En el libro del Evangelio de Marcos encontramos uno de los pasajes más reveladores de los fundamentos éticos de la práctica y el mensaje de Jesús. Si las personas, las sociedades y los Estados hiciéramos concretos estos principios el mundo sería totalmente diferente. En efecto, Marcos nos narra lo siguiente: “En aquellos días se reunió de nuevo mucha gente. Como no tenían nada que comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:2 Siento compasión de esta gente porque ya llevan tres días conmigo y no tienen nada que comer. 3 Si los despido a sus casas sin haber comido, se van a desmayar por el camino, porque algunos de ellos han venido de lejos. 4 Los discípulos objetaron: ¿Dónde se va a conseguir suficiente pan en este lugar despoblado para darles de comer?5 ¿Cuántos panes tienen? —les preguntó Jesús. Siete —respondieron.6 Entonces mandó que la gente se sentara en el suelo. Tomando los siete panes, dio gracias, los partió y se los fue dando a sus discípulos para que los repartieran a la gente, y así lo hicieron. 7 Tenían además unos cuantos pescaditos. Dio gracias por ellos también y les dijo a los discípulos que los repartieran. 8 La gente comió hasta quedar satisfecha. Después los discípulos recogieron siete cestas llenas de pedazos que sobraron. 9 Los que comieron eran unos cuatro mil”.
El primer fundamento ético que nos revela Jesús es la ética de la compasión, al decir “tengo compasión de esta gente”. Jesús de entrada muestra la barrera de la falta de compasión humana manifiesta en sus propios discípulos.
El pensamiento filosófico del modernismo estará dominado por la idolatría a la razón y la lógica instrumental del pensamiento racional y nos presenta la compasión como algo para los débiles, siendo Friedrich Wilhelm Nietzsche (filósofo alemán) su máximo exponente. La idea de la compasión altruista desde la perspectiva nietzscheana es repugnable. Tener compasión del otro, del que sufre, es para este filósofo negarse y arrojarse a un sentimiento que debilita y mata la fuerza genuina que mueve al individuo. Para el padre del nihilismo, la compasión es un valor decadente, es una especie de lastre que Europa arrastra como herencia del cristianismo y revitalizado por las ideas socialistas de la igualdad y la defensa de los pobres. Esta filosofía del nihilismo, acompañada del relativismo y el hedonismo, es la que domina el mundo de hoy.
En cambio, desde la perspectiva de Jesús la compasión es más que lástima por el otro, es salirse de uno mismo y entrar en el mundo de dolor y miseria del otro/a. La compasión es más que un sentimiento o una emoción, es una identidad profunda con el que sufre, pero a la vez es una preocupación por la respuesta y la salida. La compasión en Jesús es una responsabilidad, un compromiso con el bienestar de los otros. Estamos diseñados para vivir en relaciones de co-dependencia. Por tanto, tener sentido del otro es una perspectiva que nos hace más humanos, que nos eleva espiritual y humanamente. Está demostrado que estos sentimientos que se generan por trabajar a favor de los demás mejoran las condiciones inmunológicas del cuerpo y por tanto la salud física del individuo.
Si los estados europeos modernos del Siglo XIX hubiesen hecho suyo las ideas nietzscheanas hoy no tuvieran el sólido sistema de seguridad social, cuyo fundamento esencial es la ética de la solidaridad, lo cual supone una cierta compasión por los envejecientes, discapacitados y los desempleados. La asunción por parte de Europa de la ética de la no-compasión era extender el espíritu nazista y por ende el de la exclusión social.
Pero no basta con ser compasivos, por eso el segundo principio ético develado por Jesús como sustancial en la repartición de los panes es el de la solidaridad. Nueva vez nos encontramos con dos lógicas de pensamientos y actuaciones opuestas o contradictorias. Los discípulos ven que hay pocos recursos, sólo se dispone de unas cuantas monedas. Ellos escogen la salida cómoda y fácil: despachar la multitud para su casa en medio de la oscuridad.
La perspectiva de los discípulos es la de los tecnócratas de los grandes centros financieros y los bancos internacionales. Es la lógica fiscalista y economicista de los recaudadores de impuestos del Estado. Frente a las crisis económicas la respuesta siempre ha sido la misma que la de los discípulos: “no hay recursos para las políticas sociales, para la salud, la educación, hagamos recorte”.
Cuando leemos en el Evangelio de Marcos “había mucha gente y no tenían qué comer”, inmediatamente nos trasladamos al siglo XIX donde un pastor anglicano, de una parroquia rural de Inglaterra, Thomas Robert Malthus, exponía en su época que había un desequilibrio entre el crecimiento de la población y la producción de alimentos.
Para frenar este desequilibrio demográfico la propuesta de Malthus fue simple: frenar la tasa de natalidad. Malthus no va al fondo del problema. La esencia de este desequilibrio no es la relación entre población y disponibilidad de los recursos, no es falta de panes y paces. El problema no es de sobrepoblación ni de producción, es de distribución y organización de lo que se produce, es de solidaridad y equidad.
Si algo define la tecnología en el mundo de hoy es la capacidad que ha dado a los seres humanos para multiplicar y producir en alta proporción los bienes de consumo. Hoy existe capacidad para producir pan y alimentos para todos los seres humanos que habitan el planeta.
