“Es del todo cierto, y así lo demuestra la Historia,

que en este mundo no se arriba jamás a lo posible si no se

intenta repetidamente lo imposible”

Max Weber

Ya estamos en medio de un debate muy prometedor y es bueno precisar conceptos “de entrada” que hace falta tener.  Empiezo entonces por poner sobre la mesa que me gusta eso de que “ética y política no son lo mismo pero caminan juntas”.

Parto del criterio, además, de que la política es la suma de acciones que conducen a lograr, administrar y conservar el poder político y de que debe ser entendida como flexible por definición. La ética, en cambio, es la ciencia que tiene como objeto de estudio a la moral: lo que es bueno o es malo. En lo que a ella concierne no caben tonos grises, los valores son ‘polares’, no existen “medio buenos” o “menos malos”.  La moral y sus valores son el reino de lo absoluto.

¿Dónde se encuentra la política con la ética? Según Savater en los Derechos Humanos, cuya promoción, defensa y ejercicio ya prácticamente no tiene detractores en el mundo de las ideas democráticas.

La abundancia de artículos de opinión acerca de estos temas en los días recientes, es una verdadera bendición. Todos son, indudablemente, resultado de reflexiones muy interesantes y de aproximaciones a nuestra realidad desde perspectivas diferentes alumbradas por experiencias distintas y, por qué negarlo, de intereses también disímiles.  Esa es siempre la cuestión central de la política.

¿Cómo dilucidar el asunto sin caer en el facilismo de los adjetivos? Creo, y lo he mantenido desde este espacio todo el tiempo, que no hay mejor testigo que la historia política reciente y que una revisión de ella en forma desapasionada -si fuera posible- nos aproximaría más certeramente a la coyuntura.

Hay quienes enumeran y rescatan prácticas políticas, especialmente  alianzas, que valoran como correctas por organizaciones de “la izquierda” en el pasado.  En las mismas se alaba la madurez y una presunta “visión de futuro” de quienes con verdadera intrepidez tomaron las decisiones. La pregunta del millón es qué ocurrió con aquellos que intentaron el avance ‘escalonado’ hacia el poder o cuáles fueron las consecuencias “del voto crítico”. De aquellas avezadas fuerzas políticas, hoy… ¡¡No existe ninguna!!

Entonces, por usar la jerga, el acierto táctico fue un gigantesco error estratégico. El ejemplo más notable que puede ser citado es el de organizaciones ‘de izquierda’ que no hace mucho insistieron en la apuesta y hasta consiguieron representación parlamentaria… ¿alguien se acuerda de sus nombres?

La esquizofrenia llega a su punto culminante cuando se critica el Pacto Patriótico de 1996 y al mismo tiempo se defiende por su “pragmatismo” el pacto actual con el balaguerismo. Así no se puede.

Tampoco se puede cuando en una semana se critica el “bandazo a la derecha” de unos y a los pocos días se acaba con quienes no participarán de la aventura de tal bandazo.

Si para encontrar la izquierda hay que mirar para atrás, seguro que su inexistencia actual invita a abandonar la defensa de medidas ‘tácticas’ que pudieron haber contribuido a su desaparición como actor político. Si hay algo que nadie podrá negar es que entre los candidatos presidenciales no hay ninguno de izquierda y ello por una razón muy sencilla y que no necesita ni debate ideológico ni un congreso: no puede haber candidato de izquierda si no hay izquierda.

Pero con todo, lo decisivo no es discutir el tema de la “izquierda”.  Lo que debiera estar en el primer lugar de la discusión es el “sistema político” y el Estado, esto ayudaría a dejar esa práctica odiosa e incómoda de “seguir disparándose a los pies”. Un Estado que ha sido capaz de trasladar a dirigentes “antisistema” desde el centro de detención en donde se encontraban recluidos a una dirección general, merece ser estudiado con mayor profundidad. Su capacidad de cooptación ha sido tan grande que no ha logrado ser entendida ni siquiera en su magnitud para conseguir la reproducción del autoritarismo ‘post Trujillo’ y para forrar en dinero a los más críticos y pasarlos de “contestatarios” a cómplices silenciosos. Quedará la duda, si no hay confesión ninguna, de si ser contestatario es también un buen negocio a mediano plazo.

Y es aquí donde entra la “ética de la irresponsabilidad”. Ninguna práctica política puede basarse en la mentira (que de acuerdo con el diccionario no es otra cosa que la “expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se piensa o se siente”) ni en entrarle a los “puros”, que no existen en la política, ni aquí ni en ninguna parte pues, como dijimos más arriba, la política es siempre cuestión de intereses. Lo que se debe esperar es que esos intereses sean expresados con toda claridad, pues al fin y al cabo aspirar a mantener el reconocimiento legal del partido, no tiene por qué ser condenado.  Lo feo es que no se reconozca.

Es también “éticamente irresponsable” no incorporar “lo que se sabe”. Es evidente que por mucho tiempo se ha equivocado el camino. Lo peor es que trabajar con supuestos falsos y culpar a quienes no quieren repetir los errores impide, a lo menos, entender lo que ocurre.

La coyuntura, ese tiempo breve de una larga crisis sistémica de la democracia, no sólo es el resultado de lo que han hecho los “malos” (por oponerlos a los “puros”) y de los ahora menos malos, que no han faltado a ninguna cita cuatrienal, para mantener el orden autoritario en la alianza apropiada.