En memoria de Francisco "Frank" Mella Castro, amado padre y luchador incansable. Jamás te olvidaré.


En qué se diferencia aquél que padece de una enfermedad, sea cual sea, de aquél que goza de su salud plena? Esta cuestión no es meramente una cuestión filosófica ya que desde un punto de vista científico nuestro ambiente cambiante nos ataca y mantiene una relación “estable” con la fisiología y la biología de nuestro cuerpo. Nosotros con la medicina moderna buscamos eliminar enfermedades, virus, bacterias, pero en cierta manera nuestra supervivencia depende de esos seres. Así mismo la filosofía podría responder que la diferencia entre un ser vivo sano y uno enfermo es una cuestión de grado y no de esencia, es decir, es una cuestión de “potencialidad” (dynamis en griego). Esto significa que la salud se presenta no solamente como un mero hecho aislado en nuestro mundo sino como una pura posibilidad de ser y de no ser, es decir, es posible que una persona sana caiga en una enfermedad, esta también puede fallecer como puede curarse.

El hecho ineludible detrás de esta reflexión filosófica es precisamente la fragilidad y el dolor humano. Si en algo tenemos en común los seres humanos es que nuestra fragilidad, nuestra capacidad de sentir dolor tanto propio como ajeno. El “dolor” (como nos explica bien la filosofía cristiana), la “falta” o la “deuda” (Agamben, Esposito, Luc-Nancy y otros teóricos de la comunidad) es precisamente el elemento fundacional del convivir en común. La ética entonces se puede entender como una respuesta ante ese dolor, ante dicha fragilidad, ante el otro yo que es igual a mi en cuanto a su alejamiento, en cuanto a las cosas que me diferencian de él y viceversa. Entonces, si la ética trata de ser una respuesta ante un orden de las cosas (un mundo y su ordenación, dígase, una moral) por qué entonces hoy en día la ética se entiende como actuar en base a un deber unipersonal e inclusive “universal”, como sugiere Kant, que carece de fundamento en las personas de carne y hueso que están insertas en su cotidianidad. Esta “ética” moderna que rechaza y excluye aquello que le es más común, es decir, aquello más inmanente al género humano: el dolor ajeno y el llamado ante el dolor.

La realidad es que “Somos finitos porque vivimos y, por lo tanto, porque nacemos y heredamos, porque somos el resultado del azar y de la contingencia, porque no tenemos más remedio que elegir en medio de una terrible y dolorosa incertidumbre, porque somos más lo que nos sucede (los acontecimientos) que lo que hacemos, proyectamos o programamos, porque vivimos siempre en despedida, porque no podemos someter a nuestro control los deseos, nuestros recuerdos y nuestros olvidos, porque tarde o temprano nos damos cuenta de que lo más importante escapa a los límites del lenguaje.” como bien señala Joan Carles Mélich (2002, p.15-16). Esto significa que aquello que es decisivo en la vida del hombre no puede ser dicho, no es algo que sea como una proposición científica donde su veracidad reside en su capacidad de contrastar y de demostrarla, sino es algo que se “muestra”, es precisamente lo ajeno, lo otro, lo que no es asimilable, ni comprensible, ni clasificable, lo que carece de orden.  Eso que no no es asimilable es el otro yo que vive en un mundo, igual que yo, que no es enteramente mío ni de él.

Un ejemplo de todo ello es algo que viví, que fue la enfermedad de mi padre. Mi padre hace varios años fue diagnosticado de Esclerosis Lateral Amiotrófica. Dicha enfermedad es una enfermedad neuromuscular que es degenerativa, es decir, los nervios encargados del movimiento se van degenerando y la masa muscular se va perdiendo (aunque la cognición no es afectada). La enfermedad te va atrofiando hasta el punto en el que eres incapaz de hacer cualquier tarea cotidiana, el perder masa muscular es tan fácil que llega un momento en el que hasta el tragar el mar de pastillas que necesita para tener la mayor “calidad de vida posible” se le dificulta debido a la degeneración masiva. Es una enfermedad que, sin una preparación mental y espiritual, puede destruir una familia y convertirla en algo menos que polvo.