Por eso, Jesús de Nazaret nos deja una verdad trascendente y a la vez histórica: el problema no es falta de pan porque hay mucha gente, sino de distribución y acumulación, de corazones endurecidos y Estados excluyentes.
¡Siete panes y unos cuantos pececillos! ¿Qué se puede hacer con tan poco recursos frente a una demanda de alimentos para miles de personas hambrientas? El secreto de la multiplicación de los panes es revertir una espiral descendente de carencia en una espiral ascendente de provisión, acceso y satisfacción plena.
El pesimismo de los apóstoles es suplantado por la visión esperanzadora de Jesús de que es posible generar cambios a partir de los propios recursos de la comunidad, cuando cada uno y cada una aportan parte de los panes que tienen para beneficiar a los que no tienen panes ni peces. Es una ética inspirada en la mística del desapego y el valor transformador de la solidaridad, la cual puede invertir la lógica común de que sólo se pueden hacer grandes cosas cuando se dispone de muchos recursos.
Múltiples estudios sociológicos y antropológicos demuestran que las sociedades que disponen de redes solidarias, de mecanismos de participación social o capital social articulado tienden a desarrollarse más rápido y logran mejores condiciones de salud. Son sociedades con mayor cultura de ciudadanía (Cfr. Bernardo Kliksberg).
El tercer principio ético mostrado por Jesús en la distribución de los panes es el de la organización y la vida en comunidad. Nos dice Marcos que Jesús mandó a que se organizaran en pequeños grupos. El fundamento del Reino de Dios es la vida en comunidad. En la multiplicación de los panes hay una clara propuesta de Jesús: vivir la vida en comunidad y hacer de la autogestión una dimensión consustancial a la construcción del Reino.
La persona misma y sus derechos constituyen la base de la autogestión en Jesús. La gestión de la comunidad construye una espiral ascendente de autovaloración y de transformación de una visión fatalista e individualista a una visión esperanzadora, solidaria y transformadora de la vida de carencia de la gente.
Jesús nos propone hacer el cambio, las transformaciones de las comunidades a partir de las propias capacidades y recursos que tiene la gente, siendo la autoorganización la mejor herramienta para que la comunidad tome en sus propias manos la solución de sus necesidades.
La autogestión se convierte en un canal promotor de valores transformadores. Los modelos de sociedades y Estados con capacidades autogestionarias se construyeron en cuatro grandes pilares: la equidad, la libertad, la universalidad y la solidaridad. La autogestión implica el valor de participación ciudadana en las esferas personales, familiares y colectivas para la toma de decisiones en el proceso de desarrollo. Arroja como valor positivo la disminución de la dependencia de ayudas gubernamentales y externas para sobrevivir y emprender sus proyectos. La autogestión incentiva la autoresponsabilidad, la colaboración y el trabajo voluntario.
Otro de los valores presentados por Jesús, en este acontecimiento mesiánico, es la cultura del ahorro y la austeridad. Dice Marcos que dio para todos y todas, sobraron panes y peces y lo guardaron. El hecho de que sobrara y diera para toda la gente hambrienta es porque hubo buena administración y se hizo una justa distribución. Este es un cuestionamiento manifiesto a la cultura del derroche, a la corrupción, a la cultura consumista del homo-consumo.
Los hábitos de consumo de la mayoría de los habitantes del planeta tierra han sido modificados radicalmente por los mercados modernos. Hoy asistimos a la idolatría del mercado. En esta religión del mercado, además de la idolatría, hay en marcha una ética de la no responsabilidad y el derroche en el consumo. La naturaleza ha terminado convirtiéndose en la más sacrificada de las víctimas.
El consumo no es malo en sí mismo, es necesidad inherente a la naturaleza humana. Pero cuando es depredador se vuelve irresponsable y por ende destructor del ser humano y la naturaleza misma. El consumismo incrementa la avaricia y la ambición, aumenta las diferencias entre los pueblos y las personas, se pierde la identidad al confundirse el ser y el tener como elementos de diferenciación y reafirmación vital, genera sentimiento de frustración y nostalgia cuando no se puede comprar lo que se quiere, las personas se sienten desgraciadas y desdichadas,
En la multiplicación de los panes encontramos a un Jesús que nos invita a consumir esencialmente lo necesario y guardar lo que no se ha consumido para los momentos precarios. Es el valor del ahorro y de reutilizar lo que producimos.
En síntesis, en la multiplicación de los panes se nos revela que el dinero no resuelve el problema del hambre. La dimensión ética de este acontecimiento mesiánico es la construcción de un mundo sustentando en relaciones solidarias en contraposición al consumismo y el individualismo de la modernidad.
La esencia de la repartición de los panes es el poder de Dios actuando en un mundo conectado por la solidaridad, el amor y la vida en comunidad. En contraposición a un mundo lleno de personas viviendo en la más baja condición humana, con su dignidad violada y violentada, mientras otros concentran la riqueza. La multiplicación de los panes trae consigo una revolución ética: ruptura del individualismo y el egoísmo, por la instauración de la ética del amor y la solidaridad, cuya fuente vital es el mismo Dios. Por eso, la repartición de los panes es un hecho espiritualmente material y materialmente espiritual.