendríamos una mejor explicación de los crímenes en contra de las mujeres y del contexto de violencia en el que estos se presentan en los barrios pobres, que son las más y la moda en las estadísticas de los feminicidios, también obtendríamos una explicación de sus causas que pueden ser multifactorial.
Hablo de pobres porque en las políticas que se diseñan no se hacen estratificaciones de clases sólo hay dos clases: hombres y mujeres, pero en los barrios y en el país todos los años mueren decenas de mujeres asesinadas por hombres, y cada año también mueren centenas de hombres asesinados y muchos de estos los mata el sistema, los mata la policía para eliminar un ratero o en un intercambio de disparos y civiles y policía repiten esa misma violencia en sus casas y matan a las mujeres. La mayoría de los muertos por asesinatos son hombres entre 18 y 24 años de edad y en sus estratos sociales tienen sus propios ritos para enterrar a sus muertos.
El tema de los feminicidios con la construcción feminista está ocultando un fenómeno que es latinoamericano, que somos un continente que mata a sus jóvenes varones más que cualquier otro. En el 2012, según UNICEF, el 25% de los asesinados con edades con menos de 20 años en el mundo ocurrieron en América Latina y el Caribe, y hay cinco continentes, la mayoría eran hombres. Para que podamos entender las proporciones, en ese mismo año, 2012, fueron asesinados en la República Dominicana 2067 hombres y 201 mujeres, del total de asesinatos las mujeres representaban el 9% y el 91% los hombres. En el 2016 las mujeres asesinadas representaban el 11% y los hombres asesinados el 89%. En la mayoría de los casos los criminales eran hombres. El hombre mata y muere, pero nadie se enfoca en él en un contexto que donde es víctima y victimario.
Los hombres asesinados no son de interés mediático ni tienen el drama novelesco de las muertes en el marco de las relaciones conyugales, son invisibles los crímenes cometidos en contra de los hombres; perpetrados por hombres, mujeres e instituciones del Estado, y la violencia cometida en contra de la infancia. En estos últimos casos regularmente las cometen mujeres, aunque todas las fotos de la violencia en contra de la infancia aparezcan un hombre como el maltratador y una niña al fondo con temor de ser golpeada, pero es común la frase: la que daba las pelas era mi madre. La violencia en contra de la infancia se destaca en los medios cuando hay violaciones de niños y niñas y el sexo de las adolescentes con hombres de mucha más edad que ellas, como una reafirmación de la maldad de los hombres y casi derivando de estos hechos una conducta generalizada. Nunca se habla de sustraer el hombre de la violencia cambiando el medio o cambiando el hombre lo que sea más fácil, creando una realidad donde la muerte violenta derivada de la iniciativa humana criminal sea excepcional y sancionada como tal. Al margen de las distracciones de las que ven a las mujeres asesinadas como medios para sus fines.
El tema mediático son los feminicidios, no la invisibilidad de la violencia que también recae sobre la infancia que mañana dará golpes a diestra y siniestra y de la exclusión del hombre en la solución de los problemas cuando se refieren a las mujeres que los mismos hombres matan. Las llamadas políticas con perspectivas de géneros excluyen al hombre como se observa en todas las instituciones públicas donde se aplican, pero se diseñan para incluir a las mujeres.
Cuando uno como profesor está en las universidades y observa que por cada 100 discente hay 70 mujeres y 30 hombres uno no observa un fenómeno de inclusión, sino de exclusión. Nadie se pregunta por qué los jóvenes están fuera de las universidades y de las escuelas y porque estos son los que tienen menos posibilidades de concluir sus estudios y como en los casos de los atracos representan casi el 100% de los que actúan o como en los puntos de venta de drogas o el tráfico a pequeña escala en los barrios hace a los jóvenes emprendedores de negocios ilícitos y todas esas acciones lo terminan convirtiendo en asesinos de un diseño perfecto. Claro, a las mujeres las matan comerciantes estables y militares posesivos que no tienen ninguna relación con esto y con respecto a los cuales para las mujeres sólo tenemos un discurso valiente en una realidad de indefensión que esta fuera del contexto y sólo se explica por las culpas de los hombres como especie y género.
Si uno observa las noticias y los nombres de las muertas en estos años concluye en que sólo discurren años de fracasos en el tema de disminuir a su mínima expresión los asesinatos de mujeres por hombres, fracasos de las mismas prácticas, del arte de hacer gárgaras mediáticas con los crímenes donde las mujeres son víctimas y los hombres victimarios, y para los fines de los medios las instituciones públicas realizan cada cierto tiempo unas pantomimas donde los funcionarios suben el tono de la voz y dicen que van a atacar la violencia en contra de la mujer y repiten cada año el conteo macabro de las mujeres muertas. Deporte necrófilo que con las mujeres no se reduce a los fines de semanas largos de días festivos no laborables o a los periodos de catástrofes naturales.
En un país donde las muertes por asesinatos no se detienen ni en los viernes santos y mueren seres de todos los géneros nadie escucha cuando cae un hombre muerto por el hecho de un crimen y el tema se trata sin comentarios. Nadie trata de explicárselo cuando los hombres muertos son muchos. Así creemos que las mujeres muertas son más y están en peor situación porque la muerte de cada de ellas suena en la prensa, mientras las otras muertes por asesinatos se callan y nadie pretende búscale solución porque es un asunto de hombres y está desvinculado de la muerte de las mujeres y ambas suceden en contexto diferentes, una en el hogar y la otra en el barrio. El infierno queda en el hogar no en todo lo que lo rodea.
Hacer algo con los asesinatos de las mujeres debe empezar por la eliminación de las políticas que han fracasado años por años en el tratamiento del problema, por excluir a las burócratas que no pueden hablar de las mujeres como se debe porque con años en el oficio del allante no pueden enfrentar la muerte de cada una de ellas con diligencia y respeto, sino con la insensibilidad del hábito y la rutina que siempre explican las muertes de las mujeres con la unilateralidad de las feministas y nunca con la desidia de los gobiernos, cuyos estamentos, donde se diseñan políticas en contra de la llamada violencia de género, los dirigen mujeres, donde lo más importan es el discurso.
No hay forma de enfrentar la muerte de las mujeres por asesinatos causados por hombres sin hablar de quienes las matan y considerándolo sólo como un tema de mujeres y de hombres que asumen el discurso natural del feminismo y los medios de por qué en estas y otras tierras los hombres matan a las mujeres. No es posible enfrentar el tema sin los hombres y con las entelequias creadas por los gobiernos con personas que por antonomasia son la política de lo mismo, mientras hay más mujeres asesinadas por hombres, que las matan en un contexto lleno de ventanas rotas en el que los hombres también mueren asesinados. La muerte por asesinato es parte del aire que respiramos.