El sistema capitalista mundial ha llevado a Occidente a un desarrollo tecnocientífico, económico y social que no puede ser negado. El mundo europeo no es el mismo, en términos cuantitativos y cualitativos, respecto a dos siglos atrás. El problema es que estos avances no han impactado a todos por igual y el progreso prometido sigue siendo deuda en pleno siglo XXI para la población no europea, en especial para América Latina y el Caribe. Siendo realistas, constatamos que el pronóstico es pesimista ya que no se espera una disminución significativa de la pobreza en lo que muchos han denominado, desde su discurso moderno y desarrollista, el Tercer Mundo. Esperamos todo lo contrario.
La modernidad-colonialidad implementada trae emparejada una situación de crisis que se expresa en todos los niveles del mundo de la vida. En palabras de Pablo Mella en Ética del Posdesarrollo estamos en “tiempos inciertos”. Frente a la incertidumbre del sistema mundo capitalista en transición, la propuesta del autor es abrir un espacio para la acción creativa desde una ética del encuentro intercultural.
En palabras del autor: “Desde una perspectiva intercultural, conviene imaginarse espacios de intersección cultural movibles en donde los actores y grupos organizados combinan las racionalidades asociadas a la modernidad europea (…) y las racionalidades asociadas a esferas culturales exteriores a los centros de la modernidad/colonialidad” (2012, p. 86). Con otras palabras, la acción creativa tiene que ser necesariamente ética, política y respetuosa de las “tradiciones” heredadas; no solo desde la modernidad/colonialidad sino también de las experiencias ancestrales subalternas. En este sentido, la interculturalidad que propone Mella no es solo hacia futuro, como una nueva ciudadanía más global (ver capítulo 6 del libro), sino en la recuperación de las raíces de nuestro pasado. Es levantar las voces silenciadas por el discurso hegemónico de la modernidad para reencontrarse prospectivamente en un proyecto de justicia para todos a escala planetaria.
Bajo estas premisas Pablo ha titulado a su propuesta de una ética del posdesarrollo como ética del encuentro intercultural, lo que me parece un acierto. Como bien señala el autor, se hace necesario hoy recuperar los hábitos de discernimiento y la prudencia (sabiduría práctica) que no caben en el marco de la pericia del cálculo económico instrumental moderno. La ética en tanto que sabiduría práctica abre un espacio para la acción creativa no sujeta a la eficacia de la racionalidad medios-fin. Entiéndase que no se trata de posmodernismo ni una vuelta emotiva e irracional hacia el pasado, sino de discernir, entre las rendijas del sistema mundo capitalista globalizado en transición, la propuesta ético-política que nos devuelva el gusto por la vida.
La expresión “ética del encuentro” (Vicente Santuc), nos dice Mella, “quiere provocar las inteligencias para que investiguen pistas de respuesta a los distintos desafíos planteados (…). No se trata de una ética formal, perenne e inmutable (…), pues la palabra encuentro nos habla de la realidad práctica de cuerpos hablantes que entran en contacto y descubren una posición singular e inalienable dentro de una relación con otros cuerpos hablantes” (p. 96).
Desde el enfoque intercultural hay un esfuerzo por destacar algunas pistas para esta nueva ética del encuentro desde la cual podamos producir nuevos sentidos para la acción social. Estas pistas giran en torno a, primero, la creación de un sentido compartido fruto de la acción creativa; segundo, el reconocimiento de la fragilidad de los asuntos humanos; tercero, la “retroacción” del perdón y la confiabilidad en redimir el posible daño de una acción. Cuarto, gustar del sentido compartido en un mundo común.
Creo firmemente que la ética del encuentro intercultural es una propuesta para seguir pensando y reencantando a las personas por la sencilla y difícil arte del buen vivir. Ética del Posdesarrollo es un libro esperanzador, humanamente hablante. Se trata de motivar, desde una postura decolonial e intercultural, a la esperanza a través de una sabiduría práctica, la acción creativa, comprometida política y éticamente con la justicia para todos y en todos.
Hay silencios contraproducentes en la intelectualidad dominicana. A dos años de la publicación del libro, han sido pocos los receptores y continuadores de esta propuesta para un pensamiento social dominicano que va en otra clave a la modernidad/colonialidad lamentablemente impuesta.