El responder ante el dolor de los enfermos es una práctica común del cristianismo, que siempre ha entendido, como bien argumenta Giorgio Agamben, que dicha práctica tiene un fundamento filosófico en cuanto a la ética del cristianismo, especialmente el catolicismo. La ética en el cristianismo se entiende como un “estar en deuda con”, “tengo un deber con”. No es un deber en un sentido Kantiano, un deber impersonal y que pareciera una especie de mantra secular, sino una respuesta ante el dolor del prójimo. La ética cristiana, con todo y problemas causados por la Iglesia, así como las tergiversaciones tanto por parte de los mismos creyentes, así como por parte de los críticos seculares e ilustrados de la misma, tiene un fundamento en el ser. 

Hace aproximadamente 4 años tuve que dar respuesta ante el llamado de mi padre y su enfermedad, no solamente viví y fui testigo de aquello intestimoniable, es decir, de su dolor, las inhumanidades que sufrió antes de partir con una paz de este mundo. Empecé a trabajar para él, a ayudarlo con sus diligencias, a tener una mejor relación con él e inclusive tuve que dejar mi último trabajo para pasar más tiempo cuidándolo. Vivir alegrías y cosas buenas que no hubiesen sido posible si no hubiese dejado a un lado las diferencias personales que tenía con él y aceptarlo tal como es. Todo esto se manifestó como lo que es: un llamado ante el dolor, una respuesta compasiva ante el dolor ajeno y no cualquier dolor, el dolor de mi padre y una enfermedad incurable.

Esto significa que esa respuesta , dígase la ética, nada tiene que ver con el deber (en un sentido kantiano), ni con la dignidad, ni mucho menos con una serie de principios inamovibles   y absolutos, incluyendo el de la “utilidad social” como sugieren la ética utilitarista, sino más bien el sufrimiento, el dolor de los demás. Como tal es una respuesta que interrumpe y pone en cuestión un orden normativo o inclusive la moral (de hecho, la confusión que hay en estos tiempos modernos es porque conceptos propios de la moral como deber, dignidad, etc. han sido concebidos como categorías de la ética) y como bien sostiene el filósofo Joan Mélich que “el hecho de que no podemos eludir el tener que responder ante el lamento de aquel otro doliente que me encara y me apela, y de que aunque no le responda, ese "no responder" es ya una forma de respuesta, la indiferencia.” (Mélich, 2010, p. 236). La reducción de la ética a la moral que es el gesto característico de la ética ilustrada no es más que un fanatismo secular. En qué se parece el político populista y nacionalista que busca que se aprueben leyes de migración que afecten a refugiados y el jihadista que se con un chaleco bomba se suicida en un parque de niño, así como una persona que se desentiende del familiar enfermo por no  poner en juego su dignidad? En que ambos tienen todas las justificaciones morales para decir lo que dicen e inclusive actuar así, sin embargo carecen de ética porque jamás se detienen ante el llamado de dicha respuesta.

Hay que aclarar que la ética no debe de ser una obligación con el dolor ajeno, “es verdad que no tenemos ninguna obligación de ser compasivos, es verdad, y en ningún momento he intentado decir lo contrario” (Mélich, 2002, p. 237). Lo más importante es que, si la ética quiere hacer frente al reto del nihilismo o la posibilidad del nihilismo que una vez Nietszche expresó con lucidez, así como al relativismo y el escepticismo, entonces debe de analizar qué es aquello que desea salvaguardar, que es la condición humana, y pensarla como una condición que no excluye la inhumanidad, sino que es una condición de posibilidad de la humanidad misma. Es por esta razón que no es posible concebir la ética, contrario a como la ética moderna la concibe, sino como una respuesta ante los heridos y los que sufren, es la compasión que damos a los frágiles, a los derrotados que, como diría Mélich en su libro “Ética de la compasión”, aquellos seres en sufrimiento “que nos interpelan en los distintos trayectos de nuestra vida al viajar de Jerusalén a Jericó.” (2010, p. 237).

-Referencias

-Joan-Carles Mèlich, (2002), “Filosofía de la finitiud”. Editorial Heder: España.

-Joan-Carles Mèlich, (2010),"La ética de la compasión". Editorial Heder: España